"Puestos a odiar, seamos ambiciosos". Un tipo atildado el tal Jep Gambardella, un dandi circunspecto, avispado y desencantado con la especie humana. No puede ser de otro modo cuando observas con distancia y aceptas lo que ves sin discutir, por no darle importancia. Un tipo que lucha contra la neurosis infecciosa, y no está dispuesto a tapar sus deseos ni sentimientos con convenciones sociales que ya le importan un higo. Un escritor de pies a cabeza que no necesita escribir. Un libro es más que de sobra. Chaquetas de colores chillones y la cara como la de un bulldog volviendo de la ópera son su carta de presentación ante desconocidos que se llevan de él, como de todos nosotros, la mejor parte. Qué tendrán los desconocidos que nos caen tan bien. No nos conocen, y gracias a ello, podemos ser nosotros mismos sin los prejuicios a los que nos hemos postrado. ¿Se parecerá el mundo a como lo experimenta Gambardella? Quién sabe si el mundo se parece a su madre o a su padre. Más tarde o más temprano nos convertimos en seres apesadumbrados por la razón que él esgrime: La nostalgia es la única distracción para quien no cree en el futuro.
martes, 14 de mayo de 2019
viernes, 19 de abril de 2019
Vuelos rasantes
Nieva sobre las aceras negras. La enfermedad traspira por el tabique. Esta tarde me quedo en casa y hago números para llegar a fin de mes sin tener que robar. Recibo un mensaje en el móvil. Es Veni...
Vuelos rasantes de Luis Amézaga
domingo, 24 de febrero de 2019
VUELOS RASANTES
Si
buscas estados alterados de conciencia y no asimilas bien el LSD, te aconsejo que
acompañes a los personajes de este libro en sus vuelos rasantes. Frida Cerain,
controlando a sus demonios, vigilará de cerca los secretos de Daniel Seijo.
Roberto y Fausto viven pared con pared a
la espera de que el destino juegue con ellos. ¿De dónde ha salido Anne
Horcajada, y qué pretende? El poeta Venancio ¿quiere un hermoso cadáver o una
inmortalidad retórica? ¿Es Ayli Maine una asesina? Jesús Mari y sus paraísos
perdidos. Ariel se mueve con agilidad por los limbos de la existencia. El
inspector Morgado se topa con un "nadie" que le da dolor de estómago.
Los protagonistas de "Inocencia" no tienen nombre porque quizá no
sean tan inocentes.
martes, 12 de febrero de 2019
Arco de seguridad.
Pasas
por el arco de seguridad tras dejar tus pertenencias en una bandeja. No se
fían. Somos muchos y el porcentaje de locos violentos aumenta en estos
edificios. Coja número. Espere su turno. La persona parapetada tras el
mostrador te pregunta por la razón que te lleva a molestarla. Los funcionarios
de la Administración dan miedo. Ellos pueden ponerle un sello a tu condena,
pueden rechazar el trámite a la felicidad. Le digo que mi padre ha muerto, que
necesito un certificado de defunción. Me mira, me pide el carné. Me pregunta por
el día de la muerte. Se lo digo y en el ordenador no sale, y si ahí no sale no
estás muerto, que lo sepas. Me mira con atención, ¿no te habrás equivocado de
fecha? Me hace dudar. Ellos siempre tienen razón. Reviso mi memoria. Creo que
es ese día. Pues no me sale. Uyy, espera, me dice, que me he confundido al
indicar el año. Sonríe. Maldita la gracia. Me da el certificado que oficializa
la muerte del padre. Ya puedo irme. Otro será quien venga a solicitar mi
certificado. La Administración escribe tu biografía de manera tan abreviada que
ya eres polvo.
