Es un escritor, no sólo un tipo que
escribe. Después de matar a su socio con el que compartía un negocio de
fontanería en el que no cuadraban los números, pasó por la cárcel haciendo
amigos en los talleres de cerámica. Salió con la decisión tomada de que nunca
más volvería a escribir novela negra. Ya los personajes le eran demasiado
familiares. No podrían colarse en su antigua mentalidad de niño salido del aula
parroquial. Se dedicaría a partir de
ahora a la poesía, sí, a la poesía, para que el medio y el fin coincidieran. Se
quemó los dedos en la última calada, y el despojo del puro se cayó a los pies
de aquel vagabundo que con cuarenta grados a la sombra iba con chaqueta de
pana. Los pobres suelen distinguirse porque ellos mismos son su fondo de
armario. A su lado, un perro lamía un salivazo del suelo. Ambos miraron a
nuestro recién estrenado poeta y a sus cicatrices. La soledad identifica a sus
víctimas a distancia. El alcohol, también. El vagabundo hacía honores a una
caja de vino barato. Nuestro poeta sin un verso con que aplacar la rayada de su
estómago, se imaginaba bailando los
hielos de un vaso ancho. El perro le ladró con cara de perro. El vagabundo tocó
un poco amargado la flauta dulce. El se dijo en voz baja y con la lengua
quemada: Qué será de nosotros cuando dejemos de pensarnos. Un tiro al
fondo de la calle seguido de una sirena le recordó que la novela negra sale en
los periódicos. Cuando dejemos de pensarnos... el perro volvió a
ladrarle con cara de no haber pensado nunca. Y qué más da lo que ocurra cuando
un hombre se adentra en la desmemoria.
lunes, 22 de mayo de 2017
viernes, 19 de mayo de 2017
Colapso de Internet.
Ese cheposo septuagenario con cara
de mula adiestrada a sopapos, pasaba las noches en vela urdiendo un plan para
colapsar Internet. Había llegado a la conclusión de que era la mejor forma de
acabar con el actual mundo, un mundo que voluntariamente dejaba en manos de ese
invento de redes el motor de su funcionamiento. El imparable rencor hacia el
artefacto comenzó cuando se quedó viudo. Llevaba la contabilidad de las horas
desde que su Carmina murió de un derrame cerebral no controlado a tiempo. Desde
aquel momento el anciano estaba en la prórroga de sí mismo, y su afán era
llevarse a todos por delante, o al menos joderlos lo suficiente para que
tuvieran que pensar en algo distinto. Si lograba desactivar ese monstruo de un
millón de cabezas que llamaban Internet, haría regresar a la Humanidad al
tiempo de los bailables en la plaza, al tiempo de las estrellas visibles desde
las ciudades, al tiempo de las cartas de amor. Y si no, al caos absoluto, que
tampoco era mala opción. El problema es que él no sabía ni colocarse recto ante
un ordenador. Por eso pensó en echar mano de un peón friki dispuesto a ayudarle
en su tarea de terrorista informático. No encontró a nadie que le tomara en
serio, ni tampoco en broma. Simplemente le ignoraron, que parecía ser lo más
compasivo que se podía hacer con aquel abuelo. Lo importante es la intención -
pensó -, y seguir un plan a rajatabla. Y así recorría la casa de un extremo a
otro mientras el resto de vecinos del bloque dormían. Su mejor ocurrencia, ya
febril, fue la de ir con un mazo a destrozar los ordenadores de la caja de
ahorros donde cobraba la pensión mínima. Exhausto, con las zapatillas horadadas
por los bulliciosos dedos gordos de los pies, cayó sobre el sofá a la espera de
un viejo amanecer. Para consolarse de su noche estéril, se dijo que tendría que
llamar a uno de sus nietos para consultarle los detalles sobre el funcionamiento
de esos artilugios que tenían conexión con otros congéneres. Era necesario
conocer al enemigo para atacarle con eficacia. En su vida, siempre se había
topado con esa dualidad: muchas ideas y pocos conocimientos para llevarlas a
cabo. Pero estaba dispuesto a morir matando, por sus hernias.
jueves, 18 de mayo de 2017
En la Buhardilla.
Tiene la puerta blindada de óxido,
la manilla rota y su universo en contracción evidente. Al otro lado del
apuntalado maxilar, la buhardilla adecentada con pasos lentos acaba en un ventanuco que sonríe a un largo
callejón de moribundos sin nombre que la noche aborta como si no fueran suyos,
o acaso una consecuencia inesperada de sus actos impropios. Preside el lugar
una cama de hierro sollozante, un trono de insomnios con patas cojas, la
almohada con durezas irregulares, embozados los pies en escalofríos húmedos.
