Nos esforzamos por resolver la ecuación de la vida y despejar la incógnita de "quién soy yo" hasta que de pronto descubres que lo único sobrante en la ecuación es esa incógnita. No existe tal incógnita. Es una voz interior que suena y te acompaña desde que tienes uso de razón, que se adjudica el protagonismo de las acciones, de los estados de ánimo, del juicio sobre lo que es conveniente o inconveniente, de la memoria de quien eres, del cálculo de quién deberías ser, y un largo etcétera. Una voz que carece de realidad propia; humo, pura ilusión. A veces la llamamos conciencia, y decimos tener conciencia de nosotros mismos. Solo es una idea, un invento y una paparrucha. Ese yo es ilusorio, desaparece cada noche en el sueño profundo y no pasa nada, vuelve a aparecer al despertar a la vigilia y se apropia de la autoridad intelectual. Algo que aparece y desaparece es solo apariencia. Esa voz marca las distancias entre el exterior y el interior, pone una frontera con la aparición del tú. Esa voz separa al mundo de dios, y genera un sufrimiento basado en espejismos. No existe en la ecuación y la vida no tiene ninguna referencia de ella. Cuando desaparece, las cosas siguen su curso sin nadie que asuma la carga. Es de locos, ese yo o voz interior es como viajar en coche y cargar con el equipaje encima de la cabeza soportando todo su peso, porque no se fía de que el coche sea capaz de transportar las maletas.
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