viernes, 11 de febrero de 2022

La danza del espacio infinito -67

 


Se despertó en un círculo incompleto, con un tramo "roto", un peligroso salto al vacío del que podría no volver si por descuido se precipitaba en él. Tuvo la visión de que el círculo se completaría cuando recorriera todo su perímetro dibujado. La forma de recorrerlo era usando la inteligencia para descubrir los secretos del universo, y debía hacerlo en el sentido de las agujas del reloj. Pronto cayó en la cuenta de que la tarea sería interminable y agotadora. El resto de hombres ya estaban inmersos en el viaje circular, unos más avanzados que otros. Pero en el mejor de los casos, los más sabios, apenas habían recorrido una sexta parte del perímetro. Así la misión se presentaba inacabable.

            Decidió no emprender ese periplo vital, su inteligencia tampoco era para tirar cohetes, su estabilidad emocional dudosa y su voluntad frágil. Era un individuo sin recursos, sin nada que aportar al trayecto perimetral. Era más bien un estorbo plagiador a ojos de los demás. Así que se quedó al borde del "roto" de circunferencia sin intención de moverse.

            No sabe si por su pasividad o por su cortedad, el caso es que desarrolló una eminente capacidad de contemplación, una actitud de no juzgar lo observado ni intervenir en ello. Le vino a la cabeza, sin él ir a buscarlo, que sería acertado mirar en dirección contraria y encarar el "roto" con descaro, sin miedo a caer. Nada importante se perdía en realidad si él era engullido por aquel abismo. Extendió el brazo, cerró los ojos y se precipitó al vacío. No cayó, no le sucedió nada, el círculo se cerró según fue él completando el movimiento de avance, y pudo caminar por el perímetro en el sentido opuesto a las agujas del reloj. Debido a la celeridad de su paso, pronto llegó a toparse con los más sabios que apenas habían recorrido un breve trayecto en el sentido opuesto debido a las trabajosas condiciones del perímetro. Cuando lo vieron, pensaron que era un truco de magia, una triquiñuela visual de mal gusto. Pero él les explicó lo que había sucedido; que en su opinión, nunca había existido ese roto en la circunferencia, solo era el miedo a que existiera lo que provocaba su aparición ilusoria. Que no había un sentido correcto y otro incorrecto de recorrer el perímetro y que la inteligencia era una herramienta poco eficiente que apenas lograba resultados inciertos. Los sabios, a pesar de sus iniciales recelos, tuvieron que reconocer que ahí estaba, de cuerpo presente, y viniendo en sentido contrario. Eso era prueba de que no había caído en el vacío intemporal. Pero ellos seguían viendo "el roto". Eso no había cambiado. Quizá había ocurrido una singularidad científica, una excepción de la materia, que había mostrado una incomprensible consideración con el idiota, pero la regla continuaba vigente para el resto de humanos. No cabía duda. Debían seguir aprendiendo, estudiando, esforzando sus intelectos para dar la vuelta entera al círculo evolutivo, la única forma de completar la historia.

            Él, por su parte, dio varias vueltas, como un ventilador humano, mientras veía como sus congéneres a duras penas transitaban durante su vida por un trecho muy reducido de la circunferencia. Pero claro, no tenía inteligencia para explicarles cómo lo hacía. Decir a otro que no tenga miedo es fácil, que deje de tenerlo es complicado.


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