Por la mañana cada uno de ellos
acude a su lugar de trabajo. Allí son considerados empleados competentes sin caer
en el vampirismo profesional. Los fines de semana comen en casa de la madre de
él. Son amenos en las fiestas, cultivan bonsáis y comparten la pasión por la
pintura. Ella le clava espinas de besugo en las uñas. El azota el interior de
sus muslos con un matamoscas. Ambos gozan de llevar sus cuerpos a límites no
convencionales. En el más allá del sexo se encontraron, se reconocieron, y
desde entonces no hay amantes más abnegados en el dolor. Ella muerde sus nalgas
hasta el coágulo. El le tira de la melena arrastrándola por el pasillo. Suelen
participar en tertulias sobre la nueva poética que se avecina, sin versos ni
temas tabú. Descubrieron Canadá en el viaje de novios, y les gusta repetir cada
vez que tienen unas semanas libres. Ella le atrapa los testículos con pinzas de
madera que acaba de tomar del tendedero. El suele comer espaguetis sobre su
bajo vientre. Ella le llama gusano después darle un beso de despedida en el que
él ha aprovechado para escupirle dentro de la boca. Tienen pensado adoptar una niña
china. Su vida social es hiperactiva y satisfactoria, sus amigos hablan
maravillas de ellos, pero ahora están planificando una vida más reposada y
familiar. Los años pasan y ellos no quieren tener hijos propios, prefieren
solventar la vida a alguien que ya está en el mundo. Les gusta el cine francés,
la música étnica, y el senderismo. Ella lo ata a una silla del jardín, luego
tirada en el césped ante sus ojos, se masturba con una ortiga. El, ya a media
tarde, se mete un bolígrafo bic con caperuza por el ano, mientras ella lo
observa y le tira agua helada por encima. El jueves pasado salieron de la
ciudad, por darse el gusto de contemplar un atardecer de la primavera recién
iniciada fuera del alcance de las luces artificiales. Ponen la equis en la
casilla de la Iglesia, votan a la izquierda y ningún año se pierden Eurovisión.
La semana que viene tienen apalabrada su presencia en una galería de arte donde
un amigo expone su nuevo trabajo inspirado en el paisaje de las alcantarillas,
en el submundo de la ciudad. Por la noche se abrazan y duermen casi el mismo
sueño. Su afinidad espiritual ha llegado a un punto que los demás envidian
hasta la urticaria. Es Nochebuena y están con toda la familia. Se esconden unos
momentos en el baño para que él le atrape los pezones con las pinzas de una
nécora. Ella le unta el pene con guindillas antes de llamar al perro. Son la
pareja perfecta.
jueves, 27 de abril de 2017
miércoles, 26 de abril de 2017
Aleteo.
No me gustan las mariposas, se dan
demasiada importancia con sus colores de Photoshop en erráticos viajes al país
de las maravillas. No me gustan porque sospecho que se pasan el carné de vuelo
unas a otras para mantenernos hipnotizados en la levedad de la belleza. No me
gustan porque no puedo acudir a su entierro. Dónde dejan de mover las alas.
Dónde tienen su cementerio las mariposas. Dónde puedo ir a congratularme con su
descanso último. Parece que conocen caminos inexplorados entre los arbustos,
que se pierden en un limbo de viento. No me extraña que algunos se dediquen a
cazarlas y clavarles alfileres. Se merecen esa sañuda lección.
martes, 25 de abril de 2017
Levantamiento de cadáver.
En las perchas tengo muertos que aún
no he descolgado. Pinzados por los hombros permanecen en este entierro vertical
acompañando a la ropa que sí uso, que todavía paseo por las calles. Las
chaquetas saben quiénes fueron sus dueños y rechinan cuando mi mano las sacude
midiendo su utilidad. Debería librarme de esa ropa que solo entiende de
espectros. No es fácil, porque las personas impregnamos las cosas de nosotros
mismos, que se lo pregunten a los de la policía científica, que te sacan el ADN
de un gorro de lana mal doblado, y claro, eso sería como tirar al contenedor a
mis difuntos, a mí mismo, a una vida que ya va necesitando de referencias para
sujetarse al despertador cada mañana. Un buen incendio es lo que van pidiendo a
gritos estos armarios donde ni las polillas se atreven a entrar. El fuego es
verso libre, es revolución anarquista. De la primera llama a la última, que es
la misma - ya cansada de dibujar lágrimas de oro en el aire -, va un desorden
de tenedores iridiscentes que comen tanto carne como pescado, madera como
recuerdos. He de dejar solo el esqueleto, la percha colgada del aire inflamado,
la esquela profesional dormida entre dos páginas de un libro de árboles
frutales. Roñoso es el fruto cuando las palabras están dedicadas a un espacio
deshabitado. El espacio, ahí está el problema. En los cajones caben muchas
cosas. Qué meteré en ellos después de la evacuación. Esta casa no estaba
pensada para una sola persona. De ninguna manera.
lunes, 24 de abril de 2017
La muga.
La luz de la piedra medieval canta
en directo a los siglos venideros. Ahí va tu vida ascendiendo con sudores a una
cumbre difusa, aficionada a los trucos de magia que aplaudimos porque nos gusta
el autoengaño más que a un médico de la SS dar de alta. Por la cuesta rueda el
tiempo que no existe y cae por la sima que no se abre. Un segundo, solo un
segundo solo, sin tildes, equiparando al solitario con los demás, largo porque
es único, no hay más que un segundo, piénsalo durante un segundo: ¿alguien oye
los dolores de su parto o los estertores de su muerte? Un segundo atemporal
como el vuelo de un cerdo o el ronquido de la escarola. Rueda por el cantón,
con la memoria escalonada, el segundo, tu segundo, nuestro segundo que es el
primero y el último, el único donde se funde el queso en el plato, tu vida en
el cantón, tu estómago repitiendo los cantares medievales, todo rueda menos la
rueda que gira durante un segundo. Has perdido el tiempo leyendo esto, has
perdido tu segundo y ahora es tarde, se acabó.
viernes, 21 de abril de 2017
Ya empezamos jodiendo desde la mañana.
No sé cómo se escribe cruasán en
francés. Me lo pregunto cada vez que lo desayuno junto a un moro que mastica
tabaco y propone hacerme una mamada por cuarenta euros. Jodido moro que quiere
embadurnarme la polla con su halitosis de nicotina. Si sigo desayunando en este
garito es para ratificar que la naturaleza humana da asco coma o no cruasanes.
Lo que no entiende la lengua, el estómago lo digiere sin preguntar. En la
calle, el autobús de la asistencia social ha recogido cuatro sillas de ruedas
con personas resignadas a la prolongación del tiempo en relojes estropeados. Me
fumo un puro después del desayuno y le echo el humo en la cara al moro que por
venganza me escupe su bola de saliva y tabaco en chicle. El moro me dice:
cabrón cristiano de los huevos, y le muestro el crucifijo que llevo colgado al
cuello, crucifijo por el cual no me jugaría el cuello. Pero el moro tampoco
tiene intención de inmolarse por aquí ni por alá. Así que estamos igualados en
cuanto a devoción. Nos despreciamos porque somos muy parecidos. Voy a por el
pan sobado, con el que untaré salsas asquerosas por mi manía de emular la
cocina desautorizada. Volveré a casa donde me espera el ordenador con sus avisos,
con mis amiguitos de facebook lanzando desengaños al ciberespacio. Enviaré mis
colaboraciones y eructaré con erección estúpida, convencido de que la edad no
enseña nada reseñable, excepto que te queda menos tiempo para hacer el bobo con
la pretenciosidad de un superhéroe.
jueves, 20 de abril de 2017
El mejor amigo.
