miércoles, 31 de diciembre de 2025

Escenas con escopeta recortada -8

 


Una mujer en su mecedora acuna el espacio del que están hechas las pesadillas. Unos murciélagos pronuncian su nombre y ella entreabre los ojos un instante sin abandonar el sueño postrado a la cama de su padre muerto que le susurra que no tenga miedo, que la muerte es un invento, una historia solo creíble por personajes sin historia. El cuerpo de esa mujer se mece, pero ella dónde está: en todas partes y en ninguna. Para poder ver un objeto hace falta distancia. Ella es invisible porque está demasiado cerca. Y mira como lo hace el espacio: sin elegir, sin discriminar, sin importar lo que en él aparezca o desaparezca. La maja del siglo dieciocho golpeó la pared del almirez de bronce y la mecedora se detuvo. Un enjambre de abejas sacudió el aire. El cuerpo de la mujer empezó a supurar y los dioses cayeron de rodillas en señal de respeto. El mundo se desintegró como el ruido que hace un árbol al caer en el bosque cuando nadie lo oye.

—¡Señora, señora, son las ocho! Me dijo que la despertara a esta hora... 

El cuerpo de la mujer miró sin reconocer del todo al mayordomo. Echó un vistazo a su alrededor. Sobre el jardín se plantaban las sombras de la tarde. No recordaba quién era y eso no la asustó. Es más, sintió una extraordinaria paz al descubrir que no había nadie habitando aquel cuerpo.


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