lunes, 21 de enero de 2019
Venusianos
Esta noche miles de venusianos de un suburbio de la sección
57 del hemisferio sur se han despertado con un imprevisto y desconcertante
acontecimiento en sus cielos. Muchos hablan de ovnis, de terrícolas con gordas cabezas y caras de cristal, como hinchados, y con jorobas exageradas. La segunda piel,
según los testigos, era reflectante. El resto de la población escucha las declaraciones convencida de que su mundo se está volviendo loco, que al
venusiano medio se le va la olla, o que el aburrimiento le anima a inventar
historias de ciencia ficción con visitantes terrícolas como protagonistas. Todo el mundo sabe que ese planeta azul está despoblado de vida inteligente. En él solo hay basura y restos orgánicos de seres primarios incapaces de no
matarse entre ellos. O al menos eso dicen las tertulias del más allá.
jueves, 29 de junio de 2017
A modo de epílogo epidural y epifanía epitáfica.
El humanista Gonzalo Correas, gran
refranero, escribió que se usa la expresión son habas contadas
"cuando se echa cuentas de cosas claras y ciertas, y granjeos y ganancias
que se harán". Se remite a la ancestral costumbre de contar y votar con
habas tanto en ámbitos públicos como privados.
Este libro de habas contadas ha
pretendido echar cuentas de cosas claras y oscuras, ciertas y aproximativas,
aunque sin opción de ganancias contables. Un paquete envuelto con sabrosas
viandas, escenas que en sí mismas son historias, breves, pero completas.
Historias que abren la puerta a otras iniciativas a la hora de contar con más
extensión, de forma más prolija, las eventualidades de un personaje o de una
idea. He pretendido cerrar la boca antes de dar por resueltos todos los
enigmas.
Se arriesga en la hipótesis de que
el gran Pitágoras de Samos creía que las habas también tenían alma y por eso se
autoinmoló ante un campo de esas leguminosas por no pisarles las ánimas, tan
frágiles al pie humano. En cualquier caso, yo sí creo que estas habas contadas
que aquí acaban y han sido escritas con toda el alma, tienen una trascendencia
que va más allá de lo evidente. Lo efímero en ocasiones vuelve a nuestro magín
para quedarse.
Rechazar la paja no es desmerecerla.
Es que en ocasiones uno solo quiere apuntar con el dedo sin tener que perfilar
al detalle la figura apuntada. Ser honesto es una obsesión en la literatura. No
decir más que aquello que se ha visto, aunque sea entre brumas. Me gusta arriesgar
sin caer en el engaño ni en los inventos imposibles. Buscar la sencillez para
transmitir la emoción es un objetivo ambicioso.
"Aunque al principio lo
atractivo de cualquier texto sea el tema que aborda, es el lenguaje el que lo
sobrevive", leo que dice el periodista y escritor Jaime Fernández en su
blog En Lengua Propia. Y estoy de acuerdo. Pero a veces, demasiadas, las
palabras se conjuran para traicionarnos y dejarnos en feo delante de las
visitas. Y lo maravilloso es que en esas ocasiones suele producirse la magia,
la conexión con el otro, con el que recrea lo escrito y el que lo dirige a su
terreno biográfico. Allí están bien las palabras, en casa de otro,
independientes y con cierta presunción respecto al que las ordenó sobre un
papel.
Paul Auster niega que escribir sea
algo placentero. “Es un trabajo duro y se sufre mucho. Por momentos uno se
siente inepto: la sensación de fracaso es enorme y eso significa que no hay
sentimiento de satisfacción o de triunfo”.
El sentimiento que tengo en estos
momentos es de tensa liberación. Adiós a este bulto sospechoso, aunque sepa que
volverá a casa a lavar la ropa, a llorar cuando el mundo cruel le dé la espalda
y que me visitará los domingos a probar mi exquisita paella de conejo.
Lo dejo marchar sabiendo que sus
calambrazos en el estómago durarán mucho tiempo. Pero hay que ocuparse de otros
asuntos. No conozco la satisfacción plena. El espíritu mordaz, cada vez que
mira la vida, no puede dejar de pensar que tiene truco.
En ciertos momentos he prescindido
del gusto, de los placeres estéticos a sabiendas que al final reinaba el
desencanto. Los exorcismos sacan lo mejor de nosotros.
Mis respetos desde este epílogo
epidural y epifanía epitáfica, a esos hombres a quienes nunca les pesaron los
pies, ni sus pasos se vieron clavados en la tierra. A esos hombres que parecen
flotar mientras los demás nos arrastramos. Son hombres libres, caballeros de
valores contrastados, que los defienden con coraje sin atender a coyunturas o
ternuras. Ya no quedan. Va por ellos, por los inexistentes.
Por último quiero hacer mención a
otro hombre, a otra historia casi verídica, a un tipo que quizá no pertenezca
al del grupo anterior, ni falta que le hace. Va por ti. Responde al nombre de
Maimónides. Es cordobés y filósofo de baratillo. Luce en negro unos ojos
hundidos al fondo de los telescopios que usa de lentes. Barba habitada por una
fauna sin clasificar en las enciclopedias y una dentadura donde las eses han
encontrado un retiro paradisíaco. Su edad, indeterminada, como suele ocurrir
con los hijos putativos de la calle. Es un tipo que frecuenta los pórticos de
las iglesias para reírse de las beatas, más que por pedir una limosna que no
necesita. Allí puedes acudir a escucharle buenas historias. Las inventadas son
las más interesantes, aunque también salpica su discurso con algunas de las
otras, más creíbles. Ha necesitado mucho tiempo para superar su adicción a
profesiones estrafalarias y frustrantes. Todas las ejerció en su día. Paso a
enumerar parte del vía crucis de una trayectoria laboral que sobrecoge:
dependiente en una tienda de golosinas, secretario personal de un echador de
cartas, masturbador de reses, analista de flatulencias, empleado de videoclub, representante de
estiércol, maquillador de cadáveres para una funeraria, cantador de bolas en un
bingo, limpiador de pista en el circo…
Ahora está curado. Vive del cuento
que acabo de contar y de una pensión por incapacidad grave, la del escritor
soliviantado. La sociedad socialdemócrata le mima mucho. Son habas contadas.
martes, 27 de junio de 2017
Ante el último acto.
En la búsqueda de refugio dejó un
rastro de agua, un charco de ignominia. Hizo cumbre para esquivar los obstáculos
entre el cielo y su cabeza, donde tenía tatuada una cara que no apreciaba.
Cuando estuvo arriba miró la pendiente y reconoció la locura. Las huellas nacen
en la arena y mueren en el agua que viene a su encuentro. Girar alrededor del
planeta será un viaje turístico para los que no se mareen ni tengan apego a
esta casa de muñecas. Se sentó junto a unos amigos a confesar que el dinero
le ocupaba mucho tiempo, porque mucho era su capital. Los amigos se ofrecieron
a aliviarle la carga. Ofendido, se marchó sin pagar la cuenta. Un rico nunca
rebusca en los bolsillos, sus gestos son suficientes para saldar deudas. No
hace las maletas porque allá donde va es su casa. Amasó dinero con pocas ganas
de trabajar y mucho talento. Ahora la tierra y su gravedad le pesan. La
enfermedad que tanto define a los mortales se ha convertido para él en una
obsesión que no deja de mencionar. Toma un tren y lo hace descarrilar por darse
el gusto de conseguir una fotografía impactante. Tanta extravagancia termina
por aburrir. Las palomas son animales urbanos que mueren en las calzadas con
sangre en las alas. El no conduce. El chófer es el culpable. La conciencia del
rico está protegida por un manto mágico. Los electrodomésticos, los remiendos,
los plazos fijos, se alejan de su realidad como un artículo de investigación
médica en una revista especializada lo hace de la sanidad dispensada en los
hospitales. Está enfermo de hipocondría, que es la enfermedad de los sanos que
no terminan de creérselo, y con razón. Los finales felices son pausas, no
finales. El final verdadero no permite dos versiones distintas, ni sugerencias
de los actores. Nadie sale de los créditos a contarte cómo acabó todo. La
altura siempre tiene un referente más alto.
lunes, 26 de junio de 2017
Un personaje se rebela.