La huella que deja mi cuerpo en las
horas muertas, el sofá la reconoce. Él masajea mi espalda y ausculta el vacío
del ano entregado a sus monólogos. Mi sofá me duerme con sus florituras de
tela, recibe mis olores con la mansedumbre de un animal de compañía en quien
vuelcas tus impotencias. Derramo sobre él sobrantes de cerveza y lo someto a
sesiones de sado apagando cigarrillos de tabaco liado. Se amolda a un peso que
no es el suyo y guarda secretos que no importan a nadie. Si pudiera escribir de
mí como yo de él, acabaría con la escasa honra que me queda. El sofá tiene
memoria y me recuerda las verdades que balbuceo en medio de la ebriedad. El
sofá es fiel porque sus patas no sirven para andar, de lo contrario se alejaría
de mí como los demás.
miércoles, 19 de abril de 2017
Señales.
La mano tendida da o pide, bendice o
se aferra, acerca o distancia, acaricia o restriega, prudente o necia,
extrovertida o temerosa, la mano tendida, confusos son los gestos del hombre
confuso con la mano tendida cuyos sueños son gárgolas de pies fríos, con un
nombre al que no responde, barba indigente y cargado con una mochila de
fronteras licuadas, su pesadilla es reiterativa, camina como un dios sobre un
océano de sapos resbaladizos, sabe que su alma es lasciva como así lo atestigua
la carne que la transparenta, a los cobardes les gusta culpar al placer de sus
males, se da un baño de flores en el jardín público y amanece ausente junto al
contenedor amarillo con la mano tendida hacia el plástico.
martes, 18 de abril de 2017
Colisión.
La inocencia desmonta el modelo
ficticio de los adultos. A la inocencia le pellizcamos la mejilla porque no
sabemos hablar con ella. La inocencia no distingue a qué lado de los barrotes
habita la libertad. A la inocencia, sólo emponzoñándola puedes conseguir que
renuncie a sus virtudes teologales. Si logras hacerla sentir culpable puedes
derrotarla, condenarla a una existencia mortecina. Cuando un niño se hace el
muerto es porque recuerda de dónde viene. Un niño miente porque teme a aquello
que los mayores llaman verdad. Un niño es cruel para medir las fuerzas de los
adultos, descubrir los límites que lo rodean y conocer hasta dónde soporta una
víctima sin rebelarse. Los resultados suelen sorprenderle.
sábado, 15 de abril de 2017
Mamífero terio de biblioteca.
El desconocido deja de serlo cuando
se convierte en una imagen fija, en alguien encuadrado en tu cerebro, en una
silueta que tapa el horizonte y no reclama atención especial. Él se sienta
delante con sus libros de derecho, enciclopedias y carpetas de colores sobre
una mesa en la que ocupa al menos el espacio de tres sillas, lee y toma notas,
hace seis años que repite el ritual en la biblioteca pública, cada mañana sin
apenas usuarios a su alrededor, no falla nunca, a ese ritmo debería haber
concluido tres carreras si tal fuera su intención, pero no parece que lo suyo
sea la competición académica, va siempre con la misma ropa, sin excepciones,
limpia y descolorida, atuendo en el que destaca una chaqueta a cuadros
remendada con hilo azul, acarea una destartalada serie de huesos y pellejos
como arquitectura biológica, se gira, sus ojos son afilados y bailones, una
perilla irregular y un pertinaz optimismo brilla en su recorrido facial, coge
del estante un manual sobre cómo construir el futuro partiendo del hecho de que
la justicia es imperfecta en el hombre, la angustia no se resigna a ver escapar
una presa tan fácil, pero él se mantiene feliz en su firmeza erudita sin
propósito aparente, sólo el estudio y la reflexión le interesan, sólo necesita
un cambio de ropaje, un quita y pon para seguir en lo mismo, ahí lo dejo,
reforzando su mente con material reciclado de los libros.
miércoles, 12 de abril de 2017
Nueva generación.
Los cambios acarrean críticas. Criticar
es fácil, construyes tu argumentación sobre los cimientos de otro, sobre la
calidad de sus materiales, y además la crítica no obliga a nada porque se
reviste de mera opinión, y la opinión es libre. Los jóvenes se equivocan,
aseguran los viejos que se equivocaron de jóvenes. Seguimos avanzando porque
los pusilánimes quedan atrás junto a la estufa del inmovilismo. Conozco un
poeta que defiende que la palabra poética debe volver a sus orígenes, a indagar
en las esencias, a respirar “Om” por los poros del místico. Airado congreso de
poetas contra la ira que se duermen en sus propios versos y se proclaman
maestros mientras los discípulos se dan de baja.
Sueño con mi perro muerto, con su
mirada vacía de interacción. Pienso en las células madre y en nosotros, sus hijos.
Recuerdo el fervor de aquella tarde acristalada cuando escribí por primera vez
imaginando el infierno como una bóveda de estrellas engreídas y hablando
lenguas extrañas.
Las palabras no guardan secretos. El
que las escribe, sí. Escribimos para despistar. Damos señas falsas para que el
otro se pierda y no nos moleste con visitas inoportunas. Las fístulas de la
sabiduría se quejan de los inexpertos que quieren apoderarse de las palabras
para usarlas como balas. Los noticiarios hablan de los muertos por poco tiempo,
lanzan la pelota confiando que actuemos de frontones. Los sabios imparten
talleres literarios en jornadas intensivas de buzo y orfebrería pedante, con
los trajes sin salir del armario apolillando las tripas de estas escuelas de la
nada. Los poetas del mañana acomodarán sus posaderas sobre nuestra cara,
aspirarán intestinalmente los humores del pasado, y pondrán la vista en
horizontes que jamás sospechamos, pero que criticaremos por miedo a quedar
desplazados. Ojalá caduquemos pronto y vengan quienes abran nuevos senderos sin
pedir permiso.
martes, 11 de abril de 2017
Limonar.
El esplendor de un fondo de
limoneros no se compadece con su agrio beso. El amarillo es un brochazo
impresionista en el verde de las hojas. Los antagonismos pueden casar o
repelerse. Nadie dibuja un cuadro en el que se vea a una mujer musulmana
acodada en la barra de un bar tomando una cerveza y rodeada de hombres atónitos
al ver su mundo derrumbarse. Una mujer, que acostumbrada al velo, muestre unas
facciones de limón deseoso de ser exprimido. Los hombres reaccionan con
violencia llevados por la escasa flexibilidad mental. Lo nuevo da miedo, y si
procede de alguien que provoca deseos inconfesados, más. Hay muros que no se
tiran con mazas. Alguien tiene que poner la cara para que se la rompan, que le
extraigan las pepitas y se las machaquen con botas de odio. Hacemos daño porque
no tenemos tiempo de escuchar las circunstancias de cada persona con la que nos
cruzamos. La prisa deja cadáveres en nuestras cunetas. La mujer musulmana ha
desaparecido del cuadro, del bar, de la visibilidad. Habrá que esperar a que
Mahoma se relaje y vea más allá de los sexos. A los profetas les queda mucho
por aprender.
viernes, 7 de abril de 2017
Utensilio de cocina.
Un cuchillo encima de la mesa de la
cocina apunta a la tragedia, convoca a la sangre, al ritual del caníbal. Recoge
en su hoja la luz perdida que se cuela por la ventana de cristales sucios y
desestabiliza el fatalismo del anciano, satisface el resentimiento del
humillado y embauca con su brillo la inocencia destronada del niño. Un
cuchillo, él solo, sobre la mesa de la cocina es capaz de perturbar al más
cuerdo, de recordarnos que la ira duerme a nuestro lado después de hacernos el
amor. Un cuchillo es un cuchillo, incluso aunque quieras hacer poesía o seas
carnicero de vocación. Un cuchillo es como las ideas que flotan libres sin
necesidad de ser pensadas. Platón las desenmascaró. Están ahí y quieren
atacarnos. El cuchillo ha nacido para degollar la serenidad de la cocina. Todos
somos conscientes de cómo nos llama a gritos cuando los humores se tuercen.
miércoles, 5 de abril de 2017
Sablista.
