Brasil mueve sus caderas en el bar
de la esquina de esta ciudad ajena a la semana santa. Ropajes negros sobre la
piel tostada de dos muchachas que trajinan por el interior de la barra mientras
algunos clientes bebemos juntos y solos, pensando en voz alta en el exotismo de
otras tierras que vienen a hacer de este rincón lleno de complejos un lugar
globalizado. Bebemos codo con codo y solos. La cruz la llevamos al cuello y las
procesiones nos dan pena porque son tan inútiles como visualmente turbadoras.
Bebemos notando la vida arder en los átomos que han evolucionado hasta
preguntarse qué coño son, somos. Charlamos porque el sonido retumba en nuestro
interior y da la impresión de estar ocupada por alguien la estancia que nos
abriga. En el bar entran argelinos, guineanos, marroquíes, ecuatorianos,
colombianas, cubanas, chinos. Los lugareños somos minoría en una ciudad que nos
vio nacer y no ha conseguido librarse de nosotros. No hemos movido el culo de
esta silla atornillada a la costumbre, por eso nuestra identidad es una lucha
por la supervivencia de lo que nunca fuimos. Los cristianos sin cristo somos
una civilización que hace tiempo se cuestiona sus propias creencias, y eso nos
hace más libres o más vacíos, más abiertos al asombro de un universo nada
acogedor. Bebemos juntos para evitar revoluciones, épicas hasta el vómito.
Bebemos hasta que las escobas nos barren hacia la calle, hacia el pánico de una
cama inhóspita. En casa nos espera la enfermedad que se queja como estilo de
vida. En casa nos esperan preguntas a un final inminente de ojos cansados y
piel rugosa. Somos buenos con o sin dios, a pesar nuestro, quizá. Pero hay días
que dan ganas de dejar de beber, de querer, y pensar con egoísmo pasando por
encima de los dioses de la selección natural. Somos buenos pero podemos ser
infames y mandar a la mierda el futuro, la historia que aún está por
escribirse, porque nuestro jodido nombre no aparece en ella. Podemos luchar
contra nuestra programación genética y desertar de este libro escrito con genialidad,
pero traducido por necios. Podemos cagarnos en todo lo más sagrado y pedir otra
copa, la última.
jueves, 23 de febrero de 2017
miércoles, 22 de febrero de 2017
Platos rotos.
El cielo acaba de explotar en la otra orilla. Hasta aquí llegan las cenizas azules. Los desheredados sueñan con la catástrofe que irremediablemente se cumple al día siguiente. Ellos son la conciencia que llama a la puerta a las cuatro de la madrugada del Apocalipsis. Por eso instalamos sistemas de seguridad, para dar media vuelta ante los difusos peligros. El orden para quienes manipulamos el entorno es fundamental. Los creadores del sistema estamos seguros de que el destino lo escribimos nosotros. El fatalismo es para los débiles. Ni siquiera una tormenta de verano nos coge despistados a los de la parte alta de la pirámide. Y si algo incontrolable ocurre, nos replanteamos todos los avances y exigimos que rueden cabezas. Ni dios puede venir si no concierta cita. Las cosas por desgracia están cambiando, y las ambiciones mafiosas quieren poner en contacto una orilla con la otra. Así que aquellos que según las estadísticas viven con un euro al día, ahora pasean por mi calle buscando trabajo, como si ello les ayudara a escapar de la fatalidad. Hojean el periódico intentando descifrar los asuntos que nos interesan, miran la televisión para aprender el idioma que les asegurará un techo protector. Todo se contagia menos la belleza, y ellos lo único que han logrado es destapar la virtualidad de nuestro sistema de untar las tostadas. En vez de enriquecer sus bolsillos, hemos descubierto que también en esta orilla existe la crisis y que el cielo en cualquier momento puede reventar. He cortado el césped de mi jardín. No quiero que el hundimiento me coja con asuntos sin resolver. Algunos no queríamos viajar para no ver las goteras del invento. Pero ha sido inútil. Ellos han viajado hasta nuestra casa. Y ahora estamos unidos por el desaliento. Es el fin de la poesía experimental.
martes, 21 de febrero de 2017
Es lo que parece.
Una colisión en cadena en la
carretera comarcal. El campo de tulipanes se encharca en sangre. La lluvia no
puede diluir el rojo. Las piernas amputadas desean ser útiles como bates de
béisbol, ver carreras de cerca mientras las dejan caer sobre la tierra en busca
de la siguiente base. Al final de un accidente te espera una silla de ruedas
para sacarte a pasear desde la altura de un niño, pero se te empina como a un
caballo y nadie quiere montarte. Después del trabajo delante de una pantalla de
ordenador, donde estar sentado es una ventaja, el parapléjico acude al centro
de rehabilitación a realizar sus ejercicios fisioterapéuticos. Le han hablado
de los juegos paralímpicos, pero ya tiene su agenda saturada de chorradas. Está
harto de escuchar cómo los mancos anhelan jugar al tenis, o los cojos ser
delanteros del Madrid. Está cansado de gente que no acepta su condición de paralítico
e iza la bandera de la superación. ¿Superarse es rascarte el pie que no tienes?
En su opinión ya es hora de que algunos dejen de comprar zapatillas de marca
con las que lograr mayor suspensión en los saltos de pértiga. Ya es hora de no
hacer más el memo y empezar a hacer bien lo que bien puedes hacer. Bastante
difícil le resulta engrasar su propia silla de ruedas para dedicarse a
experimentos de astronauta. Ha oído hablar de un asunto turbador al que los
especialistas ponen este título: trastorno de identidad de la integridad
corporal. Ha consultado sobre el asunto en Internet, son personas que quieren
amputarse miembros para quedar postrados en una silla de ruedas, alcanzando con
ello la realización personal. Wannabe de la ortopedia. En ese momento llaman al
timbre de la puerta, y él, movido por remotos impulsos, se desploma en el
intento de levantarse a abrir. Suspira a ras de suelo, tragándose el dolor de
verse en los malditos espejos.
sábado, 18 de febrero de 2017
Fantasmas familiares.
Los fantasmas genéticos no se
exorcizan con facilidad, están emparedados en los muros de las casas que
habitamos, respiran en los álbumes de fotos y hacen emerger sus etéreos
amaneramientos con cada espejo. No puedes renegar de tu madre ni de tu padre
sin desertar de ti mismo. Arrastras el peso de generaciones en el movimiento
reflejo de tus órganos vitales. Los fantasmas esperan sentados a que vuelvas del
trabajo, del paseo, del orgasmo. Te miran un segundo y ya saben qué ocurre en
los trancos impares de tu andadura. Sus cánticos son repetitivos y te agotan
los oídos que pretendían adoptar una nacionalidad distinta escuchando idiomas
extraños. Los fantasmas del código genético no se van ni con transfusiones
totales, ni con entierros de apellidos comunes, ni con reconocimientos
públicos. Te haces trampas en el solitario por ver si los despistas, si la
partida de nacimiento se pierde y ellos vagan por el limbo de los pasillos. Se
acicalan en los armarios viejos, entre los papeles amarillos, en los cajones
donde aún quedan rastros de sus denuedos. Ha venido una psicóloga a preguntarte
por ellos. Habéis hablado y reído con los recovecos de la mente juguetona. De vez
en cuando has desviado la mirada en su busca incorpórea, pero los taimados
fantasmas han decidido no hacer ruido. Ha acudido también un experto
parasicólogo con aparatos de medición, pero la genética es apenas mensurable
por la tecnología paranormal. Has abierto las ventanas y una ráfaga de lluvia
ha empapado la sala de estar. La limpieza pasa por el olvido, por no haber
vivido, por no tener pasado que rememorar. Por un momento has tenido la
tentación de dar el salto y juntarte con tus fantasmas en la misma casilla de
juego. Ellos han visto que la cosa iba en serio, y por hoy han decidido dejarte
en paz.
viernes, 17 de febrero de 2017
Algo que contar.
