No hay nadie imprescindible y yo menos que nadie. No tengo prisa en irme, pero tampoco quiero estar aquí ni un minuto más del que me corresponde. El instinto de conservación es el último en ceder, pero cede. Los héroes dan su vida por valores superiores y lo hacen con arrebato, anticipando la muerte natural a la que no consideran memorable. Los fanáticos de la vida ganan terreno al mar de la muerte, acaso unos centímetros, suficientes para ser considerados innovadores de la ciencia medicinal. No hay honores para el que se va a tiempo, ni antes ni después. Muchos están dispuestos a dar lecciones aunque sean incapaces de aprender nada. No parece interesar la búsqueda de la verdad y la realidad, solo buscamos argumentos que reafirmen lo primero que surge de nuestro corazón, y nuestro corazón tiene hábitos acomodaticios, nefastos para nosotros mismos. Obedecemos a un tirano y nos llamamos hombres libres. La vida no valora la experiencia ni la sabiduría. Si las valorara, no mataría a sus viejos. La vida valora la renovación en la ignorancia.
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