Con el tiempo pasamos del tiempo, su
mujer se pinta la cara, se ve guapa, el amor vence las pinturas de guerra, las
raíces amenazan por debajo de las tumbas, suena el teléfono, no le quedan
fuerzas para mentir con la voz, en la pantalla resaltan los mensajes, ya conoce
su contenido, son llamadas de socorro disimuladas que buscan un cabo al que agarrarse,
quizá sea éste su último día y echa un vistazo a la agenda, no encuentra nada
en ella que no pueda esperar a otra vida, quema la obra escrita como un pirómano
del desconocimiento, y sale a la calle a ver barrigas prominentes de rabia
ingerida, a veces diría que le sobra gente a las aceras, egocentrismos de yoyó
con sus dedos en el centro de un mundo que cambia la dirección de su giro, pasa
a su lado una silla de ruedas, su mundo gira a golpe de bíceps.
martes, 4 de abril de 2017
viernes, 31 de marzo de 2017
Bálsamo.
Huele cuando una puerta se abre,
huele a su sexo convertido en inyección para dormir de amor. Huele a ella en
cada momento que la vida se gira para mirar si la sigo. Su cabello como red
sale de pesca. Ella se da la vuelta, y yo la huelo. Los aromas son embajadores
de los que no están, de los que se fueron, de quienes siempre reinarán en los
espacios comunes, huérfanos de un hombro que
roza y amortigua. Su piel ya no es suya ni es piel, y yo la huelo. Mis
sentidos la tienen registrada en la memoria de sus células moribundas de amor
perdido. Los días grises son para estar tumbados en la cama, abrazados, mirando
por la ventana y respirar hondo. Esnifo su calor, su respiración en mi nuca.
Olor de santa y puta, de madrastra y amiga, de compañera y bruja. En una mujer
caben muchas y no todas se avienen pacíficamente. Huelo a pozo profundo, con su
eco en un idioma extraño. Huelo al dolor de quien ha vivido y el producto
estaba en mal estado. Tu olor no eres tú, lo sé. Tu olor es la prenda que
guardo por si alguna vez tengo que buscarte entre las órbitas de planetas sin fragancia.
Si dios por un instante se detiene en su expansión a ninguna parte, estará
tendido a tu lado. El sabe lo que es bueno.
jueves, 30 de marzo de 2017
Siglo de crisis.
El escéptico sospecha que los
descansos que ofrece la vida son para prepararnos a sufrir más. Sufrir es
sentir y a veces eso compensa. Estamos capacitados para imaginar, prever, vivir
antes de la vida. En ese determinante azaroso de la evolución hemos sobrevivido
porque sabemos de la muerte y jugamos al escondite, porque si es necesario
inventamos dioses, y si se tercia los matamos con la misma facilidad. Nuestro
objetivo es perpetuarnos. Para nosotros nada tiene sentido sin nosotros. Quizá
el universo sólo sea una representación ilusoria de quien lo observa, y por
ello no logramos contactar con ningún ser vivo que nos siga el juego. A veces
dudamos de nuestra consistencia y queremos dar con vida extraterrestre. Por
sentido común y nivel de probabilidad, decimos, como si nosotros fuéramos
fruto del sentido común o de una alta probabilidad. Inventamos en su día la
moral para disfrutar de las sombras que se extienden en el paraíso perdido del
que nos ha tocado ausentarnos. Juzgar las sensaciones, qué gran desvarío. El
místico se deja penetrar desde dentro. Sus derrames son profecías. El placer y
el dolor cocinados como carne y pescado en la misma sartén. Cuando el éxtasis
alcanza a dos amantes, queda el éxtasis y se disuelven los amantes. Sí, sabemos
lo que es bueno, pero tememos su poder. El mundo lo retransmiten los informativos:
sadismo condensado y puesto en escena por una cara agradable. Nos sentimos tan
privilegiados ante el dolor ajeno, que no dejamos de preocuparnos por él. Desde
hace meses nadie llama a la puerta para venderle enciclopedias, ni vida eterna.
