miércoles, 1 de diciembre de 2021

La danza del espacio infinito -2

 


La personalidad es una herramienta de encaje en la sociedad, y si no funciona, pues la cambias. Nacemos sin personalidad, los bebés están libres de esa construcción ficticia. Pero a los pocos años aprendemos que hemos de hacernos con una, y vamos ensayando cuál nos va bien para lidiar con las relaciones y con el mundo. Con el paso del tiempo, de las circunstancias o del marco en el que nos movemos. La personalidad es una idea que los demás se hacen de nosotros sostenida con varias imágenes que van acumulando en su memoria, y es la idea que nos hacemos de nosotros mismos a fuerza de confrontarla con el mundo. Ambas ideas, la que tenemos de nosotros y la que los otros tienen de nosotros, no suelen coincidir. En definitiva, la personalidad es una falsedad aceptada para la convivencia en relaciones que no son verdaderas, no pueden serlo con semejante preámbulo ilusorio. Con la vejez, se suele volver a prescindir en buena parte de la personalidad, no sólo por las enfermedades neurodegenerativas, sino porque te sales o te sacan del carril social y dejas de usar los filtros para mantener una imagen que se cae a ojos vista. Como bien dice la sabiduría popular, los ancianos se convierten un poco en niños. La caída de la personalidad, bien sea en la primera infancia, bien en la ancianidad, o bien por alguna situación traumática o enfermedad incapacitante, tiene la virtud de hacer emerger algo que no es una construcción mental. Se trata de la individualidad. Esa no cambia, es el hilo conductor de una vida, es la que te procura identificación tengas tres años o noventa, hayas perdido la memoria o aún no hayas vivido significativamente para adquirirla. Individuo proviene de indiviso, de indivisible, de unidad. La personalidad es fragmentaria, como miles de piezas que no terminan de encajar en un puzle de locos. La individualidad es unitaria. El individuo es la gota de agua que guarda en sí las características del gran océano. El individuo no se apuntala en imágenes mentales, ni se ve amenazado por insultos o criticas, ni le hacen crecer los halagos. El individuo ya es, desde siempre, todo lo que se puede ser. Pero al escoger la personalidad, enterramos bajo cincuenta capas de hormigón a la individualidad. La personalidad nos hace sufrir porque es irreal y acabamos en la mayoría de los casos, identificados con esa irrealidad dividida. La individualidad nunca desaparece, aunque la olvidemos. Está ahí, como soporte de vida, conectada  permanentemente con lo real, con lo no manifestado, desde donde se hacen viables todas las manifestaciones. El individuo no necesita hacer grupo para sentirse seguro o estar protegido. El individuo es un ser verdadero, y como tal, no está amenazado por la ficción, por mucho que ésta se empeñe en activar el botón del pánico. 


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