En la primera página, sin apenas dar
una explicación, el protagonista abre la mano y una pistola automática resbala
por ella hasta caer al suelo con una bala menos en la recámara. En la página
treinta y ocho todavía resuena la caída del casquillo, y las huellas
parlanchinas ponen en apuros al personaje con quien el lector se siente
identificado por una extraña empatía hacia las mentes atormentadas. - Aquel
tipejo merecía morir - nos dice desde su sórdido escondite a las afueras de
una ciudad no nombrada. Así se juega a la ruleta rusa con la vida de papel
desde el escritorio de un novelista que huye del horario de oficina, del
trabajo productivo, para que leer perjudique seriamente la salud de algún
incauto. Total, sale casi gratis deslizar hasta el delirio la historia de un
personaje. Pero el autor es tan mediocre y el protagonista tan potente, que éste
último se escapa de su alineación justificada sobre el documento de texto y se
lanza al cuello del abajo firmante con el propósito de convertirlo en anónimo.
La cabeza rota como un muñeco de parabrisas cae sobre el teclado, y el personaje
se vuelve a su huida literaria antes de que alguien entre y confunda la
realidad con la ficción.
viernes, 23 de junio de 2017
Dos sin tres.
Se abrió la puerta del ascensor y
pensó que a esas horas de la madrugada aún estaba teniendo un sueño
calenturiento. Él, como todos los que duermen en fases cortas y están en
continuo proceso de dejar de fumar, suele desvelarse de forma reincidente. Es
por lo que busca la calle a cualquier hora empujado por la desazón de unos
pulmones que bufan como un toro con dos estocadas. Pero piensas que la soledad
será la única que te acompañe al coger el ascensor hidráulico en un edificio
habitado principalmente por jubilados que no trasnochan ni madrugan. Por eso le
sorprendió la escena. Bueno, no solo por eso. Sin duda había sitios más
recogidos para la faena, pero el calentón
parecía haberles impedido cualquier miramiento o búsqueda. Antes de
hacerse una exacta composición de lugar, escuchó los inconfundibles
encontronazos de la carne, y luego se percató de que la mujer estaba a cuatro
patas y que lo miraba sin darle importancia. Es más, parecía alegrarle que se
llenaran las gradas. A su espalda, un muchacho bastante más joven que ella,
martilleaba con sorprendente furia, como si quisiera hacer pasar el clavo hasta
el otro lado del panel. Incrédulo y atraído, con una mano sujetando la puerta
del ascensor, se quedó contemplando a la salvaje, primaria, visceral pareja. No
sentía ningún tipo de excitación, sólo asombro, como cuando en los documentales
veía a la leona abalanzarse sobre el cuello del cervatillo: instinto, crudeza
evolutiva. Los humanos solemos escondernos para follarnos. Pero aquella pareja
que lanzaba envites corporales de esfuerzo casi olímpico, agradecía la
presencia de un discreto y embobado espectador. La mujer aulló a la luna que se
colaba por la ventana del rellano de la escalera, mientras el muchacho babeaba
sobre sus nalgas. Aumentaron el ritmo de la friega hasta dedicarle a su anónimo
admirador el derrame azul que cayó sobre el suelo de mármol. No quiso ejercer
más de mirón y cogió el camino de las escaleras encendiendo el deseado cigarro
sin más esperas. Su primera calada fue de una intensidad que casi le ahoga. En
el fondo de la postal nocturna quería amanecer. Ya en la calle, y con el
segundo cigarrillo encendido, supo que regresar a su cama era citar a la
depresión acolchada, y más después de haber presenciado la pujanza de la vida
derramada con generosidad en aquellos cuerpos. Hacía varios meses que una
señora no se enredaba entre sus piernas. Fumar es un verbo que se conjuga solo,
al contrario que el fornicar. Te vas haciendo celoso de tus rarezas, de las
pajas distraídas con la mujer del tiempo al final del noticiero. Sí, clareaba.