Ha puesto un anuncio en el periódico: en estos tiempos de crisis, alquilo
ventana, vistas deprimentes, buena altura, pavimento urbano de calidad,
eficacia asegurada, pago por adelantado.
miércoles, 29 de marzo de 2017
Palabras.
Cagan las palabras en las plazas donde niños infelices juegan a que caiga la noche, en los parques donde ancianos horadan sus tumbas con la impaciencia de los bastones, abastecen las palabras el cuenco de un firmamento sin fondo donde autobuses de rostros esquivos se desplazan por la rutina, sedados, conformes con la fatalidad, se recuestan las palabras sobre la piel en tabernas de clientes fijos que entran sin sed en estos balnearios de calle, cocinan las palabras con delantal dominguero en cualquier sitio donde no se pronuncie su nombre, siempre lejos del claustro de su cuarto de solteras, de su despacho impoluto donde hay tanta biografía que pesa y orgasmos inconfesables a un diario sordomudo, se arriman las palabras en el baile en un obstinado intento de provocar la aparición de la música sin letra.
martes, 28 de marzo de 2017
No dejó una maldita nota.
La mecedora se balancea al borde del
precipicio, el borracho se inclina peligrosamente hacia uno de sus lados para
buscar el paquete de tabaco. Le pesa el dolor del suicidio de alguien a quien
debería haber querido aún más de lo que ya quiso. Ahora vienen de visita los
amigos y pretenden darle consuelo con palabras tan enternecedoras como
nauseabundas. Los recibe con verdadero asco y lame la boca de la botella
vacía. Como sigan hablando con paternalismo acabará partiéndoles sus caras
bovinas. A uno de ellos se le ocurre señalar con tono moralista su notorio
problema con el alcohol.
— Estúpido de mierda, que confundes
el analgésico con la enfermedad. Pero qué os ocurre, por qué no podéis aceptar
el dolor. Tan sólo escuece a rabiar, y necesita su terapia de autodestrucción.
Dejadme en paz. El dolor se amortigua con dolor, hasta que los sentidos no
responden y entonces puedes clavarte un cuchillo candente en el pecho y
rasgarte ochenta tejidos vitales. Qué menos. Excepto los que juegan a
engañarse, a los demás solo nos queda el choque de trenes, la convulsión como
respuesta. Y eso es beber, perder el conocimiento, despertarte entre vómitos y
beber de nuevo antes de que el juicio recobrado empuje a una ducha fría y a
saludar con educación a los vecinos. Culpa y pena, sí, y que a nadie se le
ocurra sacarme de ahí, de mi hogar guillotinado.
Uno de los amigos aconseja que vaya
a dejar flores sobre su lápida inamovible. Un acto, que se supone podría ser
curativo.
— ¿Flores? — Ni se molesta en
contestar. Dando tumbos se aleja de la mecedora en busca de otra botella en el
mueble bar. Hace días que no le importa el contenido ni el color del líquido
que haya dentro de las botellas. Lo único que le interesa es la graduación.
Aquel día de la semana solían
escogerlo para exprimir el amor con sexo. No era algo fijo, pero sí, solía ser
los viernes; ella acababa de dar sus clases de alemán y él venía de trabajar en
esa absurda empresa de empaquetar pilas. Ahora se había quedado sin pilas, sin
interés por seguir fichando en la máquina de empleados que no es más que una
cuenta de esclavos. Los viernes eran propicios porque al día siguiente ninguno
tenía que madrugar demasiado, y se
acurrucaban en el sofá a ver un DVD, con la película aconsejada por el
tunecino encargado del videoclub, un mitómano de los dramas sociales. Pues
justamente eso se encontró al abrir la puerta de casa aquel fatídico viernes,
un drama social con la policía tomando notas y midiendo la altura del balcón a
la calle.
