La mística es hermosa, el místico es incómodo. Su camino hacia la luz ha sido tan oscuro que no le apetece templar gaitas con la compostura social. Llegar a la comunión con dios es una fórmula tan secreta que dar pistas a veces es equivocar. Por el camino va ejercitándose la desafección a las cosas materiales y espirituales, que también son adictivas. La mente va haciéndose depositaria de la visión clarificadora en detrimento de la voluble opinión. El místico no teme a la muerte porque ya ha muerto. Y no teme a la vida porque es vida. Venir al mundo es apegarse a él. Luego toca el desenganche. Mucho trabajo, mal pagado. Convencerte de que nunca has abandonado el paraíso es revolucionario.
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