lunes, 17 de noviembre de 2025

Escenas con escopeta recortada -5

 


Un puto rayo de sol aterriza en la cara reseca que está pegada a una almohada que no reconoces. Te levantas de una cama que no es la tuya. Sales de una habitación extraña. Abres la puerta de una casa ajena. Bajas a la calle y esa acera no te suena. Necesitas tirar de memoria antes de sufrir un ataque de pánico, pero las imágenes no llegan. Vistes una chaqueta verde que no es de tu talla. En uno de los bolsillos vibra un teléfono. Es la primera vez que lo ves. Das a la tecla de aceptación de llamada y escuchas sin decir nada y nada se escucha al otro lado hasta que cuelgan. Coges un autobús que va hacia el centro. Desde allí irás andando hasta llegar a la librería-papelería que regentas desde hace cinco años. «Ojalá no haya mucho ajetreo», piensas. Hace calor mañanero. Empeorará hasta hacer sudar el asfalto. En cuanto abres la persiana de la librería y te cambias esa rara chaqueta por tu bata de trabajo, enciendes la radio. Aunque sueles escuchar música suave que agrade a los clientes, hoy sintonizas las noticias. Se respira en el aire que algo ha ocurrido. Intentas recordar. Sí, en la radio hablan de muchas tragedias lejanas, nada que tenga que ver contigo. Todos los días matan y todos los días mueren. Nada preocupante. Entra en la tienda una mujer joven apoyándose en una muleta. A pesar de la edad tiene un aire tirando a momia, de momento le han vendado el pie izquierdo. Pide un libro: "Los relatos de Kolima" del escritor ruso Varlam Shalámov. El horror es imposible de narrar, pero este autor está dispuesto a intentarlo. Miras a la clienta sin discreción, de arriba abajo. Te parece extraña su presencia, como inhumana. Ella también te mira con descaro y parece conocerte, o conocer algo de ti. Le preguntas qué volumen quiere. Te pregunta cuántos hay. Le dices que son seis. Ella se decanta por el quinto. Parece que lo elige a voleo. Se lo sacas del anaquel. Para pagar acerca su móvil al datáfono. Te dice gracias. Le dices: gracias a usted. Se dirige a la puerta. Se gira y te regaña con coquetería calculada: «La próxima vez que le llame, usted contesta, ¿vale?».  Un tipo como un armario la espera fuera. Antes de marcharse juntos hacia un coche con los cristales tintados aparcado unos metros más atrás, el tipo te hace el gesto con la mano de una pistola disparando. Sudas y no sabes qué está pasando. 


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