El sablista carece de fuente propia
de energía, por eso se rodea de personas a las que succiona y desecha. No tiene
amigos, sólo estaciones de servicio. Nunca nadie te abrazará con tanto
entusiasmo ni te olvidará con tanta facilidad. Este sablista en concreto, ha conseguido
sacarles dinero a morosos y truhanes de acreditada trayectoria sin despeinarse,
vendido a sus más allegados con un gesto campechano, y ha mentido con la
soltura de un político profesional. Sentados a la mesa de un bar renegrido a
punto de cerrar, me rastrea con el cuerpo ladeado, la mirada resabiada, en la
esperanza de sacarme algo y que parezca que me está dando. Nos conocemos desde
la caótica adolescencia, sabe que le aprecio porque forma parte de mi álbum de
fotos, pero que me dejaría cortar un brazo antes de meter la mano en el
bolsillo para prestarle dinero. Aun así, tiene la tentación de hacer un juego
de malabares verbales con el que mantenerse en forma. Miro hacia la puerta del
local bostezando con aparatosidad, seguro de que captará el mensaje. A mí me aburre,
se lo he visto hacer muchas veces: trucos en los que usa la tragicomedia
dialéctica, aspavientos trufados de historias rocambolescas. Por eso se
levanta, me da una palmada y se despide. Se va en busca de alguien menos
trillado antes de que la noche se consuma sin extraerle tajada. Pienso que
acabará pidiéndome una transfusión de sangre para alguna operación futura, algo
a lo que no me pueda negar. El caso es que no me escape sin darle mi parte, la
que él considera por ley que todos debemos entregarle. Sonrío mientras me palpo
las venas. Me dan el último aviso desde la barra. Me acerco a pagar las copas.
El camarero me informa que mi amigo ha cogido un par de sándwiches antes de
irse. - Mi amigo -repito en voz baja-, y pago sin protestar.
martes, 4 de abril de 2017
Lentitud.
Con el tiempo pasamos del tiempo, su
mujer se pinta la cara, se ve guapa, el amor vence las pinturas de guerra, las
raíces amenazan por debajo de las tumbas, suena el teléfono, no le quedan
fuerzas para mentir con la voz, en la pantalla resaltan los mensajes, ya conoce
su contenido, son llamadas de socorro disimuladas que buscan un cabo al que agarrarse,
quizá sea éste su último día y echa un vistazo a la agenda, no encuentra nada
en ella que no pueda esperar a otra vida, quema la obra escrita como un pirómano
del desconocimiento, y sale a la calle a ver barrigas prominentes de rabia
ingerida, a veces diría que le sobra gente a las aceras, egocentrismos de yoyó
con sus dedos en el centro de un mundo que cambia la dirección de su giro, pasa
a su lado una silla de ruedas, su mundo gira a golpe de bíceps.
viernes, 31 de marzo de 2017
Bálsamo.
Huele cuando una puerta se abre,
huele a su sexo convertido en inyección para dormir de amor. Huele a ella en
cada momento que la vida se gira para mirar si la sigo. Su cabello como red
sale de pesca. Ella se da la vuelta, y yo la huelo. Los aromas son embajadores
de los que no están, de los que se fueron, de quienes siempre reinarán en los
espacios comunes, huérfanos de un hombro que
roza y amortigua. Su piel ya no es suya ni es piel, y yo la huelo. Mis
sentidos la tienen registrada en la memoria de sus células moribundas de amor
perdido. Los días grises son para estar tumbados en la cama, abrazados, mirando
por la ventana y respirar hondo. Esnifo su calor, su respiración en mi nuca.
Olor de santa y puta, de madrastra y amiga, de compañera y bruja. En una mujer
caben muchas y no todas se avienen pacíficamente. Huelo a pozo profundo, con su
eco en un idioma extraño. Huelo al dolor de quien ha vivido y el producto
estaba en mal estado. Tu olor no eres tú, lo sé. Tu olor es la prenda que
guardo por si alguna vez tengo que buscarte entre las órbitas de planetas sin fragancia.
Si dios por un instante se detiene en su expansión a ninguna parte, estará
tendido a tu lado. El sabe lo que es bueno.
jueves, 30 de marzo de 2017
Siglo de crisis.
El escéptico sospecha que los
descansos que ofrece la vida son para prepararnos a sufrir más. Sufrir es
sentir y a veces eso compensa. Estamos capacitados para imaginar, prever, vivir
antes de la vida. En ese determinante azaroso de la evolución hemos sobrevivido
porque sabemos de la muerte y jugamos al escondite, porque si es necesario
inventamos dioses, y si se tercia los matamos con la misma facilidad. Nuestro
objetivo es perpetuarnos. Para nosotros nada tiene sentido sin nosotros. Quizá
el universo sólo sea una representación ilusoria de quien lo observa, y por
ello no logramos contactar con ningún ser vivo que nos siga el juego. A veces
dudamos de nuestra consistencia y queremos dar con vida extraterrestre. Por
sentido común y nivel de probabilidad, decimos, como si nosotros fuéramos
fruto del sentido común o de una alta probabilidad. Inventamos en su día la
moral para disfrutar de las sombras que se extienden en el paraíso perdido del
que nos ha tocado ausentarnos. Juzgar las sensaciones, qué gran desvarío. El
místico se deja penetrar desde dentro. Sus derrames son profecías. El placer y
el dolor cocinados como carne y pescado en la misma sartén. Cuando el éxtasis
alcanza a dos amantes, queda el éxtasis y se disuelven los amantes. Sí, sabemos
lo que es bueno, pero tememos su poder. El mundo lo retransmiten los informativos:
sadismo condensado y puesto en escena por una cara agradable. Nos sentimos tan
privilegiados ante el dolor ajeno, que no dejamos de preocuparnos por él. Desde
hace meses nadie llama a la puerta para venderle enciclopedias, ni vida eterna.
Ha puesto un anuncio en el periódico: en estos tiempos de crisis, alquilo
ventana, vistas deprimentes, buena altura, pavimento urbano de calidad,
eficacia asegurada, pago por adelantado.
miércoles, 29 de marzo de 2017
Palabras.
Cagan las palabras en las plazas donde niños infelices juegan a que caiga la noche, en los parques donde ancianos horadan sus tumbas con la impaciencia de los bastones, abastecen las palabras el cuenco de un firmamento sin fondo donde autobuses de rostros esquivos se desplazan por la rutina, sedados, conformes con la fatalidad, se recuestan las palabras sobre la piel en tabernas de clientes fijos que entran sin sed en estos balnearios de calle, cocinan las palabras con delantal dominguero en cualquier sitio donde no se pronuncie su nombre, siempre lejos del claustro de su cuarto de solteras, de su despacho impoluto donde hay tanta biografía que pesa y orgasmos inconfesables a un diario sordomudo, se arriman las palabras en el baile en un obstinado intento de provocar la aparición de la música sin letra.
martes, 28 de marzo de 2017
No dejó una maldita nota.
La mecedora se balancea al borde del
precipicio, el borracho se inclina peligrosamente hacia uno de sus lados para
buscar el paquete de tabaco. Le pesa el dolor del suicidio de alguien a quien
debería haber querido aún más de lo que ya quiso. Ahora vienen de visita los
amigos y pretenden darle consuelo con palabras tan enternecedoras como
nauseabundas. Los recibe con verdadero asco y lame la boca de la botella
vacía. Como sigan hablando con paternalismo acabará partiéndoles sus caras
bovinas. A uno de ellos se le ocurre señalar con tono moralista su notorio
problema con el alcohol.