— ¿Flores? — repite a destiempo,
indignado, con voz amenazadora de borracho. Con gesto febril estampa una
botella (asegurándose, eso sí, de que esté vacía) en la primera cabeza que
encuentra. Sangrando como un cerdo en día de matanza, el amigo se atreve a
añadir con paciencia infinita que el primer paso hacia la felicidad es el más
difícil.
— ¿Y quién se conforma con ser
feliz?, contesta él justo antes de dar cuenta del primer, hondo, y prolongado
trago de su nueva botella, a la que toma por la cintura sabiendo que acabará
yaciendo con ella.
Los amigos, conscientes del poder de la
autocompasión, se marcharon, pero no se rindieron. Al día siguiente se les
ocurrió arreglarle una cita a ciegas, por aquello de que un clavo saca otro
clavo. El aceptó. Llegó al lugar del encuentro con una mueca oxidada, se bajó
la cremallera de la bragueta, y orinó en los pies de su cita. Iba con la vejiga a reventar de ron - contestó cuando le exigieron explicaciones.
Al final se hartaron de él y le aconsejaron que se tirara por el balcón, que
emprendiera el viaje que tanto deseaba hacer. Y por primera vez miró a sus
amigos como si al fin hablaran con cierta inteligencia, una inteligencia que ya
les creía devastada por los sentimientos gangosos.
Cuando le dejaron solo hizo caso del
consejo: fue a casa, abrió el balcón, tiró a la calle todas las botellas de
alcohol que había almacenado, y después, se lanzó detrás de ellas, de ella.
¿Flores? Sí, a él sí le llevan
flores, flores que se marchitan, flores que no huelen, flores que se olvidan de
retirar, flores amaestradas. Luego, nada: por capullo.
En cierta ocasión, un tipo con
nombre de plato combinado tailandés, un tal Kierkegaard, aseguran que dijo: El
que sufre debe ayudarse solo. Pero eso, no siempre es posible.
lunes, 27 de marzo de 2017
Evocación otoñal.
Ha pasado cincuenta veces por la
estación de Otoño. Los pasajeros nerviosos van de lado a lado, sujetándose las
gorras ellos y aplacando el vuelo del vestido ellas, o viceversa, que ahora
todo es intercambiable, hasta el sexo de las monjas. Los bancos están amarillos
como los dientes de un fumador. La estanquera sonríe maliciosa. Las ventanillas
son cuchillas en la cara, aire del norte que se cuela por el fondo de una
curva. Los letreros luminosos y la voz de megafonía tropiezan con las ramas
desprendidas. Tartamudean un poco los viajeros, llaman a la compasión si no
fuera por la prisa. La compasión exige un tiempo del que carecemos. Los andenes
están alfombrados de hojas venidas a despedirse. Las vías están oxidadas. Por
aquí los trenes no se detienen: su origen son las tardes inacabables del verano
turista y van con destino a la nieve que clarea en el estómago del invierno.
Los vagones, en su traqueteo de mulas mal ensilladas, escupen a los que están parados en la cuneta de la estación de Otoño. La melancolía de lo que se ve
marchar. Debería subirse, camino de alguna parte, pero sus cincuenta
pasos por esta estación siempre han sido parecidos, sin destino preciso, con el
billete en la mano, comprobando su autenticidad.
sábado, 25 de marzo de 2017
Rescatada.
