Tenemos facilidad para juntarnos. Si
hay música, si los actores se mueven por un escenario, si proyectan una mentira
o hay una presentación del libro impresentable, si se da una conferencia en día
de lluvia o juega el equipo de la ciudad, nos juntamos. En las puertas de los
grandes almacenes cuando dicen que rebajan lo que antes subieron, la caterva se
codea con ímpetus corporativos. En algunos países se casan a la vez cientos de
parejas aprovechando alguna fecha significativa, algún eclipse, o las palabras
de un predicador tan sicótico como seductor. En otros sitios se suicidan en
grupo para traspasar el umbral del paraíso cogidos de la mano y del cuello. El
grupo nos protege de nosotros mismos y una fuerza independiente parece tirar de
los individuos. Programación de serie. Obtusos, vemos una verja y sabemos que
nos reta a ser traspasada. Un mensaje y se citan miles de personas. Una
explanada y necesitamos llenarla. Un apagón, y la jodienda se contagia tras las
ventanas. Cuando alguien quiere manifestar su desesperación dice que se siente
solo. Las procesiones, los caminos de peregrinos, las urnas, las travesías, las
plazas, las cárceles nos sirven para formar racimo. Hoy nos manifestamos por la
paz, mañana por la guerra. Hoy saltamos hogueras, mañana apagamos fuegos.
¿Vienes? Vamos.
lunes, 12 de junio de 2017
sábado, 10 de junio de 2017
Grafía del porno y compañía.
No sabe igual la infidelidad que la
monogamia, ni juega en la misma división la zoofilia que la antropofagia. La
calidad de las mamadas no depende de la saliva tanto como de la postura
sometida del chupón. No es lo mismo de frente que de espaldas, ni la
penetración por su conducto tradicional que por el orificio sodomita. El acato
también es un atractivo para ciertas prácticas. Un poema supuestamente estético
y por lo tanto ético, huye de los mocos del placer cárnico. Pero sin
pornografía no se entiende al hombre moderno. De un polvo vienes y en polvo te
convertirás. La exploración de los límites sexuales es una actividad demasiado
generalizada para obviarla con códigos penales. Nuestros cuerpos se reivindican
en el dolor que gusta, en el incesto que se niega, en la fornicación pública,
en el fetichismo del coleccionista, en los juguetes de plástico que nos
acompañan, en las orgías de salón con olor a miseria, en la infecunda y transitoria
realización de depravadas fantasías. La pornografía mata la imaginación
convirtiéndola en realidad satisfecha. Qué sabe el amor de todo esto, cómo
sobrevive entre tanto pedregal, es algo que sigue siendo una incógnita.
viernes, 9 de junio de 2017
La cita.
Como si un bebé se atragantara
dentro de tus pechos, eres trance, y yo un espectador algo confuso, te
retuerces en el asiento del copiloto como una serpiente drogada con su dosis de
sexo amateur envenenándote la sangre, y sé que no me necesitas para ese fragor
de mujer en la hoguera, que escandaliza con sus movimientos pélvicos que juegan
a la peonza, estás como poseída e intento devolverte a la realidad con un beso,
pero me arrancas la piel a dentelladas, dentro de ti los ángeles con diarrea
vuelan en círculo y los budas bailan una jota nudista, empiezo a estar
asustado, a mi glande le han caído mil arrugas en este último minuto, arranco
el coche queriendo dejar atrás tus levitaciones de orgasmo mientras suavizas la
voz y me confiesas tu adicción al amor en salsa verde, esas complicidades tuyas
licencian al oyente en sacerdocio o psicoanálisis, por qué no te callas me
pregunto en silencio, tus confidencias suenan a roto, a esguince del corazón,
contigo la conquista pierde su sentido lúdico, hablas con la habilidad de un
albañil curtido en tapias, escucho la traducción simultánea que me llega de la
profundidad de tus piernas, recorto las distancias para que te calles y te
invito al picadero de mi coche, al primer roce doblas el espinazo en busca del
gusano, al primer beso abres la boca como una trucha fuera del agua, cierras
los ojos y emites gruñidos de ultratumba, da miedo tu forma de amar, de amarte.
jueves, 8 de junio de 2017
27 letras bien ordenadas y 5 dígrafos.