Los ratones se mueven con prisa, pero con la confianza de que nadie los
expulsará de ese territorio desnaturalizado. Solo un niño con espíritu de
paladín intrépido se columpiará en lo que para él todo es misterio. La soledad
es su atracción y su reto. En la buhardilla, aquellos rostros que las formas
irregulares insinúan, tienen vida demorada y el cielo parece un cobijo
negligente. A esa primera edad el tiempo no significa nada, y las horas son
vidas completas. La ficción del hombre adulto habrá de regresar a esos momentos
de su biografía si quiere alimentarse de lo que no caduca.
miércoles, 17 de mayo de 2017
Beatífica.
Querida amiga, dos puntos. Desde que
te conozco has calificado de sublime un montón de edificios, paisajes, puestas
de sol, personas, escenas de teatro, libros, anuncios, cuadros, espectáculos
callejeros de acrobacia... Hasta unas patatas con chorizo en casa Paco te
parecieron sublimes. Al principio, me desarmabas gracias a tu melena en
libertad condicional y esa sonrisa azul que la genética perfiló certeramente en
tu cara. Esos dones, junto a mi dosis de encoñamiento de cuarentón desesperado,
fueron suficientes para que cualquier cosa que dijeras pareciera encantadora.
Incluso ese jodido mantra adjetivado que te llevaba al éxtasis en medio de un
atasco en la carretera de La Coruña, o al escuchar una simple canción de Radio
3 en tu teléfono inteligente. Lo hermoso tiene fecha de caducidad, llega el
invierno, estética cruel por su vocación al declive. El tiempo ensancha el
cariño y resalta los defectos hasta hacerlos incompatibles con los derechos
humanos más básicos. Así que como vuelvas a decir que algo es sublime, me como
los mocos a cucharones, escupo hacia dentro y te dejo plantada en medio de
cualquier sitio en dirección a cualquier lugar. Con todo el cariño.
lunes, 15 de mayo de 2017
El fracaso.
Los barrios tienen supermercado multiculturales donde el recién llegado porta zapatillas nike y el autóctono esconde su penuria por pudor. La anciana en la cola del cajero lleva la mirada suplicante. En brazos, una botella de aceite de girasol y un paquete de harina. En total, apenas dos euros. Ha tenido que rebuscar entre sus harapos para encontrar hasta el último céntimo. Algunos en la cola mostraban evidentes signos de incomodidad ante la escena. La cajera, muy paciente, cariñosa y profesional, le ha ayudado a dar con la cantidad exacta de su compra. La anciana solo acertaba a decir gracias, gracias, gracias. Una vez recogido el ticket, ha ido a meter el paquete de harina a una bolsa y se le ha escurrido de las temblorosas manos, tapizando el suelo de un blanco nicho premonitorio. La cajera le decía que no se preocupara, que le traían otro paquete de la estantería, que se encargaban ellas de recoger y limpiar, pero la anciana se ha puesto de rodillas para intentar meter lo derramado dentro del paquete. Hemos tenido que levantarla casi a la fuerza mientras repetía: gracias, gracias, gracias.
Estrella del espectáculo.
Subida a un escenario, con el cuerpo
cubriéndome la timidez, es fácil atenazar la emoción de miles de personas
predispuestas a las descargas eléctricas, a sentirse vivas, a sentirse. Una
melodía, unas palabras bien entonadas, y ellos que se traen hecha la tarea de
casa, ponen la sensiblería al servicio de los ojos llorosos que los hacen
vulnerables. Así son los conciertos del verano, la gira por las plazas
atestadas de gente dispuesta a estremecerse con cualquier melodía que les
proponga. El público se abandona con demasiada facilidad. Se nota que van
bregando río arriba y sólo desean bajar los brazos y entregarse al delirio
merecido. Entre canción y canción la orquesta se explaya en alardes
instrumentales. Mientras, me cambio de traje, y observo cómo de un balcón a la
izquierda del escenario, cuelgan una docena de sostenes. Descansan del volumen
carnal que habitualmente los rellena. Recuerdo que perdí el amor por culpa de
una lavadora a la que hacía trabajar demasiado. Mi ex novio, mi ex
representante de espectáculos lúdicos en las fiestas patronales, no soportaba
tanto trajín de ropa; de la lavadora al tendedero, luego al cesto, luego a la
plancha, luego al armario y vuelta a empezar. Es cierto que en invierno, cuando
las actuaciones son a puerta cerrada, aún me obsesiono más con la limpieza, con
los olores corporales, nunca con el amor. ¡Buenas noches, Astorga!
viernes, 12 de mayo de 2017
Traje nuevo.
