martes, 27 de junio de 2017

Ante el último acto.



            En la búsqueda de refugio dejó un rastro de agua, un charco de ignominia. Hizo cumbre para esquivar los obstáculos entre el cielo y su cabeza, donde tenía tatuada una cara que no apreciaba. Cuando estuvo arriba miró la pendiente y reconoció la locura. Las huellas nacen en la arena y mueren en el agua que viene a su encuentro. Girar alrededor del planeta será un viaje turístico para los que no se mareen ni tengan apego a esta casa de muñecas. Se sentó junto a unos amigos a confesar que el dinero le ocupaba mucho tiempo, porque mucho era su capital. Los amigos se ofrecieron a aliviarle la carga. Ofendido, se marchó sin pagar la cuenta. Un rico nunca rebusca en los bolsillos, sus gestos son suficientes para saldar deudas. No hace las maletas porque allá donde va es su casa. Amasó dinero con pocas ganas de trabajar y mucho talento. Ahora la tierra y su gravedad le pesan. La enfermedad que tanto define a los mortales se ha convertido para él en una obsesión que no deja de mencionar. Toma un tren y lo hace descarrilar por darse el gusto de conseguir una fotografía impactante. Tanta extravagancia termina por aburrir. Las palomas son animales urbanos que mueren en las calzadas con sangre en las alas. El no conduce. El chófer es el culpable. La conciencia del rico está protegida por un manto mágico. Los electrodomésticos, los remiendos, los plazos fijos, se alejan de su realidad como un artículo de investigación médica en una revista especializada lo hace de la sanidad dispensada en los hospitales. Está enfermo de hipocondría, que es la enfermedad de los sanos que no terminan de creérselo, y con razón. Los finales felices son pausas, no finales. El final verdadero no permite dos versiones distintas, ni sugerencias de los actores. Nadie sale de los créditos a contarte cómo acabó todo. La altura siempre tiene un referente más alto.


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