Escribes a lapicero cuidando el
trazado de las letras, con una borra goma cerca del papel por si has de eliminar
cualquier error caligráfico. Oíste hablar de la importancia del estilo y
quieres ser riguroso. El escrito trata sobre los amores que surgen en la
cárcel, sus idilios de ducha, sus paseos románticos por el patio, sus celdas de
misticismo, sus noches de derrames viriles sobre el catre, sus cruces de navaja
y el chorro de sangre brotando del caño de un obligo nostálgico de cordón.
Sacas punta a tu lápiz mientras imaginas la sodomía en prisión, la dificultad
de la caricia en los comedores, en los talleres. Esas cartas enviadas a uno
mismo reconociendo que el amor surge como proceso químico y es imparable aunque
alrededor sólo haya bestias mugrientas. Cuando se ha activado el mecanismo del
afecto, el destinatario puede ser cualquiera que entre en el campo de visión.
Se sube el gato a la mesa en la que escribes. Serpentea y se enrosca. Borras la
palabra trasero y escribes antifonario, porque lo has leído en un libro de
sinónimos y pretendes ser presumido con el lenguaje, tal como te enseñaron en
el taller de escritura del centro cívico. Nunca has estado en la prisión ni
falta que te hace para comprender que los muros no acaban con la naturaleza
humana, más al contrario, la obligan a reaparecer. Y el amor, inevitable
incluso en los peores momentos, si se cohíbe deriva en perversión. Algunos
eligen esta salida. Las depravaciones hacen daño al otro; el amor, a uno mismo.
Alargas las eles como si el protagonista estuviera lanzando una cuerda al otro
lado de la alambrada. La libertad en un planeta que gira alrededor de la música
que tocan los demás, es una ilusión absoluta en un juego galáctico relativo.
Por eso el temor renace cuando el sol, como un caballero de encendida papada,
da paso a la dama de nariz picuda. Los ruidos de la cárcel en medio del sueño
le echaron en manos de aquel psicópata, pedófilo y sadomasoquista. Él le quiere
más que a su propia vida. Deja de escribir un momento. No tiene prisa en ésta
su nueva profesión de jubilado prematuro dado a la narrativa. Muerde el lápiz y
mira fijamente a los ojos del animal doméstico pero sin domesticar. Los felinos
tienen ese carácter vaporoso. La goma ha dejado un rastro de migas sobre el
papel. Sopla y las palabras se desprenden de la superficie blanca haciendo
estornudar al gato. No es fácil escribir a pesar del esmero puesto en la tarea.
En la penitenciaría suenan las alarmas.
jueves, 16 de febrero de 2017
Condenado por la campana.
Transformar los sonidos en sabores
para comer esa maldita sinfonía que retumba en el muro que te une a un vecino
más sordo que melómano, provoca en ti una mala digestión y evacuación diarreica.
Uno puede llegar a odiar hasta la belleza si se la imponen. Pero salir a la
calle no es una opción porque son tiempos de fiestas patronales y quien no
golpea un tambor no siente el terruño en la sístole del corazón. Luego del
jolgorio popular volverán los del martillo pilón, las grúas y las zanjas para
mejorar nuestra calidad de vida con una red de hilos tramando algo bajo
nuestros pies. No das con la sintonía del móvil que se amolde a la sensibilidad
sonora actual. Todas están pensadas para desestabilizar provocando trastorno
bipolar. El claxon de los coches se prueban a sí mismos que son símbolos
viriles. No hay medida de tiempo más corta que aquella que va de un semáforo
puesto en verde a un tonto al volante pitándote en el culo. Entras al cine, parece
que un virus salvaje se propaga a través del aire acondicionado y causa una avalancha de toses espasmódicas en los
espectadores. Sales del cine y la gente necesita tiempo para adecuar la
inflexión de su voz, que viene de estar sometida a la penumbra. La estridencia
es un arma de destrucción invasiva. Probablemente por ello, no muchos hayan
podido ver hasta el final la película del "Gran Silencio". Los monjes
en su vida cotidiana deslizan sonidos que sólo ellos saben interpretar. Te
sugestionan con sus movimientos rituales, con sus señales de hábito, y te
invitan a una última cena sin brindis. Si no fuera porque del monasterio
también se puede salir, harías los votos con los oídos tapados. La pobreza,
teniendo para comer, vestir y dónde dormir, es al menos clase media. La
castidad voluntaria siempre será mejor que la obligada. La obediencia hacia
quien debe obediencia tampoco puede ser peor que tragar con los despotismos de
un jefe de sección de estupidez contrastada. Y a cambio te ofrecen silencio, que
aunque ellos lo llamen oración, no deja de ser un artículo difícil de conseguir
incluso en la cumbre del Everest.
