jueves, 23 de febrero de 2017

Una falla.



            Brasil mueve sus caderas en el bar de la esquina de esta ciudad ajena a la semana santa. Ropajes negros sobre la piel tostada de dos muchachas que trajinan por el interior de la barra mientras algunos clientes bebemos juntos y solos, pensando en voz alta en el exotismo de otras tierras que vienen a hacer de este rincón lleno de complejos un lugar globalizado. Bebemos codo con codo y solos. La cruz la llevamos al cuello y las procesiones nos dan pena porque son tan inútiles como visualmente turbadoras. Bebemos notando la vida arder en los átomos que han evolucionado hasta preguntarse qué coño son, somos. Charlamos porque el sonido retumba en nuestro interior y da la impresión de estar ocupada por alguien la estancia que nos abriga. En el bar entran argelinos, guineanos, marroquíes, ecuatorianos, colombianas, cubanas, chinos. Los lugareños somos minoría en una ciudad que nos vio nacer y no ha conseguido librarse de nosotros. No hemos movido el culo de esta silla atornillada a la costumbre, por eso nuestra identidad es una lucha por la supervivencia de lo que nunca fuimos. Los cristianos sin cristo somos una civilización que hace tiempo se cuestiona sus propias creencias, y eso nos hace más libres o más vacíos, más abiertos al asombro de un universo nada acogedor. Bebemos juntos para evitar revoluciones, épicas hasta el vómito. Bebemos hasta que las escobas nos barren hacia la calle, hacia el pánico de una cama inhóspita. En casa nos espera la enfermedad que se queja como estilo de vida. En casa nos esperan preguntas a un final inminente de ojos cansados y piel rugosa. Somos buenos con o sin dios, a pesar nuestro, quizá. Pero hay días que dan ganas de dejar de beber, de querer, y pensar con egoísmo pasando por encima de los dioses de la selección natural. Somos buenos pero podemos ser infames y mandar a la mierda el futuro, la historia que aún está por escribirse, porque nuestro jodido nombre no aparece en ella. Podemos luchar contra nuestra programación genética y desertar de este libro escrito con genialidad, pero traducido por necios. Podemos cagarnos en todo lo más sagrado y pedir otra copa, la última.


miércoles, 22 de febrero de 2017

Platos rotos.



            El cielo acaba de explotar en la otra orilla. Hasta aquí llegan las cenizas azules. Los desheredados sueñan con la catástrofe que irremediablemente se cumple al día siguiente. Ellos son la conciencia que llama a la puerta a las cuatro de la madrugada del Apocalipsis. Por eso instalamos sistemas de seguridad, para dar media vuelta ante los difusos peligros. El orden para quienes manipulamos el entorno es fundamental. Los creadores del sistema estamos seguros de que el destino lo escribimos nosotros. El fatalismo es para los débiles. Ni siquiera una tormenta de verano nos coge despistados a los de la parte alta de la pirámide. Y si algo incontrolable ocurre, nos replanteamos todos los avances y exigimos que rueden cabezas. Ni dios puede venir si no concierta cita. Las cosas por desgracia están cambiando, y las ambiciones mafiosas quieren poner en contacto una orilla con la otra. Así que aquellos que según las estadísticas viven con un euro al día, ahora pasean por mi calle buscando trabajo, como si ello les ayudara a escapar de la fatalidad. Hojean el periódico intentando descifrar los asuntos que nos interesan, miran la televisión para aprender el idioma que les asegurará un techo protector. Todo se contagia menos la belleza, y ellos lo único que han logrado es destapar la virtualidad de nuestro sistema de untar las tostadas. En vez de enriquecer sus bolsillos, hemos descubierto que también en esta orilla existe la crisis y que el cielo en cualquier momento puede reventar. He cortado el césped de mi jardín. No quiero que el hundimiento me coja con asuntos sin resolver. Algunos no queríamos viajar para no ver las goteras del invento. Pero ha sido inútil. Ellos han viajado hasta nuestra casa. Y ahora estamos unidos por el desaliento. Es el fin de la poesía experimental.

martes, 21 de febrero de 2017

Es lo que parece.



