La mente separa y fracciona porque le cuesta digerir si no es por partes. Cree que así, al juntar luego las billones de piezas accederá al puzle completo, al conocimiento del todo. Fracciona la experiencia y aspira a ser feliz, realizado, amoroso. En ese camino, pues lo considera un camino — inacabable—, intenta obtener las gratificaciones del intelecto, los placeres y experiencias más estimulantes, las emociones más elevadas. Para ello está dispuesto a pagar el precio del sufrimiento. Pero cuando éste llega con severidad, su mente crea conceptos muleta (espirituales o de otro tipo) para paliar el desajuste. No funciona. No se recupera así el equilibrio porque el análisis intelectual no sabe nada del todo indiviso, ni puede alcanzarlo. La unidad sin uno ni dos juega en otra liga: en la simplicidad repleta de matices, no en la complejidad grosera. La unidad no se alcanza. La unidad sin uno ni dos siempre está. Basta con que no la despieces. No se deja amordazar por definiciones ni teorías. El conocimiento se desprende de ella. Eres eso.
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