viernes, 19 de mayo de 2017

Colapso de Internet.



            Ese cheposo septuagenario con cara de mula adiestrada a sopapos, pasaba las noches en vela urdiendo un plan para colapsar Internet. Había llegado a la conclusión de que era la mejor forma de acabar con el actual mundo, un mundo que voluntariamente dejaba en manos de ese invento de redes el motor de su funcionamiento. El imparable rencor hacia el artefacto comenzó cuando se quedó viudo. Llevaba la contabilidad de las horas desde que su Carmina murió de un derrame cerebral no controlado a tiempo. Desde aquel momento el anciano estaba en la prórroga de sí mismo, y su afán era llevarse a todos por delante, o al menos joderlos lo suficiente para que tuvieran que pensar en algo distinto. Si lograba desactivar ese monstruo de un millón de cabezas que llamaban Internet, haría regresar a la Humanidad al tiempo de los bailables en la plaza, al tiempo de las estrellas visibles desde las ciudades, al tiempo de las cartas de amor. Y si no, al caos absoluto, que tampoco era mala opción. El problema es que él no sabía ni colocarse recto ante un ordenador. Por eso pensó en echar mano de un peón friki dispuesto a ayudarle en su tarea de terrorista informático. No encontró a nadie que le tomara en serio, ni tampoco en broma. Simplemente le ignoraron, que parecía ser lo más compasivo que se podía hacer con aquel abuelo. Lo importante es la intención - pensó -, y seguir un plan a rajatabla. Y así recorría la casa de un extremo a otro mientras el resto de vecinos del bloque dormían. Su mejor ocurrencia, ya febril, fue la de ir con un mazo a destrozar los ordenadores de la caja de ahorros donde cobraba la pensión mínima. Exhausto, con las zapatillas horadadas por los bulliciosos dedos gordos de los pies, cayó sobre el sofá a la espera de un viejo amanecer. Para consolarse de su noche estéril, se dijo que tendría que llamar a uno de sus nietos para consultarle los detalles sobre el funcionamiento de esos artilugios que tenían conexión con otros congéneres. Era necesario conocer al enemigo para atacarle con eficacia. En su vida, siempre se había topado con esa dualidad: muchas ideas y pocos conocimientos para llevarlas a cabo. Pero estaba dispuesto a morir matando, por sus hernias.


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