Cada día unas líneas, escritas o
sugeridas, con su afán de relato o poema, con sus frutos asomando entre las
hojas. Cada día una lectura, un bálsamo que apacigüe las ansias de los
interrogantes que crecen según acumulo colesterol en la sangre y los riesgos
son mayores. Las letras sirven, ¿sirven?, para sentirnos acompañados por
nombres que se refieren a cosas que ocupan espacios que duermen en los tiempos
de un planeta rechoncho. Las letras tan conjuntadas como un traje de etiqueta,
tan limpias, tan orfebres de la mentira que nos embauca con nuestro
consentimiento, de la fantasía que nos contradice, de la memoria que se
tergiversa dependiendo si es la hora de la merienda o de la cena. Masticadas,
bebidas, las letras; creciendo hasta las palabras, recorriendo tramos
fraseados, completando párrafos como chalés adosados, hasta acercarnos al
centro de la ciudad. Letras, un mundo de animales acuáticos buceando en el
silencio que se condensa, flota, y
subyace bajo los pies inseguros que caminan y olvidan el agua que los escupió.
Cada día, cada ahora; no luego, ahora. El ahora está lleno de letras, algunas
ni se pronuncian. Ahora. Es presente. Siempre es presente, no podemos ser en
ningún otro lugar o momento. Solo en el resbaladizo presente. Lo demás,
paparruchas proyectadas para no estar aquí, para no estar. Para no.
Paparruchas. Me gustan las letras repetidas en una palabra. Son graciosas: una
erre que erre. Cada día unas líneas. Las letras son la pintura con la que
decoramos los espejos, los interiores con afán de ser vendidos. Estamos a la
venta. Pasen y vean, o lean. Estamos en un escaparate, expuestos. No hay nada
oculto. Lo que ves o lees es lo que yo sé del asunto. Escribir, al contrario de
vivir, sólo se conjuga bien en singular.
miércoles, 7 de junio de 2017
Un relato que es una estafa.
En la primera página se describe
cómo el protagonista abre la mano y una pistola automática resbala por ella
hasta caer al suelo con una bala menos en la recámara. En la página treinta y
ocho todavía resuena la caída del casquillo, y las huellas parlanchinas ponen
en apuros al protagonista con quien el lector se siente identificado por una
extraña empatía hacia las mentes atormentadas. - Aquel tipejo merecía morir
-. Así se juega a la ruleta rusa desde el escritorio de un novelista que huye
del horario de oficina, para que leer perjudique seriamente la salud. Total,
sale casi gratis.
martes, 6 de junio de 2017
Un recuerdo calcificado.
Ella murió hace unos años. Pensaba
que con el paso del tiempo… pero no. Sigo sobreviviendo con ese truco de
mantener una conversación fuera y otra dentro, como si estuviera en dos
continentes a la vez. No se olvida, sólo se convive con un jodido techo que no
contesta a ninguna de las preguntas. No he ido donde están sus huesos. No me
interesan los huesos. La quiero a ella y sus huesos nada saben de ella.
sábado, 3 de junio de 2017
Un mal día.
El destello de un grifo de acero
inoxidable para quien cree que se ha acabado su tiempo, es una predicción de
luz artificial casi perfecta. Me han defraudado los cuerpos, empezando por el
mío. Sus dolores son más fiables que los apetitos que lo asaltan. Ella se fue
porque no se sentía suficientemente valorada. Para irse, me echó. La deseaba,
claro que sí, pero tenía que disimular. Uno tiene su reputación. Ahora me
dedico a reivindicar mi no existencia como si fuera la clave que resuelve los
misterios del universo. Anhelo la muerte física, la única demostrable, para
demostrar que tengo razón. Las contradicciones siguen haciéndome cosquillas.