Observó desde la distancia de su paseo inconsciente cómo la mujer y su efebo
salían del portal después de haber germinado el vacío. Iban sin tocarse, sin
hablarse. Supo al verlos marchar, que todo hijo de vecino camina cuesta arriba,
aunque disimule.
miércoles, 21 de junio de 2017
La melodía de la infidelidad.
Cuando se apagaron las luces que
dejan al público desnudo de protagonismo, el ojo apuntó al escenario. El lamió
la boquilla de su saxo, dejando claro desde el primer instante que estaba
dispuesto a ponerle los cuernos con aquel instrumento que le aupaba a infaustos
placeres de la mano de un sonido que era su propio estómago regurgitando. Nada
ni nadie vibraba mejor que aquel saxofón con el movimiento desenfrenado de sus
dedos. Su mujer, desde la primera fila, supo que ella era la otra. Se trataba
de una lucha desigual. Cómo batallar contra la hipnosis que produce la
creación, contra la magia de un momento armónico donde el músico da con la
tecla de sí mismo, con el silencio imbatible.
martes, 20 de junio de 2017
El Penado.
Diez años encarcelado y todavía reza
arañando las paredes. Cada gota de sangre es una cuenta de su rosario. Con las
manos encallecidas abre un túnel a los ángeles para celebrar con ellos orgías
místicas en la celda, que usa como si fuera un santuario de orines. El recluso
de la celda catorce juega a las preguntas de trivial con un sicario del
narcotráfico, baraja el bien y el mal, y lo que gana en rabia lo pierde en
ganas de vivir. Un dado flota sobre las literas y sale un seis de fuego. Fuera,
los dragones trajeados que lo encarcelaron roban con sus mecanismos de
contabilidad creativa, e incendian el sistema ajenos a los perdedores. El preso
con fiebre visionaria no sabe si está en prisión o en un convento. Llama al
funcionario y le estrangula mientras eleva un responso.
lunes, 19 de junio de 2017
La escena y sus ángulos.
En cuanto ese cabrón mala sombra se
encaramó a la escalera para cambiar la bombilla del rellano del cuarto piso en
el que nos odiamos a diario, supe lo que tenía que hacer: lanzar una patada a
su único soporte y en la caída ayudarle con un empujón hacia los peldaños de
granito que le llevaran hasta el tercer piso, no sin antes desnucarse.
Cuando estuve subido a la escalera
para cambiar la bombilla del rellano, observé en ella esos ojos en permanente
combustión, ojos con los que solía regalarme reproches silenciosos cada vez más
a menudo, esa sinopsis del drama que estaba urdiendo para colocarme en el papel
de víctima. Parecía que había ido llenando su recipiente de ira durante años y
ya era hora de desalojarlo. Maldita bruja. Pateó la escalera portátil y me
empujó hacia los peldaños, que impenetrables a mi cabeza le ayudaron a rematar
su plan.
Cuando llegué, después de escuchar
un fuerte golpe en las escalera, me encontré al perjudicado con los miembros en
distribución anárquica y la cabeza chorreando una sangre muy oscura. Su mujer
no disfrazó los hechos y asumió de inmediato el homicidio, aunque matizó que la
premeditación fue de apenas unos segundos antes de consumar el acto.
En el mundo hay tres tipos de
personas: los que hacen la Historia, los que la sufren, y aquellos que la
cuentan.
Vale, de acuerdo, también están los
emoticonos, pero eso es tema para otro día.
viernes, 16 de junio de 2017
Sórdido.
Me atrajo con el imán de lo
primario, la razón cedió el paso caballerosamente a la genitalidad sin
adjetivos, sentada en el bidé me extrajo el kinder sorpresa que respondió con
la seguridad de quien se siente interpelado y admirado, chupó mientras yo leía
pareados ofensivos en los azulejos, desahogué sin gusto ni pena, me fui sin
hablar, la dejé limpiándose la barbilla, mañana amanecerá nuboso y es muy
probable que vuelva a vejarme sin necesidad.
jueves, 15 de junio de 2017
A ciegas drogas.