Si supiera cómo se hace, resetearía
el disco duro de mi cerebro para salir a la calle con la mirada de un recién
nacido embutido en cuerpo de adulto. El mundo es como una de esas heladerías de
ahora que ofrecen mil sabores distintos. Estoy harto de pedir siempre el de
avellana. El campo de juego es amplio y me he acomodado a jugar sólo por una
banda. Así se muere uno, no me extraña. Pero desconozco cómo se cambia sin
dejar de ser el mismo. Las formas se han hecho con la identidad sin que ésta
proteste. Hace tiempo que no estrello un plato contra una pared. Va siendo hora
de la violencia, de despertar al sonámbulo que me habita sin pagar alquiler,
con la misma tristeza de una lámpara encendida en plena mañana de verano. Falta
luz en la luz. No conozco una casa con la amplitud de ventanas suficiente para
captar ese mundo que respira ahí fuera: fogoso, sublime, engrandecido a pesar
de nuestra preferencia por las sombras. Fuera persianas, cortinas, marcos y
puertas. Fuera, todos fuera. Somos abiertos al exterior o camarote sin
respiradero. A elegir. Si supiera cómo.
miércoles, 10 de mayo de 2017
Uno más uno igual a otro.
Se despierta tu carne bien follada
entre las metáforas incomprensibles que corren por la cama que soportó el
asedio en el cuerpo a cuerpo. Aún los vecinos están protestando por los
cañonazos y los quejidos del amor desangrándose. Ha sido una noche donde nos
hemos hecho daño por ver hasta dónde soportaba el placer sin romperse. He
tenido que echar mano en la imaginación de mi reserva de mujeres que se
quedaron en el camino, para que tú puedas robarles los orgasmos que les
pertenecían. Eres la última, el resumen, el zumo más dulce, ése que se bebe a
tragos pequeños, diciendo ¡aah! después de cada uno de ellos. Un zumo que
rinde, que satisface la necesidad de vitaminas en una noche que aspiraba a ser
eterna, como todas. Nos engaña la oscuridad, parece que nunca se irá, que el
cuento se ha acabado y a ti te he cogido en el mejor de los abrazos. Beberte
mirando al último sol, convierte a un hombre en indestructible. Te beso antes
de desvelar tu cara adormilada y gatuna. Con los pies sigues arañando, con tu
pelo continúas el engatusamiento y con tu boca pretendes sacarme las humedades.
Pero tengo que vivir, tenemos que vivir, por separado, tú una vida y yo otra,
creo. No hay una vida para nosotros solos. Aún no la hemos patentado, ni nos
dejarían. El mundo es un lugar que no permite rarezas, que no deja que te
levantes de la silla sin haberlo perdido todo en su infausta ruleta. Con el
amor la vida se retrasa, se hace cuesta arriba como un puerto de categoría
especial para un ciclista no dopado. Tu droga sólo sirve para el ensueño.
Cuando llegue de nuevo el momento de mirarle el culo, a la hora en que el sol se
marcha a quemar girasoles a otro sitio, nos volveremos a reinventar lejos de
las ventanas abiertas, inalcanzables a la cobertura de otros ojos, aunque sus
oídos no podamos taparlos, o sí: los violamos con nuestras escaramuzas en el
frente, con nuestras expresiones de cabo de la legión con la piel llena de
metralla. Por delante y por detrás, así es nuestro amor antes de que el
ascensor se ponga a bajar gente a la arena.
martes, 9 de mayo de 2017
Esperanza.
Si no se pierde, a la esperanza hay
que matarla, no se puede ser otra cosa de lo que ya eres, reconócelo; lo que
buscas lo tienes delante de tus ojos, respira, quítate los adornos que
confunden, no corras hacia el paraíso si no sabes quién corre, dios se ha encarnado,
se llama como tú, ha copulado con tus diosas, quiere a tus hijos por feos que parezcan,
enciérrate en tu habitación y habla con las paredes, no salgas hasta que
descifres su lenguaje, y la esperanza haz el favor de dejársela a los suicidas.
viernes, 5 de mayo de 2017
El espejo cóncavo.
Quizá no seamos tan hipócritas como
nuestros actos y omisiones puedan hacer sospechar. Quizá sea que nos engañamos
a nosotros mismos por caridad, con un gesto de amparo hacia el prototipo algo
defectuoso y que se merece un vigésimo pretexto para ir mejorando sus
prestaciones a fuerza de doblarle el espinazo al egocentrismo. La cobardía
aumenta según uno se va replegando entre las paredes del búnker que parecen
escupir reproches. La crueldad de la que es capaz el cobarde, el malvado ni se
la imagina. Intentamos justificar nuestros actos, qué otra opción nos queda
para salir indemnes. Si quiero convertir en melodrama lo cotidiano, lo hago y
punto. Quién me va a impedir poner un poco de exagerada actuación en esta obra
mediocre. Antes histriónico que sencillo. Cuando ganamos una partida invitamos
a la siguiente ronda y desplegamos el mejor arsenal de nuestro ingenio con el
labio algo levantado. Cuando perdemos una mano, nos masajeamos el alma con
sentencias filosóficas y metafísicas. Y es una suerte que aún puedas beber
hasta caer inconsciente, hasta que el vómito te despierta de un sueño que
tramaba asesinarte con arma blanca. Es una suerte porque llega un día que hasta
ese analgésico natural que es la bebida, te sienta como una patada en los
fatigados huevos.
miércoles, 3 de mayo de 2017
Plan Renove.