Sí, creo en la química, en el abismo que se cernía sobre sus ojos cuando estaba
amando. Supe que si hubiera estado a su mismo nivel, habríamos creado la
eternidad, pero me encontraba analizando la situación en vez de vivirla. Es el
cáncer de todo escritor, un cáncer maligno cuando eres un mal escritor, como es
mi caso (ni Borges ni yo hemos ganado el Nobel. Yo aún estoy a tiempo). Antes
de que acabe la escena, antes de que ella diga su frase, me visualizo en la
pantalla transcribiendo una vida no vivida. Por eso también, una razón más, se
fue echándome. No podemos elegir nuestro decorado último. Ella no traicionó su
ideal sobre el amor, aunque fue fiel a costa de los dos. Mi cuerpo la recorre
en su memoria centímetro a centímetro, y aún se estremece. El álbum de mis
recuerdos es un caos, en él se mezclan silencios cargados de intención con
chorros de semen sobre el sofá. Por culpa de mi cinismo también se fue
echándome. Bajo a tomar una copa al bar de abajo. Los pequeños vicios son
latigazos que sueltas sobre la espalda de tu enemigo. Disfrutas matando poco a
poco y escondiendo la mano. Luego llorarás, pero sin saber bien por qué, la
costumbre quizá. El asesino profesional evita el contacto sentimental con su
víctima. Un hombre se siente en paz tocándose pausadamente los huevos, como si
jugara con dos planetas simétricos capaces de generar vida extraterrestre. Por
eso ella se fue echándome, por ser un huevón al que le cuesta echar raíces en
tiestos de interior. Lleno la bañera, no cierro el grifo y dejo que el agua
busque su sitio. Me voy sin darme la vuelta, esperando ver la inundación en los
periódicos de la mañana. Huyo, una vez más, a seguir teorizando.
viernes, 2 de junio de 2017
Solos en pareja.
Remolca los pies como si fueran
penitencias de condenado que no cree en el indulto. Se arrastra por un corredor
de inciensos y beatos meritorios hacia la sala sin salida donde espera la mujer
que a fuerza de amarlo, tanto le asfixia. Pasa de ser un ángel asesor a
mayordomo de esclava. Así es su relación desde una tarde que se prolongó entre
las sábanas mientras al otro lado de la ciudad moría una madre. Apenas hay
charla entre ellos, apenas se esfuerzan por encontrar gestos cómplices.
Simplemente, cuando toca, ella se abalanza con la boca entreabierta a la caza
de su gusano gruñón de camisa arrugada y sombrero de copa que escoge como
guarida el vértice de sus piernas. Se hacen daño con la excusa del amor. Se
embadurnan los cuerpos con babas corrosivas. A veces, fornica sobre él mientras
sostiene abierto un libro, generalmente de Leopoldo María Panero, donde lee
zarpazos hirientes, provocaciones ridículas, discursos inconexos, destrucción
en rebajas. Lee al escritor que escribe sin conseguir evitarlo, igual que otros
odian con la tristeza de la costumbre. Lee y busca en la locura un perdón. Ella
le posee sin absolver, como un animal apaleado. La locura que sirve para
esconderse resulta decente. Es una locura que succiona, ordeña orificios. Se
despatarran en el sofá y acunan el crepúsculo de barrio, que es ocaso caducado.
El se distrae en el nubarrón del tabaco. Ve cómo se escapan por los bordes de
su tanga tentáculos rizados y anémicos que ensombrecen los muslos. Ella tiene
el pelo revuelto y gotas de salitre en el ombligo. Los objetos que les rodean
ocultan un ente sordomudo. Están cerca las cosas y cuesta trascenderse para
acceder a ellas de manera simbólica. Pesan demasiado. El se sumerge dentro de
una ficción de alcoholes, abotargada la cara, hinchado el estómago, y
convertido este cáncer en incurable por falta de compañía en compañía de ella.
jueves, 1 de junio de 2017
Quemazón.
El juego de los dedos que se demora
en un intercambio, que confunde la sangre de las yemas con representantes del
corazón. Las terminaciones nerviosas nos liaron y mi boca se abrió a tu paso.
La forzaste con una lengua golosa que deseaba superar los límites de mis
labios. Te agarré las formas que en tu genética son presentación de merengue.
