miércoles, 24 de mayo de 2017

Juegos iniciáticos.



            ¿Jugamos a los masajes?, invitó la niña respirando forzadamente por la boca. Sabía ella que era algo inapropiado ese juego en el que buscaba sentir su propio cuerpo. Pero necesitaba las manos flojas e inseguras de ese niño estúpido que no encontraba divertido el masaje. Lo convenció con movimientos que él tildó de extraños. Empezó por las piernas flacas de su amiga que se había tumbado boca abajo en el sofá. No conforme, se subió el vestido hasta la cabeza invitándolo a seguir el manoseo por la espalda. El niño frotaba la piel ahuesada sin ningún entusiasmo, hasta que ella cerró los ojos y se puso a soltar pequeños suspiros. Eso le pareció interesante. Empezó a comprender la relación que había entre el movimiento de sus manos con los retorcidos gestos que se dibujaban en la cara de su compañera de juegos. Dependiendo del lugar de contacto, de la presión que ejercía, y del tiempo que se demoraba, la niña se contorneaba más o menos. También en el culete, acertó a decir ella con un hilo de voz. El niño, obediente, se puso a la tarea y amasó los mofletes traseros lo mejor que supo. Ella movía las caderas y se arqueaba como una pequeña serpiente ante su manipulación. El acabó por ponerse nervioso y le dio un azote con el que dio por terminado el masaje. Ahora me toca a mí, dijo harto de su papel de mandado. La niña, algo decepcionada, se levantó, se arregló la ropa y se fue a buscar a sus amigas mientras le decía que otro día, que ya no le apetecía jugar con él. El niño supo que sus relaciones con las niñas serían siempre conflictivas y decepcionantes.


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