La nube de polvo que levantan las pezuñas presurosas del
caballo, la figura erguida del jinete, el sombrero calado, el pañuelo al cuello
y un horizonte sin fin por delante. Así empieza y así acaba una buena historia
de cuando los hombres no eran civilizados, pero eran capaces de defender su
destino con sangre en los nudillos. La muerte para ellos nunca fue un
obstáculo. Un tiempo en que los ahorcados eran veletas desfiguradas para el
viajero en busca de asiento, de cuando a la tierra pedregosa había que
extraerle el sustento a machetazos. La maestra vestía con harapos, el minero era
negro desde fuera, la cantinera regaba la barra con whisky barato, el doctor
extraía las balas de los cuerpos retorcidos con el dedo desnudo, el banquero
guardaba los ahorros de los paisanos para que el forajido de turno tuviera una
misión en la que echar el rato. La justicia era rápida, en mitad de la calle.
El amor era de granero. El enterrador apenas pegaba ojo. El pastor ponía una
vela a dios y otra al diablo, y cuando llegaba el forastero sin afeitar se
apagaban ambas. Hacer fortuna era marcharse del poblado para no volver, dejar
atrás las mujeres que te convirtieron en hombre, abrigarte con las estrellas y
elegir bien junto a quién cabalgabas. Los riachuelos traían murmullos de
calzones largos, el petate sobrio, la munición a punto, la bolsa con las cuatro monedas a buen recaudo, los ojos avisados, las
espuelas abrillantadas, el caballo bebía antes que su jinete, la noche
clara obligaba a dormir con la ropa puesta. Una forma de ser y de estar (no siempre son lo mismo) de la que sólo guardamos recuerdos pintorescos cuando de un solo trago damos cuenta de un Jack Daniel´s seco mientras visionamos la cinta de Río Bravo.
2 comentarios:
Sr. Amezaga: ¿Podría por favor intentar usted arreglar el feed Atom de este blog?. Por alguna razón se ha roto y no es accesible a servicios como Feedly que es el que uso para leer blogs, entre ellos el suyo.
Muchas gracias
Gracias por el aviso, Embajador. Veré que sé hacer.
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