Provoca ternura comprobar cómo las olas se encabritan e intentan saltar por encima del mar para comerse la playa, para conquistar terreno ignoto e imaginado. Se esfuerzan, se reivindican, desprecian la quietud del fondo, hacen ruido, rompen contra las rocas, dan bocados a la arena. Contempla su afán, tarde o temprano las olas se tranquilizarán al reconocer que son agua, que son mar, que no hay más allá; que la hermosura, la riqueza infinita de la vida y la verdadera conquista, están en el ahondamiento de sí, en las profundidades.
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