            Una colisión en cadena en la carretera comarcal. El campo de tulipanes se encharca en sangre. La lluvia no puede diluir el rojo. Las piernas amputadas desean ser útiles como bates de béisbol, ver carreras de cerca mientras las dejan caer sobre la tierra en busca de la siguiente base. Al final de un accidente te espera una silla de ruedas para sacarte a pasear desde la altura de un niño, pero se te empina como a un caballo y nadie quiere montarte. Después del trabajo delante de una pantalla de ordenador, donde estar sentado es una ventaja, el parapléjico acude al centro de rehabilitación a realizar sus ejercicios fisioterapéuticos. Le han hablado de los juegos paralímpicos, pero ya tiene su agenda saturada de chorradas. Está harto de escuchar cómo los mancos anhelan jugar al tenis, o los cojos ser delanteros del Madrid. Está cansado de gente que no acepta su condición de paralítico e iza la bandera de la superación. ¿Superarse es rascarte el pie que no tienes? En su opinión ya es hora de que algunos dejen de comprar zapatillas de marca con las que lograr mayor suspensión en los saltos de pértiga. Ya es hora de no hacer más el memo y empezar a hacer bien lo que bien puedes hacer. Bastante difícil le resulta engrasar su propia silla de ruedas para dedicarse a experimentos de astronauta. Ha oído hablar de un asunto turbador al que los especialistas ponen este título: trastorno de identidad de la integridad corporal. Ha consultado sobre el asunto en Internet, son personas que quieren amputarse miembros para quedar postrados en una silla de ruedas, alcanzando con ello la realización personal. Wannabe de la ortopedia. En ese momento llaman al timbre de la puerta, y él, movido por remotos impulsos, se desploma en el intento de levantarse a abrir. Suspira a ras de suelo, tragándose el dolor de verse en los malditos espejos.


sábado, 18 de febrero de 2017

Fantasmas familiares.



            Los fantasmas genéticos no se exorcizan con facilidad, están emparedados en los muros de las casas que habitamos, respiran en los álbumes de fotos y hacen emerger sus etéreos amaneramientos con cada espejo. No puedes renegar de tu madre ni de tu padre sin desertar de ti mismo. Arrastras el peso de generaciones en el movimiento reflejo de tus órganos vitales. Los fantasmas esperan sentados a que vuelvas del trabajo, del paseo, del orgasmo. Te miran un segundo y ya saben qué ocurre en los trancos impares de tu andadura. Sus cánticos son repetitivos y te agotan los oídos que pretendían adoptar una nacionalidad distinta escuchando idiomas extraños. Los fantasmas del código genético no se van ni con transfusiones totales, ni con entierros de apellidos comunes, ni con reconocimientos públicos. Te haces trampas en el solitario por ver si los despistas, si la partida de nacimiento se pierde y ellos vagan por el limbo de los pasillos. Se acicalan en los armarios viejos, entre los papeles amarillos, en los cajones donde aún quedan rastros de sus denuedos. Ha venido una psicóloga a preguntarte por ellos. Habéis hablado y reído con los recovecos de la mente juguetona. De vez en cuando has desviado la mirada en su busca incorpórea, pero los taimados fantasmas han decidido no hacer ruido. Ha acudido también un experto parasicólogo con aparatos de medición, pero la genética es apenas mensurable por la tecnología paranormal. Has abierto las ventanas y una ráfaga de lluvia ha empapado la sala de estar. La limpieza pasa por el olvido, por no haber vivido, por no tener pasado que rememorar. Por un momento has tenido la tentación de dar el salto y juntarte con tus fantasmas en la misma casilla de juego. Ellos han visto que la cosa iba en serio, y por hoy han decidido dejarte en paz.


viernes, 17 de febrero de 2017

Algo que contar.