Desde la sartén crece el fuego
lubricado por el averno de la apatía. Las llamas escalan las paredes devorando
la bondad de la cocina. En un rincón tus ojos autistas no se inmutan,
hipnotizados por las formas caprichosas del realismo artístico. No conoces el
miedo a los elementos, solo el que provocan otros ojos. Tu cara se enciende, el
fuego manda emisarios, gruñidos y humo antes de "parrillarte" la carne. Eres una
niña excepcional que se queda quieta para darle más dramatismo a la escena. No
lloras, no gritas, no pides auxilio, ni sales de tu quemazón interior. Piensas
aguantar allí mientras dure el espectáculo, pero al final echan la puerta
abajo, llenan de espuma la cocina y te alzan en brazos. No muestras alegría, ni
agradecimiento de rescatada. Te da pena ver morir aquella fiera de mil cabezas
que con rojas fauces ennegrece todo a mordiscos. No crees en nadie, pero eso
no propicia que te dejen en paz. Eres ese agujero negro que no se aprecia
aunque ahí estén sus efectos. Te dan un beso que no devuelves y buscas con la
mirada la caja de cerillas.
viernes, 24 de marzo de 2017
Prostíbulo del alma.
Tu mano en mis testículos actúa como
un abrelatas sobre la conserva caducada. El placer del pobre teme con razón a
la felicidad, porque a cada instante de gloria le corresponden diez latigazos.
El sentimiento de culpa pertenece a una tradición en la que se comparte lo que
otros tiran a la basura. El pobre acepta la tragedia como predestinación firmada
en contrato formal, y su horizonte viaja a lomos de olas apocalípticas. El
suicidio es cosa de burgueses, clientes adinerados de psiquiatras que
aprovechan un hueco para afianzar la herida de la que seguir mamando. El suicidio
es un arma secreta de quien echa de menos lo que no recuerda. El pobre no
quiere saber nada de reencarnaciones, las considera una tomadura de pelo, y un
insistir en la desdicha que no viene al caso. Las biografías, por muchas veces
que las repitas, seguirán transcurriendo exactamente igual. Una cosa es no
suicidarse, y otra muy distinta es cogerle gusto al asunto carnal.
Tu boca se afana en barnizar lo que
fue furia y ahora es bestia domesticada y humilde. Olvidé la contraseña del
amor. ¿Puedo pasar? No soy nadie. Te levantas. Tu pubis sobre mi pierna: un
brasero de mesa camilla. Toma tu dinero y vete. Déjame solo, que estoy a punto
de arrancarme una estúpida esperanza que me ha crecido como una postilla, aquí,
en el lado derecho del alma.
jueves, 23 de marzo de 2017
Música.
El estuche de violonchelo se
comporta como féretro para el vampiro que afila sus cuerdas vocales. Cuando un
hombre es sometido a su negación, la música daña porque hace melodioso el
dolor. La sangre corre entre las patas de un piano y la armonía viste de
domingo a la razón. Dios da menos miedo que una tormenta porque a su rayo no le
sigue el trueno. La partitura es el mapa del tesoro que guarda vaporosas
riquezas en cofres incapaces de permanecer cerrados. El instrumento quiere ser
fiel al propósito de unas manos decididas a controlar el temblor con audacia.
Acompaña al coro un silencio que engorda la musicalidad de las voces. Por el
día vuelta al féretro, a la caja donde reposa su barriga el violonchelo, a su
silencio que aterroriza sin saberlo.
miércoles, 22 de marzo de 2017
El camino empinado.
Folló, y abortó al no aceptar la
relación directa entre jodienda y origen de la vida. Ella era más de
creacionismos. Demasiado joven para saber que la vida o jodes o te joden, pero
pocas veces te puedes quedar al margen de su agotadora fertilidad. Aquel
muchacho que recogió a última hora en una discoteca de las afueras, no era un
tipo al que estuviera dispuesta a sacar de paseo a la luz del día. Le daba
vueltas a ese asunto mientras paseaba descuidada la mano por la máquina de coser
de su abuela, una herencia que no pudo quitarse de encima en la lucha familiar.
No todo es tan fácil como detener un proceso de gestación. Pasado el tiempo,
después de ver una chinita con cara de cromo del siglo pasado en el anuncio
televisivo de una onegé, pensó en adoptar. Su cabeza se deslizó con ternura por
las cosas que perfumaron la propia infancia, y sintió que debía compensar su
acción aniquiladora de juventud. Esta vez no quería sexo, quería una niña.
