sábado, 5 de marzo de 2022

La danza del espacio infinito -85

 


Es difícil ser honesto con uno mismo, no hacerse trampas al solitario. Se debe al desfase entre lo que quisiéramos ser y lo que somos. Me asola un dolor de cabeza que señala a una actividad cerebral desacostumbrada, a agujetas de las neuronas, como si quisiera contener en el pequeño tarro craneal el conocimiento de miles de millones de años. También entre los de la clase baja hay clases, entre los obreros hay oprimidos y privilegiados, entre los intelectuales hay bobos que lo saben y otros que no, entre los artistas hay caraduras con más desfachatez que otros. Soporto y siento compasión por cualquier criatura que no pretenda dar lecciones de moral desde un púlpito imaginario. He conocido a quienes sienten morboso placer en magullar un alma blanca. La curva es bella, no tiene destino conocido. La línea recta de los moralistas es tajante, doctrinal y de tan imposible satisfacción que frustra al más santo. Y escribo como si manejara un detector de metales por la playa vacía, como buscando un agujero negro que me absorba y me haga desaparecer. No creo en las respuestas. Creo en mi dolor de cabeza; es real, ruidoso, con peso.


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