Se levantó una mañana dispuesto a reconocer el error. No uno cualquiera, no. Dispuesto a reconocer que sus cincuenta años de vida habían sido un error porque quien los vivió no había estado disponible, despierto, atento. Reconocer un error así no es fácil, es empezar de cero sin pretender llegar ni siquiera al uno. Pero no le sirvió. La luz ilumina este momento, no juzga como error el pasado porque ni se lo plantea. No da validez al futuro porque ni se lo plantea. La luz es ahora, sólo ahora. Nadie te ve cuando proyectas luz porque deslumbras. Se ve aquello que recibe la luz, no aquello que la emite. Al igual que nadie te ve cuando mueres. Ven un cuerpo que deja de respirar, pero mueres alejado de las miradas. Mueres al reencuentro de la luz amorfa. Nadie te ve cuando eres concebido. Eres concebido como hechura de luz.
A la mañana siguiente se levantó dispuesto, alerta, atento, relajado. Ya no buscaba nada.