lunes, 15 de mayo de 2017

Estrella del espectáculo.



            Subida a un escenario, con el cuerpo cubriéndome la timidez, es fácil atenazar la emoción de miles de personas predispuestas a las descargas eléctricas, a sentirse vivas, a sentirse. Una melodía, unas palabras bien entonadas, y ellos que se traen hecha la tarea de casa, ponen la sensiblería al servicio de los ojos llorosos que los hacen vulnerables. Así son los conciertos del verano, la gira por las plazas atestadas de gente dispuesta a estremecerse con cualquier melodía que les proponga. El público se abandona con demasiada facilidad. Se nota que van bregando río arriba y sólo desean bajar los brazos y entregarse al delirio merecido. Entre canción y canción la orquesta se explaya en alardes instrumentales. Mientras, me cambio de traje, y observo cómo de un balcón a la izquierda del escenario, cuelgan una docena de sostenes. Descansan del volumen carnal que habitualmente los rellena. Recuerdo que perdí el amor por culpa de una lavadora a la que hacía trabajar demasiado. Mi ex novio, mi ex representante de espectáculos lúdicos en las fiestas patronales, no soportaba tanto trajín de ropa; de la lavadora al tendedero, luego al cesto, luego a la plancha, luego al armario y vuelta a empezar. Es cierto que en invierno, cuando las actuaciones son a puerta cerrada, aún me obsesiono más con la limpieza, con los olores corporales, nunca con el amor. ¡Buenas noches, Astorga!


No hay comentarios: