lunes, 30 de mayo de 2022

La danza del espacio infinito -147

 


En el cobertizo se acumulan, en un desorden temporal, los objetos dejados al margen que bien podrían haber cambiado mi biografía, o dado al menos un relato alternativo. Ahí están porque en su momento pensé que podrían tener una segunda oportunidad. Ya se sabe que esa idea es una falacia más de la imaginación. Los objetos se comunican entre ellos cuando nadie los espía. Tengo una criba infiltrada, es un topo que me lo chismorrea todo a su manera. Por ella he sabido que el rastrillo y la azada están pensando en provocar el caos haciendo caer como fichas de dominó al resto de objetos más pacíficos. Tengo que parar la revuelta y ponerme a ordenar con mano firme. Pero el pasado que representan es un peso muerto y da pereza. Además muchos de esos objetos hablan de mi padre y de mi abuelo. A ellos sí los respetaban, ellos les dieron un sentido. Yo solo colecciono, o mejor dicho, dejo que sigan donde están: inoperantes, ocupando el espacio. Nada más. Llueven lágrimas con desesperación. La lluvia de los ojos apaga los colores, excepto el gris, que se extiende como una mancha en la piel. A lo lejos, el ladrido irritado de un perro. Pronto le hacen los coros otros canes alienados. Un rayo parte en dos el cielo; a un lado los buenos, al otro lado los espabilados. Si ahora mismo se acabara el mundo, no me cogería de improviso.


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