Todos llevamos dentro un comentarista de la vida, una voz en off que se siente estrella, héroe o víctima, y que gusta enfatizar cualquier jugada que acontece sobre el terreno de juego. El día que te hartas de él porque no aporta nada, sino más de lo mismo, te las arreglas para matarlo. Apuntas hacia el lugar de donde viene la voz que te es tan familiar y disparas un cargador entero. Las balas se pierden en el vacío sin encontrar en su trayectoria ninguna realidad sólida con la que impactar. Descubres de esta manera que a ese que has decidido asesinar, nunca ha existido. Era un comentarista que sonaba en tu cabeza porque creías que sonaba para ti. Querías darle siempre una oportunidad más, pues actuaba como si tuviera algo que decir con criterio propio.
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