domingo, 28 de enero de 2024

El zumbido del que subyace-65

 


Muchos son los maestros, sabias sus palabras. La realización en ellos no se pone en duda. Y, sin embargo, en ocasiones sus analogías, sus señalizaciones, sus mensajes saben a comida recalentada. La frescura de la presencia queda solapada por el discurso. Alguien con sincero anhelo de estabilizar su libertad, no busca en el maestro sus palabras, ni la transmisión directa de la iluminación, ni experiencias extrasensoriales; sólo quiere su compañía, contemplar cómo prepara la comida, riega las plantas, pinta una pared, se atusa el pelo, se toma una copa de vino. Sólo quiere comprobar de primera mano,  sobre el terreno, eso que parece imposible a ojos de  alguien con la libertad sin estabilizar: cómo se compatibilizan dos estados aparentemente opuestos, cómo casa lo mundano con la realidad del espíritu. El maestro cree que debe decir algo, pero el discípulo le ruega que se calle porque está a punto de descubrir que nada es incompatible con la unicidad del espacio sin bordes al verle pelar una manzana.


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