miércoles, 15 de febrero de 2017
La suerte de mano.
Nos agarramos a la vida. Dame la
mano, querida, no me sueltes. A la vida, la que sea. Contamos con una idea de
lo que somos y perseveramos en ella. ¿Equivocada? La única que nos queda,
algunos incluso le cogen cariño. La mano del que está erguido, dice: Se va. La
mano que afloja del que está tendido, dice: Se acaba. La última cobardía viene
a contar que se tiene miedo a la forma de morir, no a la muerte. Somos gentuza
que nos hemos juntado en esta leonera a hacernos trampas al solitario. La
muerte duele si consiste en arrancarnos de lo que somos. Eso es imposible, me
comenta una amiga experta en el ser y su consistencia. ¿Experta? Ella perdió la
memoria y se ha construido una nueva identidad basada en directrices
terapéuticas de bienestar zen. Amén. Por si acaso, intento empaparme en los
productos imperecederos que nuestra imaginación ha elaborado a lo largo de
siglos de evolución y mitología. Intento conocer aquello que perdura, a ver si
por ósmosis algo se pega. Intento no darme demasiada importancia para conseguir
una transición con cierta naturalidad. Puedes soltarme la mano. Así está bien.
Todo está bien. Que pase el siguiente a intentar responder las preguntas.
martes, 14 de febrero de 2017
Intérprete callejero.
Un par de historias inacabadas:
aquel amor que se podó en mala época, aquella familia que se rompió a fuerza de
acudir a entierros y herencias. Él venía de esa cosecha de mal año y acabó en
peregrinaje por estaciones de metro y aceras concurridas. En el estuche de su
violín, el viandante posa las monedas como migas de pan destinadas a una paloma
moribunda. Su improvisado público oye cuatro acordes a lo lejos y prepara la
dádiva que pesa en el bolsillo. Se inclinan para que no haya rebotes incómodos.
Él hace un gesto de agradecimiento y posa la mejilla sobre su instrumento igual
que lo haría un marido feliz sobre el vientre "okupado" de su esposa.
La otra noche, dos tipos a los que nunca había visto, lo abordaron, le dieron
un montón de hostias, le quitaron el violín y le insultaron con un odio
visceral. Ahora coloca el estuche en la acera como si fuera un ataúd de música,
y rasga el aire simulando que allí hay cuerdas y resonancias de madera. Sangra
de una ceja. Un avión le hace una brecha al cielo. Los hay que tienen los
derechos de propiedad sobre la desgracia. Son muy celosos de lo suyo. El
infortunio hace compañía. Otros, pagamos, no nos importa, para que pase de
nosotros semejante cáliz.
lunes, 13 de febrero de 2017
El verbo pensar.
Una criatura pensante llega a
engordar hasta el coma si su pensamiento se ve sometido a estrictas sesiones de
sofá, televisión e Internet. Pensar es conducir sin chófer por carreteras que
no conoces. Pensar es cuestionarse a sí mismo y someter a cambios el arquetipo
con el cual entendemos el escenario que nos rodea. Pensar lleva mucho tiempo a
la criatura. Es su acción y su omisión, su proyecto y su análisis. Entras por
la puerta después de un largo viaje y lo primero que me preguntas es si he
pensado en ti. Contesto que sí, que ese pensamiento impide que te vayas del
todo, que tu presencia sea una constante en esta casa. Pero algún día dejaremos de pensar por
agotamiento, y será en parte un alivio y un descubrimiento de la desnudez, la
demostración de que sin elaboraciones mentales no hay criatura, y si la hay,
nada tiene que ofrecer. Nos besamos. Los besos son antídotos del exceso de
pensamiento. Que por un momento las descargas eléctricas reactiven el entramado
biológico. Pensar demasiado da dolor de cabeza, como si el cerebro estuviera
agrandándose con intención de romper el tejado de su casa. Nuestro hijo se te
echa encima y te abraza con desesperada ternura. El perro mueve la cola y da
vueltas buscando su sitio. Las plantas de la terraza respiran aliviadas. Suena
un DVD de Bach. Bach no sabe lo que es un DVD. Un DVD no sabe quién es Bach.