Estaba acostumbrada a que los deseos se realizaran de inmediato y de forma
gratificante, porque esto es un puesto de feria donde siempre toca. Tenía que
contar su nueva decisión en el chat para singles maduros, y compartirlo con sus
amigos en facebook. Quizá, pensó, abra un blog para dar cuenta del
día a día del proceso de adopción en ese país asiático, y seguro que recibo
comentarios bien formados de gente que ya ha pasado por esa experiencia. La
vida es bella, pero en medio del entusiasmo, su primera cicatriz se retorcía
haciéndole fruncir el ceño.
sábado, 18 de marzo de 2017
Recta final.
Un aviso eran las prolongadas
sesiones de cama, los pasos lentos y remolcados que doblaban las alfombras y
convertían el pequeño pasillo en un trayecto inacabable. Un aviso eran sus
frases de inocencia recobrada, su risa infantil en medio de las arrugas, su memoria
luminosa sobre los tiempos caducos. Su antigua vivacidad e inteligencia rápida
habían declinado en lágrima fácil y dificultad para el entendimiento de las
cosas prácticas. Un aviso era su hipersensibilidad hacia los gestos desdeñosos.
El habitáculo, cuando ya no sirve a los intereses del inquilino, empuja a la
mudanza. Avisos a los que no atiendes por estar sumido en el ritmo de las
pretensiones. No está bien visto perder el tiempo deteniéndose a contemplar
cómo se apaga una vela.
jueves, 16 de marzo de 2017
El peregrino.
Un peregrino me ha saqueado por el
camino, a palo seco y sin pareados. Llevaba bordón y esclavina, una mirada de
catador de vinagre y un andar bravucón al consumar la apropiación de mi
cartera. Vaya usted en paz, me dijo mientras sus ojos hacían balance del botín.
Rebozado en gallarda felicidad, reemprendí el viaje, pensando que los ricos lo
tienen difícil para entrar en el reino de los cielos aunque el reino de la tierra
sea suyo por compraventa y justiprecio. Espero que el encargado de las
prebendas en el cielo no se lo tenga en cuenta a mi ladrón. Los tropiezos son
cosas de hombres muy hombres. Los pobres, como los perdedores y los antihéroes,
hoy en día tenemos muy buena prensa en la sociedad aunque los prudentes huyan
de nosotros como de una infección. Incluso usando preservativos de colores, las
ampollas de mis pies eyacularon al llegar a Santiago. El alma a salvo, el
cuerpo exhausto y el bolsillo esquilmado. No cabe duda que voy camino de ser
santo. Regreso a la casa a punto de ser embargada. Se sabe que el olvido es
mala cosa, que la vida sigue siendo la reina de los hábitos. Y es que tiene
mucho peligro no morirse a tiempo.
martes, 14 de marzo de 2017
Naturaleza y arte.
Jazz band; sudan las calles negras
cuando la cámara persigue a un guerrero que tira su armadura, la trompeta infla
los carrillos en la fiesta del té con musulmanes de gala en medio de una danza
clásica que convierte los polideportivos en teatros, exposiciones genitales con
dolor de espalda y tristeza en el estómago, poesía en el agua y el museo como
laberinto de nudos herrumbrosos, Teseo, ¿dónde estás?, sigue el hilo que te
llevará al empacho de los sentidos, a escenas con argumentos falsos, mentiras
que hacen más digerible la verdad, el caos de la impresión busca la memoria de
la sombra plañidera sentado en el umbral, y qué, qué quieren decir los libros
con sus palabras, ¿no saben estar callados? el silencio es más sencillo que la
cultura, menos agotador, sin abalorios, pues la belleza no necesita
promociones, él lo sabe después de su paseo por el bosque del que ha traído un
saco de picaduras y una extraña alergia en la piel, se siente creativo, ha
tomado un folio sepia, lo ha mirado, ha mirado al techo, con la mano derecha ha
sacado a respirar su pene introvertido, lo ha acariciado como a un animal de
compañía, y una balbuciente descarga de semen ha diseñado el fondo del papel,
¡arte!
lunes, 13 de marzo de 2017
Escribir sin conocer los pasos de baile.