La lucidez llega cuando llevas medio
camino recorrido en tu caída por el barranco, allí donde el árbol inclinado se
rinde a nuestra terquedad. La luz viene de arriba y sólo cuando no queda
trayecto hacia abajo, la vemos. La adicción nos ha destruido. Y en ese derribo
ha caído el velo embrujado que nos retenía. No somos libres aún, pero las
cadenas ya no nos deslumbran. El camino tira de nosotros como las escaleras
automáticas de unos grandes almacenes: ritmo pausado y seguro. El tiempo se
detiene a tomar café en una mesa camilla y abraza a la mujer cuyo cabello se
cuela por el circuito sanguíneo, sus pechos se aplastan contra el suyo y las
manos se lanzan por el tobogán de risas que es su espalda. Un pasmo se dibuja
en la cara, un continuo vaciado por donde corre el pensamiento estable. La luz
hace invisible al individuo. Si no fuera por los alaridos del cuerpo se
disolvería con total naturalidad. Y se acabó, para qué más.
miércoles, 14 de junio de 2017
Mujer y color.
Con la edad los apegos terrenales se
acumulan y la muerte se convierte en un puerto de categoría especial. Me
confías esta reflexión que leíste no sabes dónde mientras enciendes un purito
largo y elegante que baila confiado entre tus dedos. El humo te ataca a
traición los ojos y das un manotazo que dibuja figuras extrañas que se
mantienen como una representación de marionetas sobre tu cabeza. Habías dejado
de fumar, pero comprendiste que la salud no es suficiente razón para estropear
la estética en una mesa con café y copa. Allí tu mente se entrega a divagar y a
seducir. Bebes, fumas, las manos ocupadas, el gesto entretiene las miradas
mientras los trucos de magia van cayendo ante una audiencia cada vez más
arrebatada. Las arrugas se dibujan en tu frente con cada calada, y ese
acartonamiento natural logra atraer la atención de adolescentes o de
divorciados en segundas nupcias. Sacas otro y te lo enciendo sin que digas
nada. Me echas el humo como agradecimiento. Eres la musa algo loca del barrio.
No podemos aspirar a mayores intelectualidades. Bebes y fumas más de lo que
pagas, faltaría más. Aún hay caballeros e idiotas que sisan a la parienta para
ser generosos con la manecilla solitaria que cumple con los horarios más
necesitados. Vino el invierno y la calefacción siempre estaba estropeada. Nos
pegábamos más unos a otros, y fumábamos del mismo humo. Las palabras calentaban
a los atormentados que salían del curro con las costillas doloridas. El paladar
casposo y la piel seca daban aviso de que cada uno debía ir yéndose a su nido,
solo o acompañado, que es doblemente solo. Una tarde no acudiste a la cita.
Habías dejado sin pagar el alquiler del piso y nadie daba fe de ti. Lo
comprendo: una musa ha de buscar nuevos parroquianos a los que elevar la imaginación
a nuevas cumbres antes de morir. Ahora el barrio es como los demás, llenos de
bocazas que creen saber de todo para mayor gloria de su ignorancia. Hecho de
menos el fumar pasivo, y la picardía de unos labios siempre ágiles.
martes, 13 de junio de 2017
De puertas adentro.
Su locura, que fue diagnosticada en
el patio de vecinos, se limita a una desazón intelectual. Quiere saber quién es
su interlocutor cuando está solo. Esos diálogos tan fructíferos deben, según
él, tener protagonistas con nombre y
hasta apellido. Leer en un espejo es entenderlo todo al revés, así que debe
existir otra fuente de discurso que vaya más allá de la simetría. Mirar al
techo es como padecer una lluvia de folios en blanco. Debe haber alguien en las
réplicas, alguien que aparezca en los momentos de apertura mental, propia de
los niños o de los temerarios. Desconecta los aparatos de la casa por donde
puedan colarse extrañas energías, y se lanza a una prospección del campo
abonado. Encuentra cosas como esta: Los animales son lo que son, las plantas
son lo que son. Lo que somos los hombres depende de lo que pensemos que somos.