— Estúpido de mierda, que confundes
el analgésico con la enfermedad. Pero qué os ocurre, por qué no podéis aceptar
el dolor. Tan sólo escuece a rabiar, y necesita su terapia de autodestrucción.
Dejadme en paz. El dolor se amortigua con dolor, hasta que los sentidos no
responden y entonces puedes clavarte un cuchillo candente en el pecho y
rasgarte ochenta tejidos vitales. Qué menos. Excepto los que juegan a
engañarse, a los demás solo nos queda el choque de trenes, la convulsión como
respuesta. Y eso es beber, perder el conocimiento, despertarte entre vómitos y
beber de nuevo antes de que el juicio recobrado empuje a una ducha fría y a
saludar con educación a los vecinos. Culpa y pena, sí, y que a nadie se le
ocurra sacarme de ahí, de mi hogar guillotinado.
Uno de los amigos aconseja que vaya
a dejar flores sobre su lápida inamovible. Un acto, que se supone podría ser
curativo.
— ¿Flores? — Ni se molesta en
contestar. Dando tumbos se aleja de la mecedora en busca de otra botella en el
mueble bar. Hace días que no le importa el contenido ni el color del líquido
que haya dentro de las botellas. Lo único que le interesa es la graduación.
Aquel día de la semana solían
escogerlo para exprimir el amor con sexo. No era algo fijo, pero sí, solía ser
los viernes; ella acababa de dar sus clases de alemán y él venía de trabajar en
esa absurda empresa de empaquetar pilas. Ahora se había quedado sin pilas, sin
interés por seguir fichando en la máquina de empleados que no es más que una
cuenta de esclavos. Los viernes eran propicios porque al día siguiente ninguno
tenía que madrugar demasiado, y se
acurrucaban en el sofá a ver un DVD, con la película aconsejada por el
tunecino encargado del videoclub, un mitómano de los dramas sociales. Pues
justamente eso se encontró al abrir la puerta de casa aquel fatídico viernes,
un drama social con la policía tomando notas y midiendo la altura del balcón a
la calle.
— ¿Flores? — repite a destiempo,
indignado, con voz amenazadora de borracho. Con gesto febril estampa una
botella (asegurándose, eso sí, de que esté vacía) en la primera cabeza que
encuentra. Sangrando como un cerdo en día de matanza, el amigo se atreve a
añadir con paciencia infinita que el primer paso hacia la felicidad es el más
difícil.
— ¿Y quién se conforma con ser
feliz?, contesta él justo antes de dar cuenta del primer, hondo, y prolongado
trago de su nueva botella, a la que toma por la cintura sabiendo que acabará
yaciendo con ella.
Los amigos, conscientes del poder de la
autocompasión, se marcharon, pero no se rindieron. Al día siguiente se les
ocurrió arreglarle una cita a ciegas, por aquello de que un clavo saca otro
clavo. El aceptó. Llegó al lugar del encuentro con una mueca oxidada, se bajó
la cremallera de la bragueta, y orinó en los pies de su cita. Iba con la vejiga a reventar de ron - contestó cuando le exigieron explicaciones.
Al final se hartaron de él y le aconsejaron que se tirara por el balcón, que
emprendiera el viaje que tanto deseaba hacer. Y por primera vez miró a sus
amigos como si al fin hablaran con cierta inteligencia, una inteligencia que ya
les creía devastada por los sentimientos gangosos.
Cuando le dejaron solo hizo caso del
consejo: fue a casa, abrió el balcón, tiró a la calle todas las botellas de
alcohol que había almacenado, y después, se lanzó detrás de ellas, de ella.
¿Flores? Sí, a él sí le llevan
flores, flores que se marchitan, flores que no huelen, flores que se olvidan de
retirar, flores amaestradas. Luego, nada: por capullo.
En cierta ocasión, un tipo con
nombre de plato combinado tailandés, un tal Kierkegaard, aseguran que dijo: El
que sufre debe ayudarse solo. Pero eso, no siempre es posible.
lunes, 27 de marzo de 2017
Evocación otoñal.
Ha pasado cincuenta veces por la
estación de Otoño. Los pasajeros nerviosos van de lado a lado, sujetándose las
gorras ellos y aplacando el vuelo del vestido ellas, o viceversa, que ahora
todo es intercambiable, hasta el sexo de las monjas. Los bancos están amarillos
como los dientes de un fumador. La estanquera sonríe maliciosa. Las ventanillas
son cuchillas en la cara, aire del norte que se cuela por el fondo de una
curva. Los letreros luminosos y la voz de megafonía tropiezan con las ramas
desprendidas. Tartamudean un poco los viajeros, llaman a la compasión si no
fuera por la prisa. La compasión exige un tiempo del que carecemos. Los andenes
están alfombrados de hojas venidas a despedirse. Las vías están oxidadas. Por
aquí los trenes no se detienen: su origen son las tardes inacabables del verano
turista y van con destino a la nieve que clarea en el estómago del invierno.
Los vagones, en su traqueteo de mulas mal ensilladas, escupen a los que están parados en la cuneta de la estación de Otoño. La melancolía de lo que se ve
marchar. Debería subirse, camino de alguna parte, pero sus cincuenta
pasos por esta estación siempre han sido parecidos, sin destino preciso, con el
billete en la mano, comprobando su autenticidad.
sábado, 25 de marzo de 2017
Rescatada.
Desde la sartén crece el fuego
lubricado por el averno de la apatía. Las llamas escalan las paredes devorando
la bondad de la cocina. En un rincón tus ojos autistas no se inmutan,
hipnotizados por las formas caprichosas del realismo artístico. No conoces el
miedo a los elementos, solo el que provocan otros ojos. Tu cara se enciende, el
fuego manda emisarios, gruñidos y humo antes de "parrillarte" la carne. Eres una
niña excepcional que se queda quieta para darle más dramatismo a la escena. No
lloras, no gritas, no pides auxilio, ni sales de tu quemazón interior. Piensas
aguantar allí mientras dure el espectáculo, pero al final echan la puerta
abajo, llenan de espuma la cocina y te alzan en brazos. No muestras alegría, ni
agradecimiento de rescatada. Te da pena ver morir aquella fiera de mil cabezas
que con rojas fauces ennegrece todo a mordiscos. No crees en nadie, pero eso
no propicia que te dejen en paz. Eres ese agujero negro que no se aprecia
aunque ahí estén sus efectos. Te dan un beso que no devuelves y buscas con la
mirada la caja de cerillas.
viernes, 24 de marzo de 2017
Prostíbulo del alma.
Tu mano en mis testículos actúa como
un abrelatas sobre la conserva caducada. El placer del pobre teme con razón a
la felicidad, porque a cada instante de gloria le corresponden diez latigazos.
El sentimiento de culpa pertenece a una tradición en la que se comparte lo que
otros tiran a la basura. El pobre acepta la tragedia como predestinación firmada
en contrato formal, y su horizonte viaja a lomos de olas apocalípticas. El
suicidio es cosa de burgueses, clientes adinerados de psiquiatras que
aprovechan un hueco para afianzar la herida de la que seguir mamando. El suicidio
es un arma secreta de quien echa de menos lo que no recuerda. El pobre no
quiere saber nada de reencarnaciones, las considera una tomadura de pelo, y un
insistir en la desdicha que no viene al caso. Las biografías, por muchas veces
que las repitas, seguirán transcurriendo exactamente igual. Una cosa es no
suicidarse, y otra muy distinta es cogerle gusto al asunto carnal.
Tu boca se afana en barnizar lo que
fue furia y ahora es bestia domesticada y humilde. Olvidé la contraseña del
amor. ¿Puedo pasar? No soy nadie. Te levantas. Tu pubis sobre mi pierna: un
brasero de mesa camilla. Toma tu dinero y vete. Déjame solo, que estoy a punto
de arrancarme una estúpida esperanza que me ha crecido como una postilla, aquí,
en el lado derecho del alma.
jueves, 23 de marzo de 2017
Música.
El estuche de violonchelo se
comporta como féretro para el vampiro que afila sus cuerdas vocales. Cuando un
hombre es sometido a su negación, la música daña porque hace melodioso el
dolor. La sangre corre entre las patas de un piano y la armonía viste de
domingo a la razón. Dios da menos miedo que una tormenta porque a su rayo no le
sigue el trueno. La partitura es el mapa del tesoro que guarda vaporosas
riquezas en cofres incapaces de permanecer cerrados. El instrumento quiere ser
fiel al propósito de unas manos decididas a controlar el temblor con audacia.
Acompaña al coro un silencio que engorda la musicalidad de las voces. Por el
día vuelta al féretro, a la caja donde reposa su barriga el violonchelo, a su
silencio que aterroriza sin saberlo.
miércoles, 22 de marzo de 2017
El camino empinado.
Folló, y abortó al no aceptar la
relación directa entre jodienda y origen de la vida. Ella era más de
creacionismos. Demasiado joven para saber que la vida o jodes o te joden, pero
pocas veces te puedes quedar al margen de su agotadora fertilidad. Aquel
muchacho que recogió a última hora en una discoteca de las afueras, no era un
tipo al que estuviera dispuesta a sacar de paseo a la luz del día. Le daba
vueltas a ese asunto mientras paseaba descuidada la mano por la máquina de coser
de su abuela, una herencia que no pudo quitarse de encima en la lucha familiar.
No todo es tan fácil como detener un proceso de gestación. Pasado el tiempo,
después de ver una chinita con cara de cromo del siglo pasado en el anuncio
televisivo de una onegé, pensó en adoptar. Su cabeza se deslizó con ternura por
las cosas que perfumaron la propia infancia, y sintió que debía compensar su
acción aniquiladora de juventud. Esta vez no quería sexo, quería una niña.
Estaba acostumbrada a que los deseos se realizaran de inmediato y de forma
gratificante, porque esto es un puesto de feria donde siempre toca. Tenía que
contar su nueva decisión en el chat para singles maduros, y compartirlo con sus
amigos en facebook. Quizá, pensó, abra un blog para dar cuenta del
día a día del proceso de adopción en ese país asiático, y seguro que recibo
comentarios bien formados de gente que ya ha pasado por esa experiencia. La
vida es bella, pero en medio del entusiasmo, su primera cicatriz se retorcía
haciéndole fruncir el ceño.
sábado, 18 de marzo de 2017
Recta final.
Un aviso eran las prolongadas
sesiones de cama, los pasos lentos y remolcados que doblaban las alfombras y
convertían el pequeño pasillo en un trayecto inacabable. Un aviso eran sus
frases de inocencia recobrada, su risa infantil en medio de las arrugas, su memoria
luminosa sobre los tiempos caducos. Su antigua vivacidad e inteligencia rápida
habían declinado en lágrima fácil y dificultad para el entendimiento de las
cosas prácticas. Un aviso era su hipersensibilidad hacia los gestos desdeñosos.
El habitáculo, cuando ya no sirve a los intereses del inquilino, empuja a la
mudanza. Avisos a los que no atiendes por estar sumido en el ritmo de las
pretensiones. No está bien visto perder el tiempo deteniéndose a contemplar
cómo se apaga una vela.
jueves, 16 de marzo de 2017
El peregrino.
Un peregrino me ha saqueado por el
camino, a palo seco y sin pareados. Llevaba bordón y esclavina, una mirada de
catador de vinagre y un andar bravucón al consumar la apropiación de mi
cartera. Vaya usted en paz, me dijo mientras sus ojos hacían balance del botín.
Rebozado en gallarda felicidad, reemprendí el viaje, pensando que los ricos lo
tienen difícil para entrar en el reino de los cielos aunque el reino de la tierra
sea suyo por compraventa y justiprecio. Espero que el encargado de las
prebendas en el cielo no se lo tenga en cuenta a mi ladrón. Los tropiezos son
cosas de hombres muy hombres. Los pobres, como los perdedores y los antihéroes,
hoy en día tenemos muy buena prensa en la sociedad aunque los prudentes huyan
de nosotros como de una infección. Incluso usando preservativos de colores, las
ampollas de mis pies eyacularon al llegar a Santiago. El alma a salvo, el
cuerpo exhausto y el bolsillo esquilmado. No cabe duda que voy camino de ser
santo. Regreso a la casa a punto de ser embargada. Se sabe que el olvido es
mala cosa, que la vida sigue siendo la reina de los hábitos. Y es que tiene
mucho peligro no morirse a tiempo.
martes, 14 de marzo de 2017
Naturaleza y arte.
Jazz band; sudan las calles negras
cuando la cámara persigue a un guerrero que tira su armadura, la trompeta infla
los carrillos en la fiesta del té con musulmanes de gala en medio de una danza
clásica que convierte los polideportivos en teatros, exposiciones genitales con
dolor de espalda y tristeza en el estómago, poesía en el agua y el museo como
laberinto de nudos herrumbrosos, Teseo, ¿dónde estás?, sigue el hilo que te
llevará al empacho de los sentidos, a escenas con argumentos falsos, mentiras
que hacen más digerible la verdad, el caos de la impresión busca la memoria de
la sombra plañidera sentado en el umbral, y qué, qué quieren decir los libros
con sus palabras, ¿no saben estar callados? el silencio es más sencillo que la
cultura, menos agotador, sin abalorios, pues la belleza no necesita
promociones, él lo sabe después de su paseo por el bosque del que ha traído un
saco de picaduras y una extraña alergia en la piel, se siente creativo, ha
tomado un folio sepia, lo ha mirado, ha mirado al techo, con la mano derecha ha
sacado a respirar su pene introvertido, lo ha acariciado como a un animal de
compañía, y una balbuciente descarga de semen ha diseñado el fondo del papel,
¡arte!
lunes, 13 de marzo de 2017
Escribir sin conocer los pasos de baile.
Empiezo la línea, consciente de que
se han quemado ya muchos de los temas rastreados hasta hoy. Google no me dejará
mentir. Cuando una mayúscula se impregna de la hoja de escritura, temo que la
redundancia, o directamente la inutilidad, parirán las próximas frases. La
economía navega por aguas embravecidas que ahondan en lo ya dicho. El
misticismo eleva lo particular a lo universal y vuelta. La genética nos habla
de nosotros, aún más. La Historia, lo mismo. La tecnología es un laboratorio donde
nosotros somos el experimento. Maldito es el ser realista, escéptico ante los
sueños que amenazan con el buenismo. Maldito y jodido cuando estás avisado de
que el tiempo mira por un hijoputa vivo antes que por el honesto hombre muerto.