            Escribes a lapicero cuidando el trazado de las letras, con una borra goma cerca del papel por si has de eliminar cualquier error caligráfico. Oíste hablar de la importancia del estilo y quieres ser riguroso. El escrito trata sobre los amores que surgen en la cárcel, sus idilios de ducha, sus paseos románticos por el patio, sus celdas de misticismo, sus noches de derrames viriles sobre el catre, sus cruces de navaja y el chorro de sangre brotando del caño de un obligo nostálgico de cordón. Sacas punta a tu lápiz mientras imaginas la sodomía en prisión, la dificultad de la caricia en los comedores, en los talleres. Esas cartas enviadas a uno mismo reconociendo que el amor surge como proceso químico y es imparable aunque alrededor sólo haya bestias mugrientas. Cuando se ha activado el mecanismo del afecto, el destinatario puede ser cualquiera que entre en el campo de visión. Se sube el gato a la mesa en la que escribes. Serpentea y se enrosca. Borras la palabra trasero y escribes antifonario, porque lo has leído en un libro de sinónimos y pretendes ser presumido con el lenguaje, tal como te enseñaron en el taller de escritura del centro cívico. Nunca has estado en la prisión ni falta que te hace para comprender que los muros no acaban con la naturaleza humana, más al contrario, la obligan a reaparecer. Y el amor, inevitable incluso en los peores momentos, si se cohíbe deriva en perversión. Algunos eligen esta salida. Las depravaciones hacen daño al otro; el amor, a uno mismo. Alargas las eles como si el protagonista estuviera lanzando una cuerda al otro lado de la alambrada. La libertad en un planeta que gira alrededor de la música que tocan los demás, es una ilusión absoluta en un juego galáctico relativo. Por eso el temor renace cuando el sol, como un caballero de encendida papada, da paso a la dama de nariz picuda. Los ruidos de la cárcel en medio del sueño le echaron en manos de aquel psicópata, pedófilo y sadomasoquista. Él le quiere más que a su propia vida. Deja de escribir un momento. No tiene prisa en ésta su nueva profesión de jubilado prematuro dado a la narrativa. Muerde el lápiz y mira fijamente a los ojos del animal doméstico pero sin domesticar. Los felinos tienen ese carácter vaporoso. La goma ha dejado un rastro de migas sobre el papel. Sopla y las palabras se desprenden de la superficie blanca haciendo estornudar al gato. No es fácil escribir a pesar del esmero puesto en la tarea. En la penitenciaría suenan las alarmas.


jueves, 16 de febrero de 2017

Condenado por la campana.



            Transformar los sonidos en sabores para comer esa maldita sinfonía que retumba en el muro que te une a un vecino más sordo que melómano, provoca en ti una mala digestión y evacuación diarreica. Uno puede llegar a odiar hasta la belleza si se la imponen. Pero salir a la calle no es una opción porque son tiempos de fiestas patronales y quien no golpea un tambor no siente el terruño en la sístole del corazón. Luego del jolgorio popular volverán los del martillo pilón, las grúas y las zanjas para mejorar nuestra calidad de vida con una red de hilos tramando algo bajo nuestros pies. No das con la sintonía del móvil que se amolde a la sensibilidad sonora actual. Todas están pensadas para desestabilizar provocando trastorno bipolar. El claxon de los coches se prueban a sí mismos que son símbolos viriles. No hay medida de tiempo más corta que aquella que va de un semáforo puesto en verde a un tonto al volante pitándote en el culo. Entras al cine, parece que un virus salvaje se propaga a través del aire acondicionado y causa una  avalancha de toses espasmódicas en los espectadores. Sales del cine y la gente necesita tiempo para adecuar la inflexión de su voz, que viene de estar sometida a la penumbra. La estridencia es un arma de destrucción invasiva. Probablemente por ello, no muchos hayan podido ver hasta el final la película del "Gran Silencio". Los monjes en su vida cotidiana deslizan sonidos que sólo ellos saben interpretar. Te sugestionan con sus movimientos rituales, con sus señales de hábito, y te invitan a una última cena sin brindis. Si no fuera porque del monasterio también se puede salir, harías los votos con los oídos tapados. La pobreza, teniendo para comer, vestir y dónde dormir, es al menos clase media. La castidad voluntaria siempre será mejor que la obligada. La obediencia hacia quien debe obediencia tampoco puede ser peor que tragar con los despotismos de un jefe de sección de estupidez contrastada. Y a cambio te ofrecen silencio, que aunque ellos lo llamen oración, no deja de ser un artículo difícil de conseguir incluso en la cumbre del Everest.


