No subestimes la fuerza de arrastre que tiene el hábito adquirido por la mente durante milenios. Pues no solo cuenta con la tracción del condicionamiento personal acumulado en tu vida, sino con la inercia que ha acompañado a la historia del hombre. Cuando menos te lo esperes, en cuanto estés distraído, falto de atención, saltará a reivindicar el terreno perdido. Cuando eso ocurra, encima jugará a inmolarse, a rasgarse las vestiduras, a generar un ambiente ofuscado, a sentir que nada es posible con esos mimbres, a atraer más la atención sobre la apariencia de su drama. Pretenderá luego irse al lado contrario: a ser bueno, el mejor, como si la existencia del desierto dependiera del espejismo y de sus méritos. Actuará como si el espejismo supiera algo sobre la existencia del desierto. Toma nota y no des importancia a lo que no la puede tener, a lo que pretende ser independiente de ti a costa tuya. Vuelve, en cuanto descubras la trampa, a poner la atención en ti mismo, en tu océano de arena informe, allí donde perder el control no da miedo.
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