Suena un DVD de Bach. Mi suegra, desde su soledad, piensa en si habrá llegado
ya su hija y la llama con su móvil de teclas grandotas. Suena el teléfono
cuando el perro está lamiendo la pierna desnuda de mi mujer. Estaba pensando
en llamarte ahora mismo, mamá. Pienso en una reflexión ética de Spinoza,
pero no recuerdo bien la cita. Algo así como que el pensamiento es un atributo
de dios. Se me va la mano al crucifijo del cuello que me regaló aquella amiga
muerta en un accidente de quirófano. Pienso en ella. En dios no sé cómo
hacerlo.
sábado, 11 de febrero de 2017
Penúltima cena.
Me pesa la mano cuando tu cuerpo
sinuoso reclama caricias. Mis venas hinchadas acumulan años de impotencia. Tú
eres joven, tanto que piensas que el amor resbala entre las sábanas del verano.
Te curvas hacia mí como una estrella menor hacia el centro de su galaxia. La
vejez ralentiza el paso porque ya sabe hacia dónde va. Te atrae el ilusionismo
de la experiencia, la sensibilidad pausada y la inteligencia forjada a golpes.
Pero cuando el letargo, a media luz, te adentra en mi territorio, las
sensaciones de la piel se imponen a cualquier control de la razón. Me incomodas
con una voluptuosidad apremiante porque ya no puedo jugar a creerme la pasión
con este cuerpo mustio, nostálgico de muertos. Tú transpiras vida y necesitas
crearla con cada suspiro. Adormeces mientras busco el borde de la cama para
saltar al vacío. Lo más deseable de la muerte es que se trata de un lugar sin
esquinas. Tus flujos son una sopa fría de esencias silvestres. Los míos,
detritus mal envasado. Es esta manía estética la que me impide el engaño en el
placer. Qué haces en la ventana. Ven aquí conmigo. Mira cómo el horizonte se
pliega en la oscuridad. Aprovecha, cariño, para fijarte mejor en el mural de mi
vergüenza.
viernes, 10 de febrero de 2017
Inesperado.
Tirar del hilo de la incertidumbre
es descubrir la certeza agazapada con complejo de niña gorda. Una fuente de luz
dirigida hacia los ojos nos ciega. Adoptamos ante ella una postura relativa
debido a las circunstancias, pero la aspiración es absoluta. No sé por qué
entienden el determinismo como una línea de la que es imposible salirse. Sería
un determinismo muy fácil de quebrar. La ley y su trampa. El poder de la unidad
es que acepta cualquier proposición sin despeinarse, sin que eso pervierta su
esencia. Una razón general, un proyecto inteligente, sólo se comprenden cuando
se llega al epílogo. Durante el trayecto, en el transcurso del nudo argumental,
la sensación de desamparo, de casualidad, de azar, es permanente. No supiste
qué decir cuando llegué borracho a las cuatro de la mañana. Era la primera vez
en veinte años que me veías ebrio y regresando a casa a una hora más propia de
los fracasados que han tirado la toalla. Vi dibujado el miedo en tu cara. Por
un instante sospechaste que el sueño de una vejez, apoyados uno en el otro
paseando ternura por las calles, se esfumaba. No hablaste, ni preguntaste. Mi gesto
desesperado, mi acción chirriante, eran suficiente declaración para ti. Te miré
de frente mientras me iba a los lados, esperando reproches que dieran rienda
suelta a las revelaciones. No diste pie a nada. No pude quejarme de nuestra
intachable relación. A la mañana siguiente ya no estabas. Supuse que habrías
ido a la casa de la sierra en busca de otro destino con su vocación para las sorpresas.