miércoles, 15 de febrero de 2017

La suerte de mano.



            Nos agarramos a la vida. Dame la mano, querida, no me sueltes. A la vida, la que sea. Contamos con una idea de lo que somos y perseveramos en ella. ¿Equivocada? La única que nos queda, algunos incluso le cogen cariño. La mano del que está erguido, dice: Se va. La mano que afloja del que está tendido, dice: Se acaba. La última cobardía viene a contar que se tiene miedo a la forma de morir, no a la muerte. Somos gentuza que nos hemos juntado en esta leonera a hacernos trampas al solitario. La muerte duele si consiste en arrancarnos de lo que somos. Eso es imposible, me comenta una amiga experta en el ser y su consistencia. ¿Experta? Ella perdió la memoria y se ha construido una nueva identidad basada en directrices terapéuticas de bienestar zen. Amén. Por si acaso, intento empaparme en los productos imperecederos que nuestra imaginación ha elaborado a lo largo de siglos de evolución y mitología. Intento conocer aquello que perdura, a ver si por ósmosis algo se pega. Intento no darme demasiada importancia para conseguir una transición con cierta naturalidad. Puedes soltarme la mano. Así está bien. Todo está bien. Que pase el siguiente a intentar responder las preguntas.


martes, 14 de febrero de 2017

Intérprete callejero.



            Un par de historias inacabadas: aquel amor que se podó en mala época, aquella familia que se rompió a fuerza de acudir a entierros y herencias. Él venía de esa cosecha de mal año y acabó en peregrinaje por estaciones de metro y aceras concurridas. En el estuche de su violín, el viandante posa las monedas como migas de pan destinadas a una paloma moribunda. Su improvisado público oye cuatro acordes a lo lejos y prepara la dádiva que pesa en el bolsillo. Se inclinan para que no haya rebotes incómodos. Él hace un gesto de agradecimiento y posa la mejilla sobre su instrumento igual que lo haría un marido feliz sobre el vientre "okupado" de su esposa. La otra noche, dos tipos a los que nunca había visto, lo abordaron, le dieron un montón de hostias, le quitaron el violín y le insultaron con un odio visceral. Ahora coloca el estuche en la acera como si fuera un ataúd de música, y rasga el aire simulando que allí hay cuerdas y resonancias de madera. Sangra de una ceja. Un avión le hace una brecha al cielo. Los hay que tienen los derechos de propiedad sobre la desgracia. Son muy celosos de lo suyo. El infortunio hace compañía. Otros, pagamos, no nos importa, para que pase de nosotros semejante cáliz.


lunes, 13 de febrero de 2017

El verbo pensar.