Se ha equiparado nuestro cabronazo casero con el sospechoso ajeno. Todos los
sudores no merecen más de unas líneas en una página web abandonada, colgada de
la soga del ciberespacio. La poesía no tiene respuestas. La ciencia, sí. Pero
como ya no pregunto nada, leo versos para digerir los libros divulgativos. Cada
noche intento hacer un repaso mental a mis muertos. Los pongo en fila y
compruebo si se han cepillado los dientes. Sin ellos mi presencia es absurda,
como si estuviera jugando al mus con osos de peluche. Una farsa. Los camareros
están atrapados, no pueden escapar de una conversación indeseada. Me ocurre lo
mismo, pero sin las propinas. Estoy buscando agua en estas palabras como un
zahorí desprestigiado por el diluvio que nos anega. Lo cotidiano es aquella
vivencia que se repite, otra vez. Sobro. Sobras. Por eso debes quedarte, porque
da igual. Si no fuera por el cuerpo y su megalomanía, nos disolveríamos en la
melodía de un teléfono en espera. Qué incertidumbres ni qué monsergas. El
asunto es claro, unos dejaron de bailar antes y otros lo haremos después. Ni
siquiera el baile tiene garantías de perdurar.
jueves, 9 de marzo de 2017
Presciencia.
Levantaba recelos su costumbre de
recordar los sueños más extraños, seguidos habitualmente de un episodio
trágico. Soñaba con tiburones almorzando espinas en una cafetería del centro
comercial justo la noche anterior a un crack bursátil. Soñaba con un teatro
vacío donde un grupo surrealista interpretaba obras absurdas vestidos de
pájaros locos, justo la víspera de que un avión se estrellara cruzando el
Atlántico. Soñaba con flanes gigantes en una mecedora la noche antes a un
terremoto. Soñaba con sodomías entre rinocerontes antes de que ocurriera un
asesinato de violencia doméstica sin domesticar. Ella no perdía el tiempo a la
hora de dormir, no le gustaba tirar una cuarta parte de su vida por las
cañerías del subconsciente. Y soñaba con argumento. Pero es una pena que solo
aquellos acontecimientos capaces de romper las fronteras del tiempo, sean los
infaustos, los que marcan huella en el cerebro hasta moldearlo. Ella tenía
mucho cuidado a la hora del despertar. Debía ser un emerger suave, un ascenso
natural de su organismo, sin sacudidas. Así las imágenes y su sentido emocional
se diluían de forma muy lenta, permitiéndole tomar nota en la vigilia de lo recién
soñado. Luego se conectaba a Internet y escribía en un blog sus presagios del
día. Tenía miles de seguidores que antes de consultar el tiempo en el centro de
meteorología, se pasaban por "Ronquidos proféticos", que así titulaba
al sitio. Esa mañana escribió su último sueño: Tulipanes flotando en bañeras de
oro, niños alrededor jugando alegres mientras los ancianos los contemplaban
desde su sabiduría de pan y aceite, una rueda gigante daba vueltas como si
fuera la ruleta de un casino, pero sin casillas de color negro. Y una música de
Rachmaninov sonaba en medio de un ambiente de serenidad monástica. Al día
siguiente se acabó el mundo y los
sueños. No hubo comentarios en el blog. Solo un gesto, un guiño ;)
martes, 7 de marzo de 2017
Lex.
En su bolsa testicular ubicó la
balanza de la justicia. Iba impartiendo sentencias sin preguntar por el nombre
de las imputadas. Juraban poniendo la mano en la Biblia que jamás volverían a
caer bajo la toga de aquel tipo genital. Pero el sistema carcelario en el que
nos movemos no ayuda a la reinserción. Así que la sala de lo penal donde
impartía su justicia el mamporrero, siempre estaba muy concurrida. Un tipo que
ofrece el placer de quedar en paz con la sociedad civil con penas que son
amores de media hora, debería ser subvencionado por los servicios sociales del
ayuntamiento, me dijo una de sus reas, que es amiga de infancia, que casó con
un mozo que trabaja en Michelín y que la lleva a Salou por Semana Santa. El
juez que riega con su ley los ardores de mi amiga, es el mejor remedio que ella
ha encontrado donde diluir la angustia de una vida que trastorna sólo de usarla.
Y como a ella, les ocurre a otras. Ellas pagan, porque la justicia es cara y
sus caricias lentas. Se juntan varias parejas a cenar en un restaurante, y a su
mujer se le van los ojos hacia la ventana del local. Lleva toda la tarde
distraída. Y piensa él si no habrá cometido algún crimen que quiera expiar con
el juez de moda entre las parroquianas. Las dudas y la inseguridad asaltan a
cualquier hombre ante una maza de esas dimensiones. Se pone nervioso sólo con
pensarlo, y está por pedir audiencia y consejo sobre actuaciones futuras. Si la
mujer acata sus condenas sin rechistar, a él sólo le queda pedir la revisión
del caso a instancias superiores. La observa, y ella se sueña con el traje de
presa. Algo hay en el amor que caduca y nos coge fuera de la ley.
lunes, 6 de marzo de 2017
Las enaguas.
Bajo
la catedral de hielo nadan los misterios de colores. Bajo la cofia de una monja
se revuelve el amor intangible que el cuerpo desahucia. Bajo la materia vibra
la antimateria. Cada vez que reflexiono sobre la carcasa que nos envuelve,
sufro el acoso de la ilusión, el mal del espejismo, la duda de si el observador
que observa sólo puede ver una versión de sí mismo, una trama que lo completa,
que le da sentido. La observación que determina lo observado. Y mientras, la
verdad permanece codificada. Los amigos esconden lubricidad en la ropa
interior, palabras no dichas que parecen rodear la cadera femenina con calor
inofensivo. Disimular la firmeza de la erección es inútil a la larga aunque se
tenga corta. La literatura ayuda al engaño, a la máscara lingüística. Las
poluciones nocturnas se convierten en poesía en una calle abarrotada a la hora
del café. La filosofía metamorfosea sus ganas de ponerte a cuatro patas. Bajo
la catedral de la carne un dios sordomudo busca pasadizos secretos por los que
aparecerse. Los encantos expuestos como en un tenderete de mercadillo, hacen
sospechar a la más obtusa. Pero las palabras son tan constructoras de
monumentos a la amistad, que olvidas que son pronunciadas para desviar la
atención de unos testículos a punto de desbordarse.
viernes, 3 de marzo de 2017
Entre todos ellos.
Callen los pájaros estampados en el
asfalto fláccido del verano, callen los geriátricos entre los estertores del
invierno, callen las figuras del cine negro, las siluetas de mis bisabuelos con
sus adustas sombras en un marco herrumbroso, callen la gasolinera en la noche
de una carretera local desconchada, callen las flores de tela amarilla, callen
las mariposas de colección, callen las violadas en sus pesadillas, calle el
oprimido tras arder a lo bonzo, calle la escalera por la que huyó el crimen,
callen las gargantas cuando ocupan la boca de una pistola recortada o una polla
ufana, callen los trenes en vía muerta, callen los estudios los lunes por la
mañana, callen los políticos ante el golpe de las armas, callen los ciudadanos
el día después del recuento, callen los intelectuales una vez recibido el
premio a su trayectoria deslavada; tú Ainara, sigue acariciando la elipsis,
sigue así, tocando el violín. Sé que es tu forma de llorar.
jueves, 2 de marzo de 2017
Atmósfera ambientada.
La acera se enciende y se apaga al
paso del miedo. Las pisadas hacen las veces de interruptor aunque los pies sean
de individuos que se desbancan sin escrúpulos. Soporta la muchedumbre la
sigilosa deriva del noctámbulo, pasa la mano por el hombro del llorica y no se
ahoga en los diluvios. Mira con discreción por debajo de las faldas y hace
tropezar al deslenguado. Vía de peregrinos con corbata, lápida de mendigos. Por
la acera huye el ladrón y es lecho de amantes adolescentes en las ebrias
madrugadas. La acera nos arrima a la pared. La acera se ríe del viento. Dos
navajas. Sangre cursando su licenciatura hacia la alcantarilla. Lucía corre a
la par de los coches. Se despide de quien por la carretera no volverá. La acera
se acaba y ella se dobla colocando las manos sobre las rodillas. Sobre la acera
caen los suicidas confiados en la fiabilidad del verdugo. La acera construye
camastros de hojas o colchones de almidón. No se queja aunque la abran en
canal. Los niños no deben salir de ella porque es una madre plana que amamanta
con rasguños. Carlos espera y pasea nervioso. Está a punto de marcharse
maldiciendo. Ella no viene. Parece que no viene, pero sí, la chica llega a la
cita. Pensó en no acudir y quedarse en casa lamentándose, pero al final cogió
el destino escrito sobre la acera.
miércoles, 1 de marzo de 2017
La parte de atrás de la foto.
En incierto momento visitó una localización
que ahora añora. Estaban ausentes en él tanto el dolor como el placer. No se
montó en ninguna droga para llegar allí. En ocasiones revive aquella experiencia
en pequeñas dosis, pero aquí los placeres y los dolores cuentan con una
inmerecida reputación. Se sintió cómodo en aquel lugar, sólo tenía que sentarse
en la orilla a ver correr el agua sin caer en la tentación de manipularla, desviar
su curso o retenerla con sus manos. Un sitio donde los límites eran el
encuentro que daba continuidad a los hechos, donde la separación no era
entendida como distinción. Un lugar que no precisaba esfuerzo ni violencia para
existir y entender lo que existe. Es consciente que cuando habla de un estado
donde no hay dolor ni placer, la gente lo asume como grato. Se equivocan. Es un
estado sin influencias irreales, un lugar donde lo que ocurre cuadra y cuaja. Pero
su tarifa plana, sin emociones ni sorpresas, puede hacer perder los nervios a
cualquiera. Y de hecho, abandonó aquel lugar para vagar por éste en el que no
cree. Toma una dosis y se abstiene. Toma y lo deja. El agotamiento de los
estímulos son postales muertas. El hombre barbudo, con filosofía de la nada, le
aburre. Echa de menos la vitalidad de la experiencia frente a las palabras, el
actor frente al escenario, el sujeto de la acción frente a sus ideas. Llegan
las vacaciones. Bajará las persianas, insonorizará las paredes de su cerebro y
viajará hasta dar con aquel emplazamiento. Cuanto más conoce al hombre, más
cree en dios y en su inacabada búsqueda de la perfección.
martes, 28 de febrero de 2017
Las tres manos.
Una creación planificada o una
evolución prolongada y tortuosa, no pueden equivocarse, ni veo a nadie capaz de
enmendarles la plana con versos raperos. Veamos, somos criaturas con dos manos,
solo con dos manos los más afortunados, y como todo el mundo sabe, en las
reuniones sociales se necesita una de ellas para sostener la copa y la otra
para el puro, o si eres fogoso pero antihumo, para dejarla caer seductoramente sobre
la rodilla de tu acompañante. ¿Pero en qué manual viene que una o ambas manos
han de estar de forma obligada enredando en las teclas de un aséptico móvil?
Perplejo me quedo cuando veo que en cualquier acontecimiento social siempre hay
unos cuantos que manosean su "aparato" como si les fuera la vida en
ello. Si dios y Darwin hubieran querido que tuviésemos esos artilugios siempre
entre las manos, con o sin motivo, descuidando la conversación con los amigos
presentes, nos habrían diseñado con tres manos. Lo digo aquí, y lo llevaré a
cabo sin dar más explicaciones: la próxima vez que coincida con alguien que se
ocupe de su smartphone sin que éste haya sonado con urgencia de ambulancia, me
levantaré y me iré, limpiando el polvo de mis zapatos.
lunes, 27 de febrero de 2017
Bicho.
Aprovecha cualquier resquicio el
jodido moscardón para colarse en la celda. Me trajeron a esta cárcel unos
cuernos mal asimilados. El amante, su compañero de oficina, era poca cosa al
fin y al cabo. No pudo soportar los golpes; supongo que estaba demasiado débil
después de varios derrames seminales. O eso dijo ella, por joderme. Ante mi
cara exhibe el moscardón su destreza voladora: rizos, picados, planeos, siempre
con una peculiar ronquera de fondo. Se posa en la mesita donde antiguos
reclusos escribieron el nombre de sus novias. Desciende con aire guasón al ver
mis pies engrilletados al suelo firme. Se siente superior por dominar las rutas
del espacio sin señalizar. Me hace cosquillas en la oreja y escapa zumbón ante
mi impotencia. Cuando al fin se cansa de mí, pone la mirada en otras aventuras
aéreas. Pero hago un gesto rápido y se estrella contra el cristal del ventanuco
enrejado, contra esa fotografía de la realidad que no satisface a nadie. Le he
cerrado la vía de escape, a él, que nunca había visto barrotes. Exhausto, se
detiene en su baldío intento de huida. Le suelto un fatal zarpazo lleno de
rabia, manchado de la sangre que me persigue. Preso, sí, pero aún puedo coger
por los huevos a la libertad, y arrancárselos.
sábado, 25 de febrero de 2017
Convivencia en juego.
Cuando un perro mira atentamente un
libro no significa que sepa leer. Hay personas que prefieren salir de casa en
busca de la naturaleza, y otras optan por llenar la casa de animales y tiestos.
Estas últimas perpetúan el engaño de las ciudades y se hacen acompañar en sus
jaulas por aquellas criaturas que les recuerdan lo simple y originario. Pero
somos construcciones mentales por mucho que nuestro soporte sea biológico, y en
ese diabólico juego hemos de aprender a sobrevivir con estimulaciones felices,
aunque sean virtuales o inducidas. Al final, la suma ha de ser cero, pero
varias son las maneras de llegar al equilibrio. Para ti todas las desgracias y
para mí todas las venturas. Si vemos el planeta como un cerebro, hay partes que
estimulan el placer y otras el dolor. Pocas veces se da la sorpresa por mucha
interconexión que haya entre las neuronas. A los milagros se les llama así por
algo. El dueño utiliza un tono de voz engatusador, suave y festivo. El perro
mueve la cola creyendo que recibirá algún tipo de premio o gracia cariñosa. El
dueño le atiza en el hocico y luego le explica las razones de su actuación disciplinaria,
pero el perro ya no comprende nada porque ha dejado de confiar en él.
viernes, 24 de febrero de 2017
Tercera nube.
Una casa en las nubes. El avión a su
paso destroza el jardín. Por una de las ventanillas del aparato la muchacha
observa a dos ancianos agitar los brazos como si fueran personal de tierra. Las
nubes están sobrevaloradas y hay mucha especulación en el mercado de segunda
vivienda. Todos aspiran a romper la gravedad sin necesidad de motores. El
vértigo es para quienes miran hacia abajo. Los viejos plantan flores y aromas
muy agradecidos esperando que otra nube superior las riegue. El calor llega
como un disparo y la basura espacial
hace heridas en la nube, que se cura al instante con un poco de gasa.
Los rayos se producen cuando en la marchita pareja chispean los ojos recordando
su picardía. Los truenos son ronquidos del miedo a no despertar. Esta mañana
han recibido un mensaje vía satélite para suscribirse al canal súper plus. Otro
avión les levanta la nube unos cuantos palmos y les deja aturdidos en su sala
de estar. Los pies flotando, porque a los viejos siempre les cuelgan los pies,
como si ya estuvieran en la planta de arriba. Se abastecen de energía estelar,
que es más barata en su carga nocturna. Mientras, el sol, esa estrella con
fuegos de superioridad, trabaja a máximo rendimiento. Otro avión, otra mirada
hacia el retiro.
jueves, 23 de febrero de 2017
Una falla.
