domingo, 29 de mayo de 2022

La danza del espacio infinito -146

 


Los que carecen de memoria han de saltar continuamente sin red, por eso sus ojos centellean, sus ropas no se acomodan a la figura, y sus manos no encuentran la paz. Por eso hay países que viven al borde, siempre al borde, del colapso y la tragedia. La falta de memoria es una laguna donde se ahogan los descuidados, los hartos de sí, los que fueron a pescar sin cebo, los pobres de espíritu. La falta de memoria es imprescindible para empezar a vivir y es una maldición cuando ya has vivido. Estudiar es recoger el testigo de la memoria que han dejado otros. Rezar es adentrarse en el boscoso e ignorado presente. Acaba Mayo, los párpados caen a media tarde. Los albañiles han terminado su jornada laboral en el piso de abajo. Los escombros se acumulan en la acera a la espera de un contenedor. Una casa vacía suena como un ataúd metálico. Si el destino me concediera otra oportunidad, solo una más, la desaprovecharía como las demás. Ahí soy infalible. De todas formas, el destino no concede créditos sin aval. Tengo una cita, he quedado, no voy a ir. Defraudo a los demás a propósito, les obligo a desprenderse de mí. Es la única manera de marcharte para siempre. No quiero volver. No me gustan los personajes seriados, se dan demasiada importancia. Cuando se acaba, fin. Otros vendrán que nos harán buenos. De cada cinco llamadas que recibo al móvil, cuatro son de empresas, servicios comerciales, estafas, de gente que no conozco, de sudamericanos que pronuncian mal mi apellido y me llaman "señor". La quinta, para comunicarme alguna desventura. Y aun así, se ha convertido ese artefacto en otro inquilino habitual de mis bolsillos, junto a llaves y el monedero. Se ha convertido en muleta para mi memoria, en soporte vital, en alter ego. Si me olvido de algo, lo miro. Si me siento incómodo, lo miro. Si me siento solo, lo miro. Pero no hay amor entre nosotros. Al contrario.


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