"...transfiriendo a estas sombras de la imaginación, desde nuestra naturaleza interior, el suficiente interés humano como para lograr momentáneamente la voluntaria suspensión de la incredulidad que constituye la fe poética".
(fragmento de la biografía literaria del poeta inglés Samuel Taylor Coleridge).
Cuando compruebo que los fantoches cuentan con un inmerecido
predicamento y los que trabajan desde la humildad son desairados, pienso que
pensar no es suficiente. Si nos entregan los secretos del universo en una caja
de cartón, los desecharemos como si de superchería se tratase. Si nos venden humo
saliendo de un objeto brillante, caemos postrados. Tendemos a creer en lo
resplandeciente. Animo a que busquen el gen responsable de actitud tan primaria que nos
aboca a la extinción. Inusual es encontrarse con alguien que no se considere
víctima de las circunstancias, sean éstas las que sean. Y las víctimas son
fáciles de manejar desde el sensacionalismo y el sentimentalismo poético. Un ejemplo de
víctima autoproclamada me comentó, después de perder el trabajo y a su segunda mujer,
que se había ganado el derecho a pecar con tranquilidad. No sé a qué se refería.
No quise preguntar, no fuera a ser que se sincerara. Los confesores son de usar
y tirar. Nadie quiere volver a toparse con uno cuando se te ha pasado el
arrepentimiento. Estamos hechos de fragmentos que articulan una composición
incoherente. Y vivimos con esa descomposición dentro, como un Alien que fuera a
devorarnos, cansados de la credulidad que exime de la experiencia. No quiero aprehender los grandes arcanos, quiero salir y disolverme
en ellos: en el tiempo, el espacio, la luz, la materia oscura o la oscuridad
sin materia, la cosmovisión fractal, los números primos y primas, la dimensión
de Hausdorff-Besicovitch, la cohabitación, lo individual y universal, dios y su
desprendimiento.
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