viernes, 5 de mayo de 2017

El espejo cóncavo.



            Quizá no seamos tan hipócritas como nuestros actos y omisiones puedan hacer sospechar. Quizá sea que nos engañamos a nosotros mismos por caridad, con un gesto de amparo hacia el prototipo algo defectuoso y que se merece un vigésimo pretexto para ir mejorando sus prestaciones a fuerza de doblarle el espinazo al egocentrismo. La cobardía aumenta según uno se va replegando entre las paredes del búnker que parecen escupir reproches. La crueldad de la que es capaz el cobarde, el malvado ni se la imagina. Intentamos justificar nuestros actos, qué otra opción nos queda para salir indemnes. Si quiero convertir en melodrama lo cotidiano, lo hago y punto. Quién me va a impedir poner un poco de exagerada actuación en esta obra mediocre. Antes histriónico que sencillo. Cuando ganamos una partida invitamos a la siguiente ronda y desplegamos el mejor arsenal de nuestro ingenio con el labio algo levantado. Cuando perdemos una mano, nos masajeamos el alma con sentencias filosóficas y metafísicas. Y es una suerte que aún puedas beber hasta caer inconsciente, hasta que el vómito te despierta de un sueño que tramaba asesinarte con arma blanca. Es una suerte porque llega un día que hasta ese analgésico natural que es la bebida, te sienta como una patada en los fatigados huevos.


No hay comentarios: