En
el estado de sueño, sueñas. En el estado de vigilia, sueñas que estás
despierto. Más allá y más acá de los estados, en la conciencia, estás despierto
jugando a los sueños.
Todo
cabe en la presencia. Todo. Tú puedes negarla, por supuesto, faltaría más. También
cabe su negación. Lo que no puede ella es negarte a ti, que es lo mismo que
negarse a sí misma. La presencia es afirmación sin límites. En esa su espiral,
cuyo punto de origen o final es el cráter de un volcán del cual surgen
emisiones sin descanso de calor y luz hacia la zona habitada por las formas más
diversas, nunca la multiplicidad es
incompatible con el uno. Las formas se expresan usando de soporte a la fuente
de calor y luz (sean conscientes de ello o no), y la fuente se manifiesta en sus
formas porque ha hecho un movimiento consciente. Un solo corazón, un solo
mecanismo, dos direcciones. Las diferentes formas se colocan en la espiral
donde consideran les es más idóneo. Nada ni nadie le indica a la forma el lugar
a ocupar, ella va tanteando hasta dar con ese su mirador o perspectiva desde donde
realiza el ser. Los diferentes puntos de la espiral no atienden a la lógica
mental de superior, inferior, mejor o peor. Los niveles vienen dados por la
elección de la distancia elegida respecto a la fuente. Hay formas que prefieren
más distancia, una luz más tenue, un temperatura más templada, incluso fría.
Otras prefieren el calor intenso de las proximidades del cráter, la luz
cegadora. Entre ambos extremos, cada forma va moviéndose y descansando en el sitio
que percibe como un traje hecho a medida. Todo está bien. Todo cabe. Cabe la unidad,
cabe la dualidad, cabe la multiplicidad, cabe el vacío y caben las formas y sus
peculiaridades; caben todos los caminos que llevan a Roma porque en realidad nunca
hemos salido de Roma. Aunque seamos capaces de describir con infinidad de
detalles esos caminos, no significa que nos hayamos alejado de Roma. Igual que puedes
describir con minuciosidad un sueño en el que has explorado tierras lejanas sin
moverte de la cama.