Cualquier cosa que hagas con esperanza de un mañana mejor refuerza la personalidad futurible y te aleja de la luz que baña hoy el escenario. Los actos con intención de construir futuro o resarcir el pasado no conforman una forma de ser, sino que ahuyentan al ser y ponen en primer plano lo volátil. La personalidad vive con respiración asistida de posibles mañanas y de recuerdos manipulados. La personalidad huye del presente infinito.
Sonó una explosión. El enemigo arreciaba con todo su armamento. Un anciano estaba sentado en un banco corrido en la parte caliente de la batalla. Temblaba. Estaba petrificado, emboscado. Saliste de entre la multitud que se dispersaba buscando refugio en la retaguardia. Saliste de entre el miedo. Caminaste por el pasillo central hasta llegar a su altura, ajeno a enemigos y aliados. Lo abrazaste. Habías superado tu miedo para confortar a aquel hombre que bien podía haber sido tu padre. A tu padre le fallaste cuando más te necesitaba. Eso no te volverá a ocurrir, aunque la guerra caiga sobre ti con toda su rabia. El acto verdadero no calcula, no se valora como idóneo o contraproducente. Hecho está.
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