            Una criatura pensante llega a engordar hasta el coma si su pensamiento se ve sometido a estrictas sesiones de sofá, televisión e Internet. Pensar es conducir sin chófer por carreteras que no conoces. Pensar es cuestionarse a sí mismo y someter a cambios el arquetipo con el cual entendemos el escenario que nos rodea. Pensar lleva mucho tiempo a la criatura. Es su acción y su omisión, su proyecto y su análisis. Entras por la puerta después de un largo viaje y lo primero que me preguntas es si he pensado en ti. Contesto que sí, que ese pensamiento impide que te vayas del todo, que tu presencia sea una constante en esta casa.  Pero algún día dejaremos de pensar por agotamiento, y será en parte un alivio y un descubrimiento de la desnudez, la demostración de que sin elaboraciones mentales no hay criatura, y si la hay, nada tiene que ofrecer. Nos besamos. Los besos son antídotos del exceso de pensamiento. Que por un momento las descargas eléctricas reactiven el entramado biológico. Pensar demasiado da dolor de cabeza, como si el cerebro estuviera agrandándose con intención de romper el tejado de su casa. Nuestro hijo se te echa encima y te abraza con desesperada ternura. El perro mueve la cola y da vueltas buscando su sitio. Las plantas de la terraza respiran aliviadas. Suena un DVD de Bach. Bach no sabe lo que es un DVD. Un DVD no sabe quién es Bach. Suena un DVD de Bach. Mi suegra, desde su soledad, piensa en si habrá llegado ya su hija y la llama con su móvil de teclas grandotas. Suena el teléfono cuando el perro está lamiendo la pierna desnuda de mi mujer. Estaba pensando en llamarte ahora mismo, mamá. Pienso en una reflexión ética de Spinoza, pero no recuerdo bien la cita. Algo así como que el pensamiento es un atributo de dios. Se me va la mano al crucifijo del cuello que me regaló aquella amiga muerta en un accidente de quirófano. Pienso en ella. En dios no sé cómo hacerlo.


sábado, 11 de febrero de 2017

Penúltima cena.



            Me pesa la mano cuando tu cuerpo sinuoso reclama caricias. Mis venas hinchadas acumulan años de impotencia. Tú eres joven, tanto que piensas que el amor resbala entre las sábanas del verano. Te curvas hacia mí como una estrella menor hacia el centro de su galaxia. La vejez ralentiza el paso porque ya sabe hacia dónde va. Te atrae el ilusionismo de la experiencia, la sensibilidad pausada y la inteligencia forjada a golpes. Pero cuando el letargo, a media luz, te adentra en mi territorio, las sensaciones de la piel se imponen a cualquier control de la razón. Me incomodas con una voluptuosidad apremiante porque ya no puedo jugar a creerme la pasión con este cuerpo mustio, nostálgico de muertos. Tú transpiras vida y necesitas crearla con cada suspiro. Adormeces mientras busco el borde de la cama para saltar al vacío. Lo más deseable de la muerte es que se trata de un lugar sin esquinas. Tus flujos son una sopa fría de esencias silvestres. Los míos, detritus mal envasado. Es esta manía estética la que me impide el engaño en el placer. Qué haces en la ventana. Ven aquí conmigo. Mira cómo el horizonte se pliega en la oscuridad. Aprovecha, cariño, para fijarte mejor en el mural de mi vergüenza.


viernes, 10 de febrero de 2017

Inesperado.



            Tirar del hilo de la incertidumbre es descubrir la certeza agazapada con complejo de niña gorda. Una fuente de luz dirigida hacia los ojos nos ciega. Adoptamos ante ella una postura relativa debido a las circunstancias, pero la aspiración es absoluta. No sé por qué entienden el determinismo como una línea de la que es imposible salirse. Sería un determinismo muy fácil de quebrar. La ley y su trampa. El poder de la unidad es que acepta cualquier proposición sin despeinarse, sin que eso pervierta su esencia. Una razón general, un proyecto inteligente, sólo se comprenden cuando se llega al epílogo. Durante el trayecto, en el transcurso del nudo argumental, la sensación de desamparo, de casualidad, de azar, es permanente. No supiste qué decir cuando llegué borracho a las cuatro de la mañana. Era la primera vez en veinte años que me veías ebrio y regresando a casa a una hora más propia de los fracasados que han tirado la toalla. Vi dibujado el miedo en tu cara. Por un instante sospechaste que el sueño de una vejez, apoyados uno en el otro paseando ternura por las calles, se esfumaba. No hablaste, ni preguntaste. Mi gesto desesperado, mi acción chirriante, eran suficiente declaración para ti. Te miré de frente mientras me iba a los lados, esperando reproches que dieran rienda suelta a las revelaciones. No diste pie a nada. No pude quejarme de nuestra intachable relación. A la mañana siguiente ya no estabas. Supuse que habrías ido a la casa de la sierra en busca de otro destino con su vocación para las sorpresas. En mi interior ya bullía el desarreglo. Y tu contrariedad fue tan grande que no aceptaste las explicaciones. La luz nos aplasta. La unidad permanece cuando todo cae hecho pedazos alrededor, por eso la sensación de abandono es mayor. No comprendo la dirección de nuestros trayectos, la incertidumbre que nos lleva a la evidencia. Una vez nos quisimos casi de verdad. 