Queríamos traspasarnos a empujones, transplantar los órganos vitales y quemar
el deseo en la carne emparrillada del otro. Ese punto donde el arañazo, la uña
apuñalada, el mordisco cavando heridas, se convierte en dulzura, en placer de
catador de los mejores caldos. Ese punto donde la cordura se trastorna y no es
capaz de testificar ante un delito flagrante. Un placer que hace llorar con la
beatitud de un responso gregoriano, y que nos arrebata cuando la ropa construye
el lecho con sus jirones caídos al sumidero de tus pies desnudos. Un morado de
mi nalga se despierta cuando tu mano azota con la disciplina de madrastra. Me
rasgas el oído con un penétrame que ya me sabe a intromisión. Se
precipitan nuestros movimientos como un vagón de tercera. Será difícil con esta
arrebatada violencia hacer encajar las piezas de la coyunda. Me escupes sin
querer cuando consigues liberar el regalo que ibas pidiendo, y me haces una
tijera con la que cortarme la respiración de las ingles. En el momento del
acople, de la luz, del interruptor mágico, se produce la calma, las palabras
mimosas, los giros más sofisticados, y el cabello se convierte en cuerda por la
que nos vamos descolgando hacia el interior de la celda de este castillo
conquistado. Y sé que si no eyaculo pronto, acabaremos por meter la pata en el
amor, en el mañana donde empezar de cero con la hormona descargada. Terminaremos
por llenar de pinturas de guerra la naturaleza que ejerció su poder en un
momento de relajo.
miércoles, 31 de mayo de 2017
El verso trajeado.
No somos lo que leemos, ni nos
respetarán por nuestras lecturas. En un escritor siempre se esconde un asesino
que necesita entretener los dedos para no derramar sangre. El verso le mira
desde su sofá predilecto. A su verso se le cae el pelo. Canta y aúlla porque se
divierte con los desvaríos. Su verso no sabe llorar, gracias a eso evita que la
casa se inunde cuando el cuerpo cae roto, desnudo de palabras, alérgico al
ritmo, las manos salpicadas de pintura azul, azul, azul sucio y bello, como el
vestido de esa mujer que nos habló de amor antes de toser y toser, y escupir
fealdad. Deja a su verso escapar después de visitarle en el cementerio de un
diccionario escandinavo. No lo llamen, no se volverá, no hará caso, no tiene
nombre. Es un verso porque yo lo digo, pero quién lo iba a reconocer con esas
pintas de empleado de Goldmand Sachs.
martes, 30 de mayo de 2017
Contingencia.
Recuerda con claridad que fue a
punto de cumplir los treinta cuando cambió las copas nocturnas del sábado por
madrugarse los domingos para embaular un desayuno variopinto con sólidos y
líquidos que saciaran su apetito para el resto del día, y todo ello aderezado
con la lectura de una prensa cada vez más enconada que hasta el día de hoy
extiende sobre la mesa como un mapa de operaciones militares. Supone que ésa es
la frontera entre la juventud y lo otro que no se atreve a denominar madurez.
Esa edad que prorroga con más o menos éxito las obras completas de una vejez
donde sujetar la orina ya será una gesta reseñable. Las costumbres cambian
porque cuerpo y mente se cansan con aquellos excesos que antes eran el
combustible necesario para funcionar. Las costumbres hacen a los hombres sin
que éstos se den cuenta. Qué gran poder tienen las rutinas, los ritos, las
formas. Cuando la genialidad duerme - y todos sabemos que es dama de largas
siestas -, nos quedamos desnudos ante las cámaras y nuestra reacción viene
dada por la querencia que hemos trabajado sistemáticamente. Cuánta ternura inspira
la pequeñez, lo sencillo, lo emocionalmente directo. Ante lo inmaterial de la
gracia, una criatura solo puede hacer presentes materiales. Imagino que alguien
nos consideraría, desde una postura altanera que bien podemos reconocer, como
entrañables mascotas.
lunes, 29 de mayo de 2017
Descubrimiento químico.