En mi interior ya bullía el desarreglo. Y tu contrariedad fue tan grande que no
aceptaste las explicaciones. La luz nos aplasta. La unidad permanece cuando
todo cae hecho pedazos alrededor, por eso la sensación de abandono es mayor. No
comprendo la dirección de nuestros trayectos, la incertidumbre que nos lleva a
la evidencia. Una vez nos quisimos casi de verdad.
jueves, 9 de febrero de 2017
La Hora.
Es la hora del combate, la hora en
que se acaba el compadreo y en las grietas yacen las moscas de invierno o las siniestras
cucarachas. Es la hora de entrar o salir; no vale esconderse en el quicio de la
puerta. No más prórrogas de asceta estreñido o misticismos de pandereta. El
martillo pilón ya perforó la mina para la extracción beneficiosa, o la ruina,
qué más da. El sonido de las armónicas rueda por la ladera. Es la hora. Las
naturalezas más ricas tardan mucho en pulirse, pero el tiempo exige cuentas
antes de echar a correr como bestia huyendo del fuego tragavísceras. El
señalado, como respuesta al silencio, debe elegir aunque no esté convencido,
debe tirarse desde la altura aunque no haya un par de brazos para recogerle. El
elegido es un huérfano que no podrá apelar a quien le reclutó.
miércoles, 8 de febrero de 2017
Entre basuras.
Preocupante es su nuevo afán por
revolver las basuras de la noche, intrigante por los perfiles angulosos que la
cortejan. Al pie del árbol en la esquina de la acera, cuando la campana de la
torre acompasa el oscuro fondo, roncan las mascotas inermes y levitan los ecos
que traen sorpresas desechables. Hurga con la punta del zapato entre las bolsas
de plástico: un peine sin púas, una compresa que besó sus labios, cartas y
apuntes rotos junto a una intacta botella de orujo que apuntala una silla
cansada con solo dos patas. Se agacha ebrio de maravillas para descubrir una
delicada jaula que extrae del limbo pegajoso… y comprende. No siempre se tiene
la fortuna de descifrar el entorno con acierto, sin juicios contaminados de
antemano. Aún dentro, colgado del palo, boca abajo, el canario se aferra con un
mordisco de alambre. Duda y hace dudar con sus plumas de peluquería, entre la
vida y la muerte del prisionero cantarín. El dueño no se atrevió a tocar la
rigidez de su belleza y se deshizo de la escena al completo, incapaz de
desarmar las rejas que lo retenían y que se convirtieron en perennes. Cánticos
del folklore local en voz de una puta deslenguada suenan calle arriba. La vieja
desarrapada surge por detrás de nuestro
antihéroe asestándole un rodillazo, mientras su perro esquelético lo asedia a
ladridos. La vieja reclama a gritos su territorio, su puesto de trabajo, su
lugar para los sueños. La miseria también tiene registro de la propiedad. Y
repasa el botín, cogiendo la inmundicia que los otros curiosos de la basura han
dejado. El contenedor saqueado mira al indiferente firmamento.
martes, 7 de febrero de 2017
Salida laboral
El tipo engominado decidió hacerse delincuente
informático por considerarlo el trabajo más fácil del mundo, en un escenario
salvaje al oeste de Internet donde hasta los medio lelos se creen que saben manejar
una pantalla y un teclado. A costa de los medio lelos se puede ganar mucho
dinero. Jobs era un genio, pero no escribió una sola línea de código en su
puñetera vida. La vida que homenajeamos es la que se vende como un gran
producto de marketing. El negro crea, trabaja y calla. El tipo engominado es uno de ellos y espera a un colega de
transgresiones virtuales en la barra de una tasca con olor a callos. Pide un
crianza y se enciende un cigarrillo. ¡Paren de inmediato! Eso no se
puede escribir, no es realista, nadie enciende ya un cigarrillo en una tasca.
