Querida amiga, dos puntos. Desde que
te conozco has calificado de sublime un montón de edificios, paisajes, puestas
de sol, personas, escenas de teatro, libros, anuncios, cuadros, espectáculos
callejeros de acrobacia... Hasta unas patatas con chorizo en casa Paco te
parecieron sublimes. Al principio, me desarmabas gracias a tu melena en
libertad condicional y esa sonrisa azul que la genética perfiló certeramente en
tu cara. Esos dones, junto a mi dosis de encoñamiento de cuarentón desesperado,
fueron suficientes para que cualquier cosa que dijeras pareciera encantadora.
Incluso ese jodido mantra adjetivado que te llevaba al éxtasis en medio de un
atasco en la carretera de La Coruña, o al escuchar una simple canción de Radio
3 en tu teléfono inteligente. Lo hermoso tiene fecha de caducidad, llega el
invierno, estética cruel por su vocación al declive. El tiempo ensancha el
cariño y resalta los defectos hasta hacerlos incompatibles con los derechos
humanos más básicos. Así que como vuelvas a decir que algo es sublime, me como
los mocos a cucharones, escupo hacia dentro y te dejo plantada en medio de
cualquier sitio en dirección a cualquier lugar. Con todo el cariño.
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