Los hijos de putas aprenden a respetar a sus madres, a no celebrar el día del padre. La labor de traer dinero a casa es dura y hay oficios más penosos que otros. De igual forma que la madre del hijoputa clásico nada tiene que ver con la profesión del desagüe seminal, el hijo natural de puta puede ser un tipo intachable. La mejor manera de asegurarse una convivencia pacífica con uno mismo es no darse importancia a uno mismo. El perdón sale solo, casi antes que la culpa. Y es que la culpa ha arrasado generaciones enteras. Es una cansina, una ególatra, capa hasta al hombre más entero. Los vicios los llevamos al extrarradio. Les damos tanta importancia que erigimos templos donde escondernos a escarnecer la figura del rey de la creación, o reinona, según los casos. Reírnos es signo de inteligencia artificial. <<Cariño, voy de putas, vuelvo enseguida>>. Regresará a casa, al búnker, al regazo protector. Volverá después de vaciar el sobrante. La esposa lo recibe con una sonrisa beatífica, con el amante sentado en el sofá ya convenientemente duchado después de encauzar sus anhelos rebosantes. Los tres toman un café como seres civilizados que no son y se tragan la rabia hasta que les haga un agujero en el estómago. El cuerpo no olvida los gestos antinaturales de la mente. La cabeza se asienta cuando se cae. El hijo de la puta Sandra vino del instituto con los nudillos sangrando. <<Hola mamá, ¿has dormido o trabajado?>>
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