Así no hay manera de confeccionar una novela creíble. Aunque bien pensado, la
gente prefiere que la engañen.
lunes, 6 de febrero de 2017
El tendero.
A los chinos, ecuatorianos y
argelinos del barrio, les ha dado por abrir ultramarinos. Son modas, supongo,
pues no les veo yo haciendo un estudio de mercado. Montan locales de la nada,
con una mano de pintura dada sin ningún gusto, y una luz artificial que ensucia
las manzanas. Sonríen y abren la puerta con un ánimo tan iluso que estoy por
preguntar a cuánto está la lejía. Su horario es de quince horas diarias, hasta
que ya se pudren los aguacates. Pronto empiezan a mirar hacia la acera con
tristeza, cansados de hacer guardia en una garita no amenazada por nadie.
Caduca el mes, llegan los recibos, el alquiler, los impuestos, el pago del
género. Transcurre el tiempo como si fuera un reloj artrítico y los clientes
pasan de largo. Los domingos son una excepción, hasta para dios. En las escasas
oportunidades que tienen de contactar con el parroquiano, muestran su mejor
cara, su disposición gentil y su preocupación casi asfixiante por tus
necesidades. Al cabo de cinco o seis meses cierran o ponen cara de haber
ingerido dos kilos de limones a palo seco. Negocio tras negocio a pique, con el
coste que eso implica y con los resultados calamitosos que eran de imaginar
cuando pusieron la primera barca de melocotones en el escaparate. Supongo que
eso les esquilmará el escaso presupuesto con el que empezaron, una ilusión
basada en las telenovelas. Después del fracaso se van a un locutorio a hablar
con su familia y les cuentan que muy bien, que son empresarios del sector de la
alimentación y que aquí se vive puta madre o aquello de Alá es grande, que
viene a ser lo mismo. Tropiezan con sus propias mentiras, con ensoñaciones
de burgueses, sin saber qué es éso. Se gastan los pocos euros que les quedan en
máquinas tragaperras, en lotería del Estado (del bienestar) y por último se
acercan a la bifurcación de caminos: pasar hachís y coca, vender películas
pirateadas, o hacer colas en la asistenta social del Ayuntamiento. Mientras
tanto, unos cantamañanas que consideran que la realidad no existe, y que todo
depende de cómo la mires, nos cuentan que entre todos podemos mantener este
chiringuito abierto.
sábado, 4 de febrero de 2017
Deforme
La belleza no es necesaria, ni
siquiera en el arte. De ahí su valor sin precio. Nunca porta adornos que la
desluzcan. Lo que se ve es lo que hay. Nuestros ojos, que aspiran a la
inteligencia, precisan de estaciones que cambien el paisaje aunque no cambiemos
de lugar. La monotonía convierte la belleza en un plato de lentejas
omnipresente. La lógica es bella, al menos tanto como la intuición
indemostrable. Lo asombroso es bello por lo inusual. El conocimiento es bello
por lo peculiar. La muerte es bella por ser definitiva y girar en órbitas
registradas. La ciencia ficción es bella por la ciencia y la ficción. Nacer es
brusco, doloroso, impactante; y por lo tanto, bello. Se destrozó la cara en un
accidente de coche que se salió de la carretera. Su marido y su hijo que iban
delante, se mataron. Ella desde el asiento trasero no vio venir la tragedia y
el golpe la sorprendió con el cuerpo relajado y flexible. Pero la cara se le
llenó de cristales. Estuvo en coma por el dolor del alma que supera en un
millón de veces a la crudeza del cuerpo herido. Al despertar, preguntó por
ellos, dónde estaban enterrados, si tenían flores. Le ofrecieron cirugía
estética, pero ella prefiere mirarse al espejo y ver la belleza de lo deforme,
porque es la única foto que conserva de aquella escena, última vez que
estuvieron los tres juntos. Lo deforme
es un cambio en la selección natural, un ritmo distinto, un aviso de la
incertidumbre. El cuerpo perfecto es aquél que está en armonía con su
habitante. Ella se sentía amputada por dentro y su cara lo reflejaba con
fidelidad.