jueves, 9 de febrero de 2017

La Hora.



            Es la hora del combate, la hora en que se acaba el compadreo y en las grietas yacen las moscas de invierno o las siniestras cucarachas. Es la hora de entrar o salir; no vale esconderse en el quicio de la puerta. No más prórrogas de asceta estreñido o misticismos de pandereta. El martillo pilón ya perforó la mina para la extracción beneficiosa, o la ruina, qué más da. El sonido de las armónicas rueda por la ladera. Es la hora. Las naturalezas más ricas tardan mucho en pulirse, pero el tiempo exige cuentas antes de echar a correr como bestia huyendo del fuego tragavísceras. El señalado, como respuesta al silencio, debe elegir aunque no esté convencido, debe tirarse desde la altura aunque no haya un par de brazos para recogerle. El elegido es un huérfano que no podrá apelar a quien le reclutó.


miércoles, 8 de febrero de 2017

Entre basuras.



            Preocupante es su nuevo afán por revolver las basuras de la noche, intrigante por los perfiles angulosos que la cortejan. Al pie del árbol en la esquina de la acera, cuando la campana de la torre acompasa el oscuro fondo, roncan las mascotas inermes y levitan los ecos que traen sorpresas desechables. Hurga con la punta del zapato entre las bolsas de plástico: un peine sin púas, una compresa que besó sus labios, cartas y apuntes rotos junto a una intacta botella de orujo que apuntala una silla cansada con solo dos patas. Se agacha ebrio de maravillas para descubrir una delicada jaula que extrae del limbo pegajoso… y comprende. No siempre se tiene la fortuna de descifrar el entorno con acierto, sin juicios contaminados de antemano. Aún dentro, colgado del palo, boca abajo, el canario se aferra con un mordisco de alambre. Duda y hace dudar con sus plumas de peluquería, entre la vida y la muerte del prisionero cantarín. El dueño no se atrevió a tocar la rigidez de su belleza y se deshizo de la escena al completo, incapaz de desarmar las rejas que lo retenían y que se convirtieron en perennes. Cánticos del folklore local en voz de una puta deslenguada suenan calle arriba. La vieja desarrapada surge por detrás de  nuestro antihéroe asestándole un rodillazo, mientras su perro esquelético lo asedia a ladridos. La vieja reclama a gritos su territorio, su puesto de trabajo, su lugar para los sueños. La miseria también tiene registro de la propiedad. Y repasa el botín, cogiendo la inmundicia que los otros curiosos de la basura han dejado. El contenedor saqueado mira al indiferente firmamento.


martes, 7 de febrero de 2017

Salida laboral



            El tipo engominado decidió hacerse delincuente informático por considerarlo el trabajo más fácil del mundo, en un escenario salvaje al oeste de Internet donde hasta los medio lelos se creen que saben manejar una pantalla y un teclado. A costa de los medio lelos se puede ganar mucho dinero. Jobs era un genio, pero no escribió una sola línea de código en su puñetera vida. La vida que homenajeamos es la que se vende como un gran producto de marketing. El negro crea, trabaja y calla. El tipo engominado es  uno de ellos y espera a un colega de transgresiones virtuales en la barra de una tasca con olor a callos. Pide un crianza y se enciende un cigarrillo. ¡Paren de inmediato! Eso no se puede escribir, no es realista, nadie enciende ya un cigarrillo en una tasca. Así no hay manera de confeccionar una novela creíble. Aunque bien pensado, la gente prefiere que la engañen.


lunes, 6 de febrero de 2017

El tendero.