Es algo que había leído por ahí sin que dejara aparente huella. Ahora surgía
con fuerza cuando el maremagno de ideas comunes que sirven para funcionar,
había decaído. Un frontón que devuelve las pelotas cuando ya no las esperas;
ése puede ser su interlocutor. Quizá sea una estructura paralela que funciona
de forma autónoma a las circunstancias, pero respetando el paso del idiota.
Evolucionar hacia uno mismo. Una obra lo es tanto en la primera página como en
la última, aunque hasta el final no se comprenda en su totalidad. Los circuitos
que movilizan sus músculos están apagados. Ni rascarse puede. Escuchar al interlocutor
exige dedicación plena a todas las zonas del cerebro. La intensidad de estas
palabras-símbolo, palabras-imagen, no es comparable con ningún otro registro
lingüístico o experiencia vital. Van acompañadas de realidad profética y de
cambios profundos en el conocido como loco del barrio. Vive en una soledad
coral y no responde a preguntas sobre creencias. El sabe qué experimenta, y no
piensa dar carnaza al amarillismo filosófico. Han pasado las horas. El sueño le
vence. Vuelven a activarse zonas comunes combinando datos triviales y
componiendo escenas surrealistas en su fase onírica. Despierta y sigue con su
vida. Ahí va el loco, qué majo, hablando solo y buscando respuestas a preguntas
que nadie formula.
lunes, 12 de junio de 2017
Juntos.
Tenemos facilidad para juntarnos. Si
hay música, si los actores se mueven por un escenario, si proyectan una mentira
o hay una presentación del libro impresentable, si se da una conferencia en día
de lluvia o juega el equipo de la ciudad, nos juntamos. En las puertas de los
grandes almacenes cuando dicen que rebajan lo que antes subieron, la caterva se
codea con ímpetus corporativos. En algunos países se casan a la vez cientos de
parejas aprovechando alguna fecha significativa, algún eclipse, o las palabras
de un predicador tan sicótico como seductor. En otros sitios se suicidan en
grupo para traspasar el umbral del paraíso cogidos de la mano y del cuello. El
grupo nos protege de nosotros mismos y una fuerza independiente parece tirar de
los individuos. Programación de serie. Obtusos, vemos una verja y sabemos que
nos reta a ser traspasada. Un mensaje y se citan miles de personas. Una
explanada y necesitamos llenarla. Un apagón, y la jodienda se contagia tras las
ventanas. Cuando alguien quiere manifestar su desesperación dice que se siente
solo. Las procesiones, los caminos de peregrinos, las urnas, las travesías, las
plazas, las cárceles nos sirven para formar racimo. Hoy nos manifestamos por la
paz, mañana por la guerra. Hoy saltamos hogueras, mañana apagamos fuegos.
¿Vienes? Vamos.
sábado, 10 de junio de 2017
Grafía del porno y compañía.
No sabe igual la infidelidad que la
monogamia, ni juega en la misma división la zoofilia que la antropofagia. La
calidad de las mamadas no depende de la saliva tanto como de la postura
sometida del chupón. No es lo mismo de frente que de espaldas, ni la
penetración por su conducto tradicional que por el orificio sodomita. El acato
también es un atractivo para ciertas prácticas. Un poema supuestamente estético
y por lo tanto ético, huye de los mocos del placer cárnico. Pero sin
pornografía no se entiende al hombre moderno. De un polvo vienes y en polvo te
convertirás. La exploración de los límites sexuales es una actividad demasiado
generalizada para obviarla con códigos penales. Nuestros cuerpos se reivindican
en el dolor que gusta, en el incesto que se niega, en la fornicación pública,
en el fetichismo del coleccionista, en los juguetes de plástico que nos
acompañan, en las orgías de salón con olor a miseria, en la infecunda y transitoria
realización de depravadas fantasías. La pornografía mata la imaginación
convirtiéndola en realidad satisfecha. Qué sabe el amor de todo esto, cómo
sobrevive entre tanto pedregal, es algo que sigue siendo una incógnita.
viernes, 9 de junio de 2017
La cita.