Cuando dos bocas se enzarzan por
primera vez, aquello que permanecía velado desemboca en el habilidoso
acoplamiento reptiliano. Los extraños intuyen que algo les atrae hacia la
saliva común, las lenguas ensayan papiroflexias en la cavidad sin fondo, y recién
nacidas sensaciones se agolpan rechazando o adoptando al otro para siempre. En
el primer beso se marcan las pautas del juego: cuánto durará la relación y
quién llevará el peso en los momentos de crisis. El primer beso encumbra o
decepciona, nunca deja indiferente. Cuando los labios se separan, los ojos
traducen el mensaje con un trazo que secciona la cara. El primer beso es el
reconocimiento genético de los cuerpos asombrados ante su proceso hormonal. Tu
respiración refrigera su mejilla. Las figuras se acomodan, la piel se
trasplanta, los aromas se suman y los adentros son exhumados. El amor puede ser
una fórmula química, no lo dudo, pero su formulación siempre es mágica.
Inoculados por el nuevo virus, se buscarán para saciar la ansiedad de ocupar
más cuerpo que el de uno mismo y mirar con ojos prestados los lugares exóticos
del mundo. Por un instante te haces la ilusión de que la soledad queda
relegada.
viernes, 26 de mayo de 2017
Movilización.
Duelen los discursos calientes en la
cortedad de la plaza pública, sueltan los globos de colores como memoria de la
libertad. Se nota que no saben ocupar la calle. Al final de los discursos abren
las compuertas del aplauso, llegan los gritos con el compás roto y los lemas
mal ensayados, cojo la mano al líder carismático y lo llevo junto a una señora
con las piernas amputadas que cambió el miedo por un poema asimétrico, ella le
cuenta su anhelo de correr los mil quinientos metros en las olimpiadas del
absurdo, el líder le dice que él sólo ha cometido un pecado: amar profundamente
a su pueblo, lo ama tanto que le estorban las personas, así que se quita a la
paralítica de encima con palabras aprendidas por la memoria de la libertad como
reza la pancarta, dicen que cabemos todos a pesar de los codazos, dicen que
cabemos todos y yo digo que depende de dónde quieran meternos, una sola bandera
provoca escalofríos, muchas banderas son folclore, alguien sin bandera no es de
fiar, las patrias grandes o pequeñas acabarán por devorarnos aunque no seamos
adoradores dionisíacos ni el canibalismo nuestro ritual de vida, los gritos
golpean el mar de la tarde con puñetazos negros de malecón herido que hace
bailar claqué a las embarcaciones a la deriva, hay demasiado ruido en medio de
mensajes con higadillo, por lo que dios, una vez más, opta por taparse los
oídos.
jueves, 25 de mayo de 2017
La prostituta y el militar.
El resplandor de la santa rebota en
el suelo y se adentra por su campo de Higgs, por su explicación de la vida a
golpe de partos y abortos en una sucesión de éxitos y fracasos que vaya usted a
saber. Sus caricias son bofetones de aire que ahuyentan las pestañas que
tendían a posarse en las condecoraciones del militar empalmado y beodo, tan
entregado a su masculinidad que olvida que ella trabaja con las caderas de
aceite. El alcohol lo desnuda de alma para arriba, y ella sabe sacarle los
colores al niño que se perdió bajo la gorra. Prostituta y militar hacen el amor
y la guerra a partes iguales, en una tosca interpretación de garaje, emulando a
Afrodita y Ares.
miércoles, 24 de mayo de 2017
Juegos iniciáticos.
¿Jugamos a los masajes?,
invitó la niña respirando forzadamente por la boca. Sabía ella que era algo
inapropiado ese juego en el que buscaba sentir su propio cuerpo. Pero
necesitaba las manos flojas e inseguras de ese niño estúpido que no encontraba
divertido el masaje. Lo convenció con movimientos que él tildó de extraños.
Empezó por las piernas flacas de su amiga que se había tumbado boca abajo en el
sofá. No conforme, se subió el vestido hasta la cabeza invitándolo a seguir el
manoseo por la espalda. El niño frotaba la piel ahuesada sin ningún entusiasmo,
hasta que ella cerró los ojos y se puso a soltar pequeños suspiros. Eso le pareció
interesante. Empezó a comprender la relación que había entre el movimiento de
sus manos con los retorcidos gestos que se dibujaban en la cara de su compañera
de juegos. Dependiendo del lugar de contacto, de la presión que ejercía, y del
tiempo que se demoraba, la niña se contorneaba más o menos. También en el
culete, acertó a decir ella con un hilo de voz. El niño, obediente, se puso a
la tarea y amasó los mofletes traseros lo mejor que supo. Ella movía las
caderas y se arqueaba como una pequeña serpiente ante su manipulación. El acabó
por ponerse nervioso y le dio un azote con el que dio por terminado el masaje.