            A los chinos, ecuatorianos y argelinos del barrio, les ha dado por abrir ultramarinos. Son modas, supongo, pues no les veo yo haciendo un estudio de mercado. Montan locales de la nada, con una mano de pintura dada sin ningún gusto, y una luz artificial que ensucia las manzanas. Sonríen y abren la puerta con un ánimo tan iluso que estoy por preguntar a cuánto está la lejía. Su horario es de quince horas diarias, hasta que ya se pudren los aguacates. Pronto empiezan a mirar hacia la acera con tristeza, cansados de hacer guardia en una garita no amenazada por nadie. Caduca el mes, llegan los recibos, el alquiler, los impuestos, el pago del género. Transcurre el tiempo como si fuera un reloj artrítico y los clientes pasan de largo. Los domingos son una excepción, hasta para dios. En las escasas oportunidades que tienen de contactar con el parroquiano, muestran su mejor cara, su disposición gentil y su preocupación casi asfixiante por tus necesidades. Al cabo de cinco o seis meses cierran o ponen cara de haber ingerido dos kilos de limones a palo seco. Negocio tras negocio a pique, con el coste que eso implica y con los resultados calamitosos que eran de imaginar cuando pusieron la primera barca de melocotones en el escaparate. Supongo que eso les esquilmará el escaso presupuesto con el que empezaron, una ilusión basada en las telenovelas. Después del fracaso se van a un locutorio a hablar con su familia y les cuentan que muy bien, que son empresarios del sector de la alimentación y que aquí se vive puta madre o aquello de Alá es grande, que viene a ser lo mismo. Tropiezan con sus propias mentiras, con ensoñaciones de burgueses, sin saber qué es éso. Se gastan los pocos euros que les quedan en máquinas tragaperras, en lotería del Estado (del bienestar) y por último se acercan a la bifurcación de caminos: pasar hachís y coca, vender películas pirateadas, o hacer colas en la asistenta social del Ayuntamiento. Mientras tanto, unos cantamañanas que consideran que la realidad no existe, y que todo depende de cómo la mires, nos cuentan que entre todos podemos mantener este chiringuito abierto.



sábado, 4 de febrero de 2017

Deforme



            La belleza no es necesaria, ni siquiera en el arte. De ahí su valor sin precio. Nunca porta adornos que la desluzcan. Lo que se ve es lo que hay. Nuestros ojos, que aspiran a la inteligencia, precisan de estaciones que cambien el paisaje aunque no cambiemos de lugar. La monotonía convierte la belleza en un plato de lentejas omnipresente. La lógica es bella, al menos tanto como la intuición indemostrable. Lo asombroso es bello por lo inusual. El conocimiento es bello por lo peculiar. La muerte es bella por ser definitiva y girar en órbitas registradas. La ciencia ficción es bella por la ciencia y la ficción. Nacer es brusco, doloroso, impactante; y por lo tanto, bello. Se destrozó la cara en un accidente de coche que se salió de la carretera. Su marido y su hijo que iban delante, se mataron. Ella desde el asiento trasero no vio venir la tragedia y el golpe la sorprendió con el cuerpo relajado y flexible. Pero la cara se le llenó de cristales. Estuvo en coma por el dolor del alma que supera en un millón de veces a la crudeza del cuerpo herido. Al despertar, preguntó por ellos, dónde estaban enterrados, si tenían flores. Le ofrecieron cirugía estética, pero ella prefiere mirarse al espejo y ver la belleza de lo deforme, porque es la única foto que conserva de aquella escena, última vez que estuvieron los tres juntos.  Lo deforme es un cambio en la selección natural, un ritmo distinto, un aviso de la incertidumbre. El cuerpo perfecto es aquél que está en armonía con su habitante. Ella se sentía amputada por dentro y su cara lo reflejaba con fidelidad.