Como si un bebé se atragantara
dentro de tus pechos, eres trance, y yo un espectador algo confuso, te
retuerces en el asiento del copiloto como una serpiente drogada con su dosis de
sexo amateur envenenándote la sangre, y sé que no me necesitas para ese fragor
de mujer en la hoguera, que escandaliza con sus movimientos pélvicos que juegan
a la peonza, estás como poseída e intento devolverte a la realidad con un beso,
pero me arrancas la piel a dentelladas, dentro de ti los ángeles con diarrea
vuelan en círculo y los budas bailan una jota nudista, empiezo a estar
asustado, a mi glande le han caído mil arrugas en este último minuto, arranco
el coche queriendo dejar atrás tus levitaciones de orgasmo mientras suavizas la
voz y me confiesas tu adicción al amor en salsa verde, esas complicidades tuyas
licencian al oyente en sacerdocio o psicoanálisis, por qué no te callas me
pregunto en silencio, tus confidencias suenan a roto, a esguince del corazón,
contigo la conquista pierde su sentido lúdico, hablas con la habilidad de un
albañil curtido en tapias, escucho la traducción simultánea que me llega de la
profundidad de tus piernas, recorto las distancias para que te calles y te
invito al picadero de mi coche, al primer roce doblas el espinazo en busca del
gusano, al primer beso abres la boca como una trucha fuera del agua, cierras
los ojos y emites gruñidos de ultratumba, da miedo tu forma de amar, de amarte.
jueves, 8 de junio de 2017
27 letras bien ordenadas y 5 dígrafos.
Cada día unas líneas, escritas o
sugeridas, con su afán de relato o poema, con sus frutos asomando entre las
hojas. Cada día una lectura, un bálsamo que apacigüe las ansias de los
interrogantes que crecen según acumulo colesterol en la sangre y los riesgos
son mayores. Las letras sirven, ¿sirven?, para sentirnos acompañados por
nombres que se refieren a cosas que ocupan espacios que duermen en los tiempos
de un planeta rechoncho. Las letras tan conjuntadas como un traje de etiqueta,
tan limpias, tan orfebres de la mentira que nos embauca con nuestro
consentimiento, de la fantasía que nos contradice, de la memoria que se
tergiversa dependiendo si es la hora de la merienda o de la cena. Masticadas,
bebidas, las letras; creciendo hasta las palabras, recorriendo tramos
fraseados, completando párrafos como chalés adosados, hasta acercarnos al
centro de la ciudad. Letras, un mundo de animales acuáticos buceando en el
silencio que se condensa, flota, y
subyace bajo los pies inseguros que caminan y olvidan el agua que los escupió.
Cada día, cada ahora; no luego, ahora. El ahora está lleno de letras, algunas
ni se pronuncian. Ahora. Es presente. Siempre es presente, no podemos ser en
ningún otro lugar o momento. Solo en el resbaladizo presente. Lo demás,
paparruchas proyectadas para no estar aquí, para no estar. Para no.
Paparruchas. Me gustan las letras repetidas en una palabra. Son graciosas: una
erre que erre. Cada día unas líneas. Las letras son la pintura con la que
decoramos los espejos, los interiores con afán de ser vendidos. Estamos a la
venta. Pasen y vean, o lean. Estamos en un escaparate, expuestos. No hay nada
oculto. Lo que ves o lees es lo que yo sé del asunto. Escribir, al contrario de
vivir, sólo se conjuga bien en singular.
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