Ahora me toca a mí, dijo harto de su papel de mandado. La niña, algo
decepcionada, se levantó, se arregló la ropa y se fue a buscar a sus amigas
mientras le decía que otro día, que ya no le apetecía jugar con él. El niño
supo que sus relaciones con las niñas serían siempre conflictivas y
decepcionantes.
lunes, 22 de mayo de 2017
Incierto.
Es un escritor, no sólo un tipo que
escribe. Después de matar a su socio con el que compartía un negocio de
fontanería en el que no cuadraban los números, pasó por la cárcel haciendo
amigos en los talleres de cerámica. Salió con la decisión tomada de que nunca
más volvería a escribir novela negra. Ya los personajes le eran demasiado
familiares. No podrían colarse en su antigua mentalidad de niño salido del aula
parroquial. Se dedicaría a partir de
ahora a la poesía, sí, a la poesía, para que el medio y el fin coincidieran. Se
quemó los dedos en la última calada, y el despojo del puro se cayó a los pies
de aquel vagabundo que con cuarenta grados a la sombra iba con chaqueta de
pana. Los pobres suelen distinguirse porque ellos mismos son su fondo de
armario. A su lado, un perro lamía un salivazo del suelo. Ambos miraron a
nuestro recién estrenado poeta y a sus cicatrices. La soledad identifica a sus
víctimas a distancia. El alcohol, también. El vagabundo hacía honores a una
caja de vino barato. Nuestro poeta sin un verso con que aplacar la rayada de su
estómago, se imaginaba bailando los
hielos de un vaso ancho. El perro le ladró con cara de perro. El vagabundo tocó
un poco amargado la flauta dulce. El se dijo en voz baja y con la lengua
quemada: Qué será de nosotros cuando dejemos de pensarnos. Un tiro al
fondo de la calle seguido de una sirena le recordó que la novela negra sale en
los periódicos. Cuando dejemos de pensarnos... el perro volvió a
ladrarle con cara de no haber pensado nunca. Y qué más da lo que ocurra cuando
un hombre se adentra en la desmemoria.
viernes, 19 de mayo de 2017
Colapso de Internet.
Ese cheposo septuagenario con cara
de mula adiestrada a sopapos, pasaba las noches en vela urdiendo un plan para
colapsar Internet. Había llegado a la conclusión de que era la mejor forma de
acabar con el actual mundo, un mundo que voluntariamente dejaba en manos de ese
invento de redes el motor de su funcionamiento. El imparable rencor hacia el
artefacto comenzó cuando se quedó viudo. Llevaba la contabilidad de las horas
desde que su Carmina murió de un derrame cerebral no controlado a tiempo. Desde
aquel momento el anciano estaba en la prórroga de sí mismo, y su afán era
llevarse a todos por delante, o al menos joderlos lo suficiente para que
tuvieran que pensar en algo distinto. Si lograba desactivar ese monstruo de un
millón de cabezas que llamaban Internet, haría regresar a la Humanidad al
tiempo de los bailables en la plaza, al tiempo de las estrellas visibles desde
las ciudades, al tiempo de las cartas de amor. Y si no, al caos absoluto, que
tampoco era mala opción. El problema es que él no sabía ni colocarse recto ante
un ordenador. Por eso pensó en echar mano de un peón friki dispuesto a ayudarle
en su tarea de terrorista informático. No encontró a nadie que le tomara en
serio, ni tampoco en broma. Simplemente le ignoraron, que parecía ser lo más
compasivo que se podía hacer con aquel abuelo. Lo importante es la intención -
pensó -, y seguir un plan a rajatabla. Y así recorría la casa de un extremo a
otro mientras el resto de vecinos del bloque dormían. Su mejor ocurrencia, ya
febril, fue la de ir con un mazo a destrozar los ordenadores de la caja de
ahorros donde cobraba la pensión mínima. Exhausto, con las zapatillas horadadas
por los bulliciosos dedos gordos de los pies, cayó sobre el sofá a la espera de
un viejo amanecer. Para consolarse de su noche estéril, se dijo que tendría que
llamar a uno de sus nietos para consultarle los detalles sobre el funcionamiento
de esos artilugios que tenían conexión con otros congéneres. Era necesario
conocer al enemigo para atacarle con eficacia. En su vida, siempre se había
topado con esa dualidad: muchas ideas y pocos conocimientos para llevarlas a
cabo. Pero estaba dispuesto a morir matando, por sus hernias.
jueves, 18 de mayo de 2017
En la Buhardilla.