Empiezo la línea, consciente de que
se han quemado ya muchos de los temas rastreados hasta hoy. Google no me dejará
mentir. Cuando una mayúscula se impregna de la hoja de escritura, temo que la
redundancia, o directamente la inutilidad, parirán las próximas frases. La
economía navega por aguas embravecidas que ahondan en lo ya dicho. El
misticismo eleva lo particular a lo universal y vuelta. La genética nos habla
de nosotros, aún más. La Historia, lo mismo. La tecnología es un laboratorio donde
nosotros somos el experimento. Maldito es el ser realista, escéptico ante los
sueños que amenazan con el buenismo. Maldito y jodido cuando estás avisado de
que el tiempo mira por un hijoputa vivo antes que por el honesto hombre muerto.
Se ha equiparado nuestro cabronazo casero con el sospechoso ajeno. Todos los
sudores no merecen más de unas líneas en una página web abandonada, colgada de
la soga del ciberespacio. La poesía no tiene respuestas. La ciencia, sí. Pero
como ya no pregunto nada, leo versos para digerir los libros divulgativos. Cada
noche intento hacer un repaso mental a mis muertos. Los pongo en fila y
compruebo si se han cepillado los dientes. Sin ellos mi presencia es absurda,
como si estuviera jugando al mus con osos de peluche. Una farsa. Los camareros
están atrapados, no pueden escapar de una conversación indeseada. Me ocurre lo
mismo, pero sin las propinas. Estoy buscando agua en estas palabras como un
zahorí desprestigiado por el diluvio que nos anega. Lo cotidiano es aquella
vivencia que se repite, otra vez. Sobro. Sobras. Por eso debes quedarte, porque
da igual. Si no fuera por el cuerpo y su megalomanía, nos disolveríamos en la
melodía de un teléfono en espera. Qué incertidumbres ni qué monsergas. El
asunto es claro, unos dejaron de bailar antes y otros lo haremos después. Ni
siquiera el baile tiene garantías de perdurar.
jueves, 9 de marzo de 2017
Presciencia.
Levantaba recelos su costumbre de
recordar los sueños más extraños, seguidos habitualmente de un episodio
trágico. Soñaba con tiburones almorzando espinas en una cafetería del centro
comercial justo la noche anterior a un crack bursátil. Soñaba con un teatro
vacío donde un grupo surrealista interpretaba obras absurdas vestidos de
pájaros locos, justo la víspera de que un avión se estrellara cruzando el
Atlántico. Soñaba con flanes gigantes en una mecedora la noche antes a un
terremoto. Soñaba con sodomías entre rinocerontes antes de que ocurriera un
asesinato de violencia doméstica sin domesticar. Ella no perdía el tiempo a la
hora de dormir, no le gustaba tirar una cuarta parte de su vida por las
cañerías del subconsciente. Y soñaba con argumento. Pero es una pena que solo
aquellos acontecimientos capaces de romper las fronteras del tiempo, sean los
infaustos, los que marcan huella en el cerebro hasta moldearlo. Ella tenía
mucho cuidado a la hora del despertar. Debía ser un emerger suave, un ascenso
natural de su organismo, sin sacudidas. Así las imágenes y su sentido emocional
se diluían de forma muy lenta, permitiéndole tomar nota en la vigilia de lo recién
soñado. Luego se conectaba a Internet y escribía en un blog sus presagios del
día. Tenía miles de seguidores que antes de consultar el tiempo en el centro de
meteorología, se pasaban por "Ronquidos proféticos", que así titulaba
al sitio. Esa mañana escribió su último sueño: Tulipanes flotando en bañeras de
oro, niños alrededor jugando alegres mientras los ancianos los contemplaban
desde su sabiduría de pan y aceite, una rueda gigante daba vueltas como si
fuera la ruleta de un casino, pero sin casillas de color negro. Y una música de
Rachmaninov sonaba en medio de un ambiente de serenidad monástica. Al día
siguiente se acabó el mundo y los
sueños. No hubo comentarios en el blog. Solo un gesto, un guiño ;)
martes, 7 de marzo de 2017
Lex.