viernes, 3 de febrero de 2017

Nonagenaria



            Empezaron a sospechar de ella a la tercera asistente muerta en circunstancias no aclaradas. Una mujer de noventa años, enjuta, con grandes dificultades de movilidad, era increíble pudiera ejecutar un crimen así. Pero ahí estaban los números y las lápidas. Acudían a su casa las cuidadoras enviadas por servicios sociales, y al cabo de tres meses ya estaban oficiando un entierro en su memoria. Interrogaron a la anciana: qué ocurría, qué les daba a beber, y ella les hablaba de los bailes de su juventud escudándose en la senectud bondadosa. Después de presionarla, acabó declarando que la parca venía a visitarla periódicamente, y ella la convencía de que se llevara a una chica más joven y más apetecible para su mansión no registrada. La dejaron por imposible, pero ya ninguna asistente quiso seguir prestando el servicio. Ahora la anciana empuja su silla de ruedas hasta la escalera e invita a las vecinas a merendar cuando oye que los ladridos de los perros advierten de una visita fantasmal indeseable. A las vecinas, en cuanto entran en el recibidor, les explica enseñándoles la dentadura postiza, que existe un prodigioso y magnífico propósito para su presencia en este mundo, y que se estremece ante tamaña empresa. Les cuenta que la felicidad es saber marcharse, dejar sitio a otros en el momento adecuado. Mientras construye su discurso, les conduce a la cocina donde reposan con intención el café y las galletas.


jueves, 2 de febrero de 2017

Epilepsia



            Un viento rasposo se oye murmurar detrás de la oreja. Viaja envuelto en aros de humo. El elegido por la ruleta neuronal aguarda sumiso la bofetada, la convulsión irrefrenable. No ser dueño de uno mismo es una sensación difícil de interpretar. Ser inquilino al que le vienen a echar de casa no es plato de buen gusto. El maremoto se extiende por el cuerpo mientras el capitán, que ha abandonado el barco, mira desde la orilla con gesto desamparado.


miércoles, 1 de febrero de 2017

En la mina.



    Estalla la luz cuando los cascos abren grutas tierra adentro. Taconean la roca con flamenca tragedia. Desgajan brillos de joyero insolvente cuando los celos se desploman sobre sus cuerpos tiznados, casi enterrados en paz descansen. Viceversa, fuera espera la fiesta, o no espera, la salida del fruto negro cargado en vagones infernales hacia el siguiente anillo de cante hondo, de castañuelas en vasos de vino, con una luna descalza y unas mujeres que dejan el fatalismo para las madrugadas. Los dedos coquetean con la piel afligida de la guitarra. Viceversa, el mar no sabe del mito de las cavernas, de la caja de música que contiene los sueños de una niña que se balancea en la mecedora de la anciana. Viceversa, la historia de un pueblo espera silenciosa los eructos del dragón que traga y escupe su propia mierda. Más temprano que tarde llega el tributo, el duelo contenido, la sabiduría ratificada de que las cosas son así y ya está. Viceversa, la madre que te parió danza sobre el recuerdo del hijo, sobre un hoyo que nunca se cerrará del todo.


martes, 31 de enero de 2017

El verso como animal de compañía.



       Me regalaron un verso como animal de compañía, se orina por las baldosas y anhela atrapar al genio que sospecha se esconde en una botella de lejía. No rima, hace tiempo que mi verso no rima, y se esconde cuando llego a casa con los pulmones cargados de pena. Mi mascota no tiene nombre. Nunca me he visto en la necesidad de llamarlo. Se rasca arrimándose al rodapié. Cuando le enseño una hoja escrita pasa la lengua y deforma en geometrías extrañas la tinta. Su verso es cubista del párrafo justificado. No entiende de grandes obras que lo único que hacen es quitarle tiempo a la gente para que viva.