Tiene la puerta blindada de óxido,
la manilla rota y su universo en contracción evidente. Al otro lado del
apuntalado maxilar, la buhardilla adecentada con pasos lentos acaba en un ventanuco que sonríe a un largo
callejón de moribundos sin nombre que la noche aborta como si no fueran suyos,
o acaso una consecuencia inesperada de sus actos impropios. Preside el lugar
una cama de hierro sollozante, un trono de insomnios con patas cojas, la
almohada con durezas irregulares, embozados los pies en escalofríos húmedos.
Los ratones se mueven con prisa, pero con la confianza de que nadie los
expulsará de ese territorio desnaturalizado. Solo un niño con espíritu de
paladín intrépido se columpiará en lo que para él todo es misterio. La soledad
es su atracción y su reto. En la buhardilla, aquellos rostros que las formas
irregulares insinúan, tienen vida demorada y el cielo parece un cobijo
negligente. A esa primera edad el tiempo no significa nada, y las horas son
vidas completas. La ficción del hombre adulto habrá de regresar a esos momentos
de su biografía si quiere alimentarse de lo que no caduca.
miércoles, 17 de mayo de 2017
Beatífica.
Querida amiga, dos puntos. Desde que
te conozco has calificado de sublime un montón de edificios, paisajes, puestas
de sol, personas, escenas de teatro, libros, anuncios, cuadros, espectáculos
callejeros de acrobacia... Hasta unas patatas con chorizo en casa Paco te
parecieron sublimes. Al principio, me desarmabas gracias a tu melena en
libertad condicional y esa sonrisa azul que la genética perfiló certeramente en
tu cara. Esos dones, junto a mi dosis de encoñamiento de cuarentón desesperado,
fueron suficientes para que cualquier cosa que dijeras pareciera encantadora.
Incluso ese jodido mantra adjetivado que te llevaba al éxtasis en medio de un
atasco en la carretera de La Coruña, o al escuchar una simple canción de Radio
3 en tu teléfono inteligente. Lo hermoso tiene fecha de caducidad, llega el
invierno, estética cruel por su vocación al declive. El tiempo ensancha el
cariño y resalta los defectos hasta hacerlos incompatibles con los derechos
humanos más básicos. Así que como vuelvas a decir que algo es sublime, me como
los mocos a cucharones, escupo hacia dentro y te dejo plantada en medio de
cualquier sitio en dirección a cualquier lugar. Con todo el cariño.
lunes, 15 de mayo de 2017
El fracaso.
Los barrios tienen supermercado multiculturales donde el recién llegado porta zapatillas nike y el autóctono esconde su penuria por pudor. La anciana en la cola del cajero lleva la mirada suplicante. En brazos, una botella de aceite de girasol y un paquete de harina. En total, apenas dos euros. Ha tenido que rebuscar entre sus harapos para encontrar hasta el último céntimo. Algunos en la cola mostraban evidentes signos de incomodidad ante la escena. La cajera, muy paciente, cariñosa y profesional, le ha ayudado a dar con la cantidad exacta de su compra. La anciana solo acertaba a decir gracias, gracias, gracias. Una vez recogido el ticket, ha ido a meter el paquete de harina a una bolsa y se le ha escurrido de las temblorosas manos, tapizando el suelo de un blanco nicho premonitorio. La cajera le decía que no se preocupara, que le traían otro paquete de la estantería, que se encargaban ellas de recoger y limpiar, pero la anciana se ha puesto de rodillas para intentar meter lo derramado dentro del paquete. Hemos tenido que levantarla casi a la fuerza mientras repetía: gracias, gracias, gracias.
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