En su bolsa testicular ubicó la
balanza de la justicia. Iba impartiendo sentencias sin preguntar por el nombre
de las imputadas. Juraban poniendo la mano en la Biblia que jamás volverían a
caer bajo la toga de aquel tipo genital. Pero el sistema carcelario en el que
nos movemos no ayuda a la reinserción. Así que la sala de lo penal donde
impartía su justicia el mamporrero, siempre estaba muy concurrida. Un tipo que
ofrece el placer de quedar en paz con la sociedad civil con penas que son
amores de media hora, debería ser subvencionado por los servicios sociales del
ayuntamiento, me dijo una de sus reas, que es amiga de infancia, que casó con
un mozo que trabaja en Michelín y que la lleva a Salou por Semana Santa. El
juez que riega con su ley los ardores de mi amiga, es el mejor remedio que ella
ha encontrado donde diluir la angustia de una vida que trastorna sólo de usarla.
Y como a ella, les ocurre a otras. Ellas pagan, porque la justicia es cara y
sus caricias lentas. Se juntan varias parejas a cenar en un restaurante, y a su
mujer se le van los ojos hacia la ventana del local. Lleva toda la tarde
distraída. Y piensa él si no habrá cometido algún crimen que quiera expiar con
el juez de moda entre las parroquianas. Las dudas y la inseguridad asaltan a
cualquier hombre ante una maza de esas dimensiones. Se pone nervioso sólo con
pensarlo, y está por pedir audiencia y consejo sobre actuaciones futuras. Si la
mujer acata sus condenas sin rechistar, a él sólo le queda pedir la revisión
del caso a instancias superiores. La observa, y ella se sueña con el traje de
presa. Algo hay en el amor que caduca y nos coge fuera de la ley.
lunes, 6 de marzo de 2017
Las enaguas.
Bajo
la catedral de hielo nadan los misterios de colores. Bajo la cofia de una monja
se revuelve el amor intangible que el cuerpo desahucia. Bajo la materia vibra
la antimateria. Cada vez que reflexiono sobre la carcasa que nos envuelve,
sufro el acoso de la ilusión, el mal del espejismo, la duda de si el observador
que observa sólo puede ver una versión de sí mismo, una trama que lo completa,
que le da sentido. La observación que determina lo observado. Y mientras, la
verdad permanece codificada. Los amigos esconden lubricidad en la ropa
interior, palabras no dichas que parecen rodear la cadera femenina con calor
inofensivo. Disimular la firmeza de la erección es inútil a la larga aunque se
tenga corta. La literatura ayuda al engaño, a la máscara lingüística. Las
poluciones nocturnas se convierten en poesía en una calle abarrotada a la hora
del café. La filosofía metamorfosea sus ganas de ponerte a cuatro patas. Bajo
la catedral de la carne un dios sordomudo busca pasadizos secretos por los que
aparecerse. Los encantos expuestos como en un tenderete de mercadillo, hacen
sospechar a la más obtusa. Pero las palabras son tan constructoras de
monumentos a la amistad, que olvidas que son pronunciadas para desviar la
atención de unos testículos a punto de desbordarse.
viernes, 3 de marzo de 2017
Entre todos ellos.
