
"No
sé nada". Alguien está sabiendo por ti. Para moldear un órgano tan
díscolo como el cerebro has de permanecer inconsciente del trabajo que en él se
realiza. Si te dieras cuenta tomarías medidas, atajos, respuestas aprendidas
como defensa. Si estás alerta cierras la puerta a lo desconocido, que es el
origen de lo que conoces y de lo que has olvidado. Así que si no aplicas lo que
sabes es que estás en camino de ser sabio. Es tanto el control artificioso que
mantenemos sobre nosotros mismos, que derribar esa muralla es una ardua labor
repleta de paradojas y seducciones. De palo y zanahoria. De disciplina y
motivación regalada. Duermes profundamente. Alguien que ama vigila tu sueño, te
mira de cerca, mide tu respiración, traduce tus tics, observa tu activo
inconsciente. Cuando te despiertas y ves su cara a diez centímetros de la tuya,
te sobresaltas, te sientes incómodo, vulnerable. Al final el amor es la salsa
de la que te puedes fiar para acompañar cualquier plato. El amor sin
sentimentalismos, claro, el originado en verdad, transformador incluso en
adversas condiciones. Los sueños hacen dormir, no al revés como muchos creen.
Acabarás descansando sin dormir, sin soñar. No ahora, o sí. Es una gracia tan
gratuita como trabajada. Acabas de despertar, el maestro amado te mira de cerca
y te propina un tortazo. El disparate, el absurdo. Detiene de inmediato tu
entrada lógica en la vigilia y la salida cómoda del sueño. "Sigo sin
entender nada", confiesas. Y el maestro sonríe. Puedes estar confiado.
Entrégate a la ignorancia.