Brasil mueve sus caderas en el bar
de la esquina de esta ciudad ajena a la semana santa. Ropajes negros sobre la
piel tostada de dos muchachas que trajinan por el interior de la barra mientras
algunos clientes bebemos juntos y solos, pensando en voz alta en el exotismo de
otras tierras que vienen a hacer de este rincón lleno de complejos un lugar
globalizado. Bebemos codo con codo y solos. La cruz la llevamos al cuello y las
procesiones nos dan pena porque son tan inútiles como visualmente turbadoras.
Bebemos notando la vida arder en los átomos que han evolucionado hasta
preguntarse qué coño son, somos. Charlamos porque el sonido retumba en nuestro
interior y da la impresión de estar ocupada por alguien la estancia que nos
abriga. En el bar entran argelinos, guineanos, marroquíes, ecuatorianos,
colombianas, cubanas, chinos. Los lugareños somos minoría en una ciudad que nos
vio nacer y no ha conseguido librarse de nosotros. No hemos movido el culo de
esta silla atornillada a la costumbre, por eso nuestra identidad es una lucha
por la supervivencia de lo que nunca fuimos. Los cristianos sin cristo somos
una civilización que hace tiempo se cuestiona sus propias creencias, y eso nos
hace más libres o más vacíos, más abiertos al asombro de un universo nada
acogedor. Bebemos juntos para evitar revoluciones, épicas hasta el vómito.
Bebemos hasta que las escobas nos barren hacia la calle, hacia el pánico de una
cama inhóspita. En casa nos espera la enfermedad que se queja como estilo de
vida. En casa nos esperan preguntas a un final inminente de ojos cansados y
piel rugosa. Somos buenos con o sin dios, a pesar nuestro, quizá. Pero hay días
que dan ganas de dejar de beber, de querer, y pensar con egoísmo pasando por
encima de los dioses de la selección natural. Somos buenos pero podemos ser
infames y mandar a la mierda el futuro, la historia que aún está por
escribirse, porque nuestro jodido nombre no aparece en ella. Podemos luchar
contra nuestra programación genética y desertar de este libro escrito con genialidad,
pero traducido por necios. Podemos cagarnos en todo lo más sagrado y pedir otra
copa, la última.
miércoles, 22 de febrero de 2017
Platos rotos.
El cielo acaba de explotar en la otra orilla. Hasta aquí llegan las cenizas azules. Los desheredados sueñan con la catástrofe que irremediablemente se cumple al día siguiente. Ellos son la conciencia que llama a la puerta a las cuatro de la madrugada del Apocalipsis. Por eso instalamos sistemas de seguridad, para dar media vuelta ante los difusos peligros. El orden para quienes manipulamos el entorno es fundamental. Los creadores del sistema estamos seguros de que el destino lo escribimos nosotros. El fatalismo es para los débiles. Ni siquiera una tormenta de verano nos coge despistados a los de la parte alta de la pirámide. Y si algo incontrolable ocurre, nos replanteamos todos los avances y exigimos que rueden cabezas. Ni dios puede venir si no concierta cita. Las cosas por desgracia están cambiando, y las ambiciones mafiosas quieren poner en contacto una orilla con la otra. Así que aquellos que según las estadísticas viven con un euro al día, ahora pasean por mi calle buscando trabajo, como si ello les ayudara a escapar de la fatalidad. Hojean el periódico intentando descifrar los asuntos que nos interesan, miran la televisión para aprender el idioma que les asegurará un techo protector. Todo se contagia menos la belleza, y ellos lo único que han logrado es destapar la virtualidad de nuestro sistema de untar las tostadas. En vez de enriquecer sus bolsillos, hemos descubierto que también en esta orilla existe la crisis y que el cielo en cualquier momento puede reventar. He cortado el césped de mi jardín. No quiero que el hundimiento me coja con asuntos sin resolver. Algunos no queríamos viajar para no ver las goteras del invento. Pero ha sido inútil. Ellos han viajado hasta nuestra casa. Y ahora estamos unidos por el desaliento. Es el fin de la poesía experimental.
martes, 21 de febrero de 2017
Es lo que parece.
Una colisión en cadena en la
carretera comarcal. El campo de tulipanes se encharca en sangre. La lluvia no
puede diluir el rojo. Las piernas amputadas desean ser útiles como bates de
béisbol, ver carreras de cerca mientras las dejan caer sobre la tierra en busca
de la siguiente base. Al final de un accidente te espera una silla de ruedas
para sacarte a pasear desde la altura de un niño, pero se te empina como a un
caballo y nadie quiere montarte. Después del trabajo delante de una pantalla de
ordenador, donde estar sentado es una ventaja, el parapléjico acude al centro
de rehabilitación a realizar sus ejercicios fisioterapéuticos. Le han hablado
de los juegos paralímpicos, pero ya tiene su agenda saturada de chorradas. Está
harto de escuchar cómo los mancos anhelan jugar al tenis, o los cojos ser
delanteros del Madrid. Está cansado de gente que no acepta su condición de paralítico
e iza la bandera de la superación. ¿Superarse es rascarte el pie que no tienes?
En su opinión ya es hora de que algunos dejen de comprar zapatillas de marca
con las que lograr mayor suspensión en los saltos de pértiga. Ya es hora de no
hacer más el memo y empezar a hacer bien lo que bien puedes hacer. Bastante
difícil le resulta engrasar su propia silla de ruedas para dedicarse a
experimentos de astronauta. Ha oído hablar de un asunto turbador al que los
especialistas ponen este título: trastorno de identidad de la integridad
corporal. Ha consultado sobre el asunto en Internet, son personas que quieren
amputarse miembros para quedar postrados en una silla de ruedas, alcanzando con
ello la realización personal. Wannabe de la ortopedia. En ese momento llaman al
timbre de la puerta, y él, movido por remotos impulsos, se desploma en el
intento de levantarse a abrir. Suspira a ras de suelo, tragándose el dolor de
verse en los malditos espejos.
sábado, 18 de febrero de 2017
Fantasmas familiares.
Los fantasmas genéticos no se
exorcizan con facilidad, están emparedados en los muros de las casas que
habitamos, respiran en los álbumes de fotos y hacen emerger sus etéreos
amaneramientos con cada espejo. No puedes renegar de tu madre ni de tu padre
sin desertar de ti mismo. Arrastras el peso de generaciones en el movimiento
reflejo de tus órganos vitales. Los fantasmas esperan sentados a que vuelvas del
trabajo, del paseo, del orgasmo. Te miran un segundo y ya saben qué ocurre en
los trancos impares de tu andadura. Sus cánticos son repetitivos y te agotan
los oídos que pretendían adoptar una nacionalidad distinta escuchando idiomas
extraños. Los fantasmas del código genético no se van ni con transfusiones
totales, ni con entierros de apellidos comunes, ni con reconocimientos
públicos. Te haces trampas en el solitario por ver si los despistas, si la
partida de nacimiento se pierde y ellos vagan por el limbo de los pasillos. Se
acicalan en los armarios viejos, entre los papeles amarillos, en los cajones
donde aún quedan rastros de sus denuedos. Ha venido una psicóloga a preguntarte
por ellos. Habéis hablado y reído con los recovecos de la mente juguetona. De vez
en cuando has desviado la mirada en su busca incorpórea, pero los taimados
fantasmas han decidido no hacer ruido. Ha acudido también un experto
parasicólogo con aparatos de medición, pero la genética es apenas mensurable
por la tecnología paranormal. Has abierto las ventanas y una ráfaga de lluvia
ha empapado la sala de estar. La limpieza pasa por el olvido, por no haber
vivido, por no tener pasado que rememorar. Por un momento has tenido la
tentación de dar el salto y juntarte con tus fantasmas en la misma casilla de
juego. Ellos han visto que la cosa iba en serio, y por hoy han decidido dejarte
en paz.
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