Habías
borrado de tu memoria hacía tiempo a esa persona, cuando anuncian por la tele
que acaba de fallecer. Lo mismo sucede con la disolución de grupos armados.
Quién puede acordarse de una organización nacida para asesinar cuando hace
tiempo que no pone una muesca en su revólver. Quizá las víctimas, que nunca
dejan de serlo; al contrario, cada vez lo son más. La retórica de los
terroristas es tan insufrible como su actividad. Llamar la atención es su afán
infantil, queda tan ridículo en una banda de matones, que espero no alarguen su
propaganda de muerte ajena y propia. Los nacionalismos silban para despistar.
Los globalistas despistan para silbar. La causa devora a los hombres, éstos
devoran a otros hombres en nombre de la causa. En una reserva cercana a Johannesburgo,
el león Shamba atacó a su cuidador hasta dejarlo malherido. Los vigilantes
abatieron al animal que nada impropio había hecho, que actuó movido por su
instinto depredador. Pero para nosotros tiene más valor la vida de un hombre
que la del animal. Es lógico. Protegemos a los de nuestra especie. De no ser
así, no habríamos llegado hasta aquí. Es más, aunque el león, con una certera
dentellada hubiese arrancado de cuajo la cabeza del cuidador, los vigilantes lo
hubiesen abatido igualmente. Porque para nosotros tiene más valor el cadáver
del hombre que la vida del león. Ya nos encargaremos luego de matarnos entre
nosotros por una causa que no venga a cuento, por un supuesto derecho a
decidir. Pero ese es otro relato. Hemos de vigilar que la historia no la escriban
los asesinos.