lunes, 22 de mayo de 2017

Incierto.



            Es un escritor, no sólo un tipo que escribe. Después de matar a su socio con el que compartía un negocio de fontanería en el que no cuadraban los números, pasó por la cárcel haciendo amigos en los talleres de cerámica. Salió con la decisión tomada de que nunca más volvería a escribir novela negra. Ya los personajes le eran demasiado familiares. No podrían colarse en su antigua mentalidad de niño salido del aula  parroquial. Se dedicaría a partir de ahora a la poesía, sí, a la poesía, para que el medio y el fin coincidieran. Se quemó los dedos en la última calada, y el despojo del puro se cayó a los pies de aquel vagabundo que con cuarenta grados a la sombra iba con chaqueta de pana. Los pobres suelen distinguirse porque ellos mismos son su fondo de armario. A su lado, un perro lamía un salivazo del suelo. Ambos miraron a nuestro recién estrenado poeta y a sus cicatrices. La soledad identifica a sus víctimas a distancia. El alcohol, también. El vagabundo hacía honores a una caja de vino barato. Nuestro poeta sin un verso con que aplacar la rayada de su estómago, se imaginaba  bailando los hielos de un vaso ancho. El perro le ladró con cara de perro. El vagabundo tocó un poco amargado la flauta dulce. El se dijo en voz baja y con la lengua quemada: Qué será de nosotros cuando dejemos de pensarnos. Un tiro al fondo de la calle seguido de una sirena le recordó que la novela negra sale en los periódicos. Cuando dejemos de pensarnos... el perro volvió a ladrarle con cara de no haber pensado nunca. Y qué más da lo que ocurra cuando un hombre se adentra en la desmemoria.


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