Dios no negocia con el mundo, no pacta su estancia en el cuarto de invitados. El mundo apenas es una ondulación en su inmenso y sereno océano. Todos los ríos que surcamos nacen y desembocan en él. Quizá pienses que el mundo levanta grandes olas; pero no, no se levanta ni una micra de la superficie en calma. Si quieres que Dios te escuche: cállate, deja de parlotear. Cada noche, antes de dormir, entra en la habitación caótica de tu memoria y tira por la ventana todos los cachivaches que encuentres. Todos, incluidas las obras de arte que tanto estimas colgadas de sus paredes y que los mejores museos del mundo envidiarían. Todo fuera. No hagas caso a eso que habla de ti. Deja la habitación vacía. Píntala de blanco. Vacía y blanca. La habitación que la memoria tiene en tu mente, cada noche, vacía y blanca. Luego duerme. Dios no duerme, escucha al que vive vacío y blanco cada instante, cada día, este instante, este día, esto es.
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