El cañón de un arma es un agujero negro, como el alma compartida por quien aprieta el gatillo y quien recibe la bala. La suma siempre es cero. Lo que llamamos causas y efectos se anulan entre sí a lo largo de la historia. Si lo primero que haces al nacer es llorar, no esperes que la cosa mejore con el tiempo. El tiempo aboca a su extinción desde el primer segundo. Mauro no le echaba la culpa a su barrio ni a la sociedad. El eligió el mundillo delincuencial porque le parecía más emocionante y menos opresivo que estudiar y trabajar para ser decente. Con el paso de los años fue ascendiendo en la heterogénea estructura que impera en las bandas, que al final son eficaces, y según van cayendo los cabecillas por operaciones policiales, se producen los ascensos automáticos. Llegan arriba los más cabrones y con más instinto de supervivencia. Mauro había pasado por todas las fases criminales para licenciarse, y ahora si usaba un arma —rara vez— era siempre para liquidar a los trepas que querían quitarle el puesto antes de tiempo. Su estrategia consistía en mantener contentos a los mandos policiales, de ello dependía su éxito y el respeto de las otras bandas. Primero se dirigía a ellos de forma cautelosa y los untaba generosamente. Si, por lo que fuera, sufrían un ataque de honradez, entonces ordenaba seguimiento a sus familias y les dejaba sutiles, aunque amenazadores recados. Mauro fue considerado por los mandos policiales como un mal menor, y le dejaron libertad con el compromiso de que su banda no aspirara a crecer con contactos delincuenciales a nivel internacional. A Mauro, en la última ocasión que le entrevistó un periódico por la generosa donación hecha a un centro educativo para niños con problemáticas especiales, dio este titular: «La vigilia es el sueño más largo. Y de él, más tarde o más temprano, también hay que despertar».

No hay comentarios:
Publicar un comentario