viernes, 3 de febrero de 2017
Nonagenaria
Empezaron a sospechar de ella a la tercera
asistente muerta en circunstancias no aclaradas. Una mujer de noventa años,
enjuta, con grandes dificultades de movilidad, era increíble pudiera ejecutar
un crimen así. Pero ahí estaban los números y las lápidas. Acudían a su casa
las cuidadoras enviadas por servicios sociales, y al cabo de tres meses ya
estaban oficiando un entierro en su memoria. Interrogaron a la anciana: qué
ocurría, qué les daba a beber, y ella les hablaba de los bailes de su
juventud escudándose en la senectud bondadosa. Después de presionarla, acabó
declarando que la parca venía a visitarla periódicamente, y ella la convencía
de que se llevara a una chica más joven y más apetecible para su mansión no
registrada. La dejaron por imposible, pero ya ninguna asistente quiso seguir prestando
el servicio. Ahora la anciana empuja su silla de ruedas hasta la escalera e
invita a las vecinas a merendar cuando oye que los ladridos de los perros
advierten de una visita fantasmal indeseable. A las vecinas, en cuanto entran
en el recibidor, les explica enseñándoles la dentadura postiza, que existe un
prodigioso y magnífico propósito para su presencia en este mundo, y que se
estremece ante tamaña empresa. Les cuenta que la felicidad es saber marcharse,
dejar sitio a otros en el momento adecuado. Mientras construye su discurso, les
conduce a la cocina donde reposan con intención el café y las galletas.
jueves, 2 de febrero de 2017
Epilepsia
Un viento rasposo se oye murmurar
detrás de la oreja. Viaja envuelto en aros de humo. El elegido por la ruleta
neuronal aguarda sumiso la bofetada, la convulsión irrefrenable. No ser dueño
de uno mismo es una sensación difícil de interpretar. Ser inquilino al que le vienen
a echar de casa no es plato de buen gusto. El maremoto se extiende por el
cuerpo mientras el capitán, que ha abandonado el barco, mira desde la orilla
con gesto desamparado.
miércoles, 1 de febrero de 2017
En la mina.
Estalla
la luz cuando los cascos abren grutas tierra adentro. Taconean la roca con
flamenca tragedia. Desgajan brillos de joyero insolvente cuando los celos se
desploman sobre sus cuerpos tiznados, casi enterrados en paz descansen.
Viceversa, fuera espera la fiesta, o no espera, la salida del fruto negro
cargado en vagones infernales hacia el siguiente anillo de cante hondo, de
castañuelas en vasos de vino, con una luna descalza y unas mujeres que dejan el
fatalismo para las madrugadas. Los dedos coquetean con la piel afligida de la
guitarra. Viceversa, el mar no sabe del mito de las cavernas, de la caja de
música que contiene los sueños de una niña que se balancea en la mecedora de la
anciana. Viceversa, la historia de un pueblo espera silenciosa los eructos del
dragón que traga y escupe su propia mierda. Más temprano que tarde llega el
tributo, el duelo contenido, la sabiduría ratificada de que las cosas son
así y ya está. Viceversa, la madre que te parió danza sobre el recuerdo del
hijo, sobre un hoyo que nunca se cerrará del todo.
martes, 31 de enero de 2017
El verso como animal de compañía.
Me
regalaron un verso como animal de compañía, se orina por las baldosas y anhela
atrapar al genio que sospecha se esconde en una botella de lejía. No rima, hace
tiempo que mi verso no rima, y se esconde cuando llego a casa con los pulmones
cargados de pena. Mi mascota no tiene nombre. Nunca me he visto en la necesidad
de llamarlo. Se rasca arrimándose al rodapié. Cuando le enseño una hoja
escrita pasa la lengua y deforma en geometrías extrañas la tinta. Su verso es
cubista del párrafo justificado. No entiende de grandes obras que lo único que
hacen es quitarle tiempo a la gente para que viva.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)