Callen los pájaros estampados en el
asfalto fláccido del verano, callen los geriátricos entre los estertores del
invierno, callen las figuras del cine negro, las siluetas de mis bisabuelos con
sus adustas sombras en un marco herrumbroso, callen la gasolinera en la noche
de una carretera local desconchada, callen las flores de tela amarilla, callen
las mariposas de colección, callen las violadas en sus pesadillas, calle el
oprimido tras arder a lo bonzo, calle la escalera por la que huyó el crimen,
callen las gargantas cuando ocupan la boca de una pistola recortada o una polla
ufana, callen los trenes en vía muerta, callen los estudios los lunes por la
mañana, callen los políticos ante el golpe de las armas, callen los ciudadanos
el día después del recuento, callen los intelectuales una vez recibido el
premio a su trayectoria deslavada; tú Ainara, sigue acariciando la elipsis,
sigue así, tocando el violín. Sé que es tu forma de llorar.
jueves, 2 de marzo de 2017
Atmósfera ambientada.
La acera se enciende y se apaga al
paso del miedo. Las pisadas hacen las veces de interruptor aunque los pies sean
de individuos que se desbancan sin escrúpulos. Soporta la muchedumbre la
sigilosa deriva del noctámbulo, pasa la mano por el hombro del llorica y no se
ahoga en los diluvios. Mira con discreción por debajo de las faldas y hace
tropezar al deslenguado. Vía de peregrinos con corbata, lápida de mendigos. Por
la acera huye el ladrón y es lecho de amantes adolescentes en las ebrias
madrugadas. La acera nos arrima a la pared. La acera se ríe del viento. Dos
navajas. Sangre cursando su licenciatura hacia la alcantarilla. Lucía corre a
la par de los coches. Se despide de quien por la carretera no volverá. La acera
se acaba y ella se dobla colocando las manos sobre las rodillas. Sobre la acera
caen los suicidas confiados en la fiabilidad del verdugo. La acera construye
camastros de hojas o colchones de almidón. No se queja aunque la abran en
canal. Los niños no deben salir de ella porque es una madre plana que amamanta
con rasguños. Carlos espera y pasea nervioso. Está a punto de marcharse
maldiciendo. Ella no viene. Parece que no viene, pero sí, la chica llega a la
cita. Pensó en no acudir y quedarse en casa lamentándose, pero al final cogió
el destino escrito sobre la acera.
miércoles, 1 de marzo de 2017
La parte de atrás de la foto.
En incierto momento visitó una localización
que ahora añora. Estaban ausentes en él tanto el dolor como el placer. No se
montó en ninguna droga para llegar allí. En ocasiones revive aquella experiencia
en pequeñas dosis, pero aquí los placeres y los dolores cuentan con una
inmerecida reputación. Se sintió cómodo en aquel lugar, sólo tenía que sentarse
en la orilla a ver correr el agua sin caer en la tentación de manipularla, desviar
su curso o retenerla con sus manos. Un sitio donde los límites eran el
encuentro que daba continuidad a los hechos, donde la separación no era
entendida como distinción. Un lugar que no precisaba esfuerzo ni violencia para
existir y entender lo que existe. Es consciente que cuando habla de un estado
donde no hay dolor ni placer, la gente lo asume como grato. Se equivocan. Es un
estado sin influencias irreales, un lugar donde lo que ocurre cuadra y cuaja. Pero
su tarifa plana, sin emociones ni sorpresas, puede hacer perder los nervios a
cualquiera. Y de hecho, abandonó aquel lugar para vagar por éste en el que no
cree. Toma una dosis y se abstiene. Toma y lo deja. El agotamiento de los
estímulos son postales muertas. El hombre barbudo, con filosofía de la nada, le
aburre. Echa de menos la vitalidad de la experiencia frente a las palabras, el
actor frente al escenario, el sujeto de la acción frente a sus ideas. Llegan
las vacaciones. Bajará las persianas, insonorizará las paredes de su cerebro y
viajará hasta dar con aquel emplazamiento. Cuanto más conoce al hombre, más
cree en dios y en su inacabada búsqueda de la perfección.
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