El hijo
mayor es el mundo natural (universo, naturaleza). El hijo mayor siempre ha
estado con el padre, sin separación alguna. Lo que es del padre es del hijo. El
disfrute del ser, del paraíso, es continuo y sin conflicto alguno para el hijo
mayor. Sin embargo, el hijo pequeño (humano) quiere ser independiente, creador
de su propio destino, diseñador de un mundo nuevo. Entonces pide al padre la
parte de la herencia que le corresponde. Sin ella no tendría posibilidad de
crear un mundo (matiz que pierde de vista),
porque el padre es la realidad que sustenta la apariencia de las formas.
El hijo pequeño toma su parte y se va de la casa a vivir una experiencia
aparte, separada, llena de estímulos, de emociones, de pensamientos
burbujeantes. Cuando ha malgastado esa fortuna, cuando alejado del padre no ha
podido renovar sus bienes, cuando el mundo recreado de las formas aparece y
desaparece dejando la convicción de que es engañoso y falto de vida por sí
mismo, cuando hasta los cerdos viven con más dignidad que él, se rinde a la evidencia de su error.
Y tragándose su orgullo, reconociendo que su arrogante aventura ha sido un
fiasco, decide que volverá a la casa de su padre, que se echará a sus pies,
llorará, suplicará compasión, pedirá ser aceptado, no ya como hijo, sino como
uno sus jornaleros. Y así lo hace. Pero
el padre al verlo regresar, lo abraza, no le deja que caiga a sus pies, ordena
matar un cordero y organiza una fiesta en su honor. A todos les dice lleno de
satisfacción que ese es su hijo, el que había perdido y que ahora ha
encontrado.
Qué tiene el hijo menor que no tenga el mayor: una posibilidad errática. El hijo menor ha utilizado esa opción para
separarse del padre y recrear un mundo escindido. Pero harto de sufrir la dinámica
"causa y efecto", detecta que ese mundo recreado es solo apariencia
de realidad, realidad derivada, no la realidad misma; ésta no es posible lejos
de la casa de su padre. Ahora lo sabe. Un conocimiento que el hijo mayor nunca
ha necesitado poseer. El hijo pequeño añade al ser de la casa del padre, la
conciencia de ser, el conocimiento de sí. Es como si de su alocada aventura y
de su consiguiente caída del caballo, hubiera adquirido el don de poner ante su
padre un espejo para que pudiera verse a sí mismo. El hijo pequeño recorre y
cierra el círculo para ir a parar al punto de origen. Una aventura tan inútil
como bendecida.