Cuando se produce un hecho luctuoso, una violencia mediática, unos trenes que saltan por los aires, un hombre indefenso a quien meten una bala en el cráneo, se suele lanzar el mensaje de que todos somos víctimas de la tragedia. Si fuera cierto ese gesto inútil de implicación solidaria, no habría asesinos. Y de éstos vamos sobrados. El mundo paralelo que hemos ido articulando posee personajes peculiares a los que hemos dado cabida y rendido honores, porque tenemos el concepto de realidad alterado. Luego nos llevamos las manos a la cabeza cuando esos mismos personajes hacen lo que saben hacer: generar caos y confusión. Son frágiles e inconsistentes los mundos paralelos que nos da por habitar. Cuentan con la ventaja de que la realidad no pierde el tiempo desacreditando espejismos, y éstos van reforzando su influencia en personalidades arrogantes que prefieren ser reyes de los escombros que príncipes en el palacio. Las grandes grietas del mundo paralelo son ocasionadas siempre por los hombres más pequeños, capaces de ser verdaderos al no tener nada que perder. Cuando se acaba nuestro tiempo, se nos ofrece una visión menos condicionada de la realidad, pero pocos son los que se integran en ella, prefiriendo volver a probar suerte con la ilusión. La eternidad no rechaza a nadie. Somos nosotros, y nadie más que nosotros, quienes no encontramos cabida en ella. Preferimos seguir intentando ser aparte del Ser. Hacemos cola en el paritorio, es nuestro turno de berrear saliendo por el túnel de la madre. La luz artificial daña hasta que nos acostumbramos de nuevo a las apariencias. La noria sigue dando vueltas con nosotros de cobayas voluntarias.