La
personalidad es una herramienta de encaje en la sociedad, y si no funciona,
pues la cambias. Nacemos sin personalidad, los bebés están libres de esa
construcción ficticia. Pero a los pocos años aprendemos que hemos de hacernos
con una, y vamos ensayando cuál nos va bien para lidiar con las relaciones y
con el mundo. Con el paso del tiempo, de las circunstancias o del marco en el
que nos movemos. La personalidad es una idea que los demás se hacen de nosotros
sostenida con varias imágenes que van acumulando en su memoria, y es la idea
que nos hacemos de nosotros mismos a fuerza de confrontarla con el mundo. Ambas
ideas, la que tenemos de nosotros y la que los otros tienen de nosotros, no
suelen coincidir. En definitiva, la personalidad es una falsedad aceptada para
la convivencia en relaciones que no son verdaderas, no pueden serlo con
semejante preámbulo ilusorio. Con la vejez, se suele volver a prescindir en
buena parte de la personalidad, no sólo por las enfermedades
neurodegenerativas, sino porque te sales o te sacan del carril social y dejas
de usar los filtros para mantener una imagen que se cae a ojos vista. Como bien
dice la sabiduría popular, los ancianos se convierten un poco en niños. La
caída de la personalidad, bien sea en la primera infancia, bien en la
ancianidad, o bien por alguna situación traumática o enfermedad incapacitante,
tiene la virtud de hacer emerger algo que no es una construcción mental. Se
trata de la individualidad. Esa no cambia, es el hilo conductor de una vida, es
la que te procura identificación tengas tres años o noventa, hayas perdido la
memoria o aún no hayas vivido significativamente para adquirirla. Individuo
proviene de indiviso, de indivisible, de unidad. La personalidad es
fragmentaria, como miles de piezas que no terminan de encajar en un puzle de
locos. La individualidad es unitaria. El individuo es la gota de agua que
guarda en sí las características del gran océano. El individuo no se apuntala
en imágenes mentales, ni se ve amenazado por insultos o criticas, ni le hacen
crecer los halagos. El individuo ya es, desde siempre, todo lo que se puede
ser. Pero al escoger la personalidad, enterramos bajo cincuenta capas de
hormigón a la individualidad. La personalidad nos hace sufrir porque es irreal
y acabamos en la mayoría de los casos, identificados con esa irrealidad
dividida. La individualidad nunca desaparece, aunque la olvidemos. Está ahí,
como soporte de vida, conectada
permanentemente con lo real, con lo no manifestado, desde donde se hacen
viables todas las manifestaciones. El individuo no necesita hacer grupo para
sentirse seguro o estar protegido. El individuo es un ser verdadero, y como
tal, no está amenazado por la ficción, por mucho que ésta se empeñe en activar
el botón del pánico.