No me interesa la personalidad, me
refiero a la propia. No me gusta rendir culto a mis huesos entumecidos y
músculos bajos de forma. Sé que no me la llevaré bajo tierra, que su pictórica
estructura llena de matices no es duradera ni fiable. Por eso me conformo con
coger de aquí y de allí para ir aliñando el plato de un carácter gris y
flexible, pareciendo el mismo a ojos de quien no mira más que la carcasa, el
gesto ensayado y los tics familiares. ¿Una hoja al viento? Mejor un junco. Son
tantas las reencarnaciones que no me encariño con las peculiaridades de la
mente aunque quiera. Media vida llenando de objetos la casa, y la otra media
vaciándola para dejarla como estaba. La casa y sus ecos, las paredes. Dicen que
en el desierto no hay ecos. Los límites son útiles un determinado tiempo, luego
se cambian, por probar nuevas versiones y maneras de decir lo mismo. Es
complicado saber cuándo estamos para la chatarra, cuándo ha llegado la hora de
aceptar otra oferta, aunque hay pistas: cuando no eres capaz de extraer un jugo
nuevo de cada beso, cuando las nostalgias pueden con las expectativas, cuando
la ilusión de los otros te hace bostezar, cuando te levantas agotado, con la
sensación de haber soñado lo de siempre, cuando te quedas en blanco ante la
tragedia, ante la belleza, cuando no suena el teléfono o si suena lo dejas que
se apague solo, cuando prefieres la penumbra en las habitaciones que dan al
sol, cuando escribes en vez de vivir, cuando le arrancas de cuajo la fe a un
testigo de Jehová que se confundió de puerta, cuando el futuro es un bien que
no te interesa poseer, cuando el amor no es razón suficiente para mantener el engaño,
cuando no te preguntas dónde va el agua del río, cuando en Internet sólo
consultas las esquelas, cuando las noticias de hoy ya las habías oído, cuando
acudes a las fiestas con un protector de pantalla, cuando un niño se aleja de
ti movido por un miedo irracional, cuando una mujer siente lástima ante tu
erección a media asta, cuando los viejos te llaman viejo, cuando empiezas a
fumar sólo porque en las cajetillas pone que te puede matar.
martes, 2 de mayo de 2017
El espectáculo callejero.
El espectáculo callejero deposita
absurdos en el cotidiano pavimento, escupe música envasada sobre las fachadas
de viviendas de protección oficial. Las notas se deslizan como baba de caracol
hasta dejar un corrimiento insalubre. Danzantes de lycra, cuerpos torneados
ante el espejo de la farsa, un guión acuático con un leñador subido a una
farola observando mientras come manzanas. Los niños juegan con sus ropas de
mercadillo, los ancianos miran en dirección contraria a donde se produce la
trama, pero aplauden entusiastas mientras sea gratis. Los de mediana edad sacan
fotos con los móviles y atienden a niños y ancianos con una ojeada. Los
ayuntamientos temen que la gente se tire a la calle sin ningún propósito. Ante
semejante posibilidad, programan actuaciones que consigan hacer creer en el
milagro de la belleza. La música chirría antes de apagarse y deja paso a las
ambulancias que dan vueltas en busca de su tesoro de carne y hueso rotos.
jueves, 27 de abril de 2017
La pareja perfecta.
Por la mañana cada uno de ellos
acude a su lugar de trabajo. Allí son considerados empleados competentes sin caer
en el vampirismo profesional. Los fines de semana comen en casa de la madre de
él. Son amenos en las fiestas, cultivan bonsáis y comparten la pasión por la
pintura. Ella le clava espinas de besugo en las uñas. El azota el interior de
sus muslos con un matamoscas. Ambos gozan de llevar sus cuerpos a límites no
convencionales. En el más allá del sexo se encontraron, se reconocieron, y
desde entonces no hay amantes más abnegados en el dolor. Ella muerde sus nalgas
hasta el coágulo. El le tira de la melena arrastrándola por el pasillo. Suelen
participar en tertulias sobre la nueva poética que se avecina, sin versos ni
temas tabú. Descubrieron Canadá en el viaje de novios, y les gusta repetir cada
vez que tienen unas semanas libres. Ella le atrapa los testículos con pinzas de
madera que acaba de tomar del tendedero. El suele comer espaguetis sobre su
bajo vientre. Ella le llama gusano después darle un beso de despedida en el que
él ha aprovechado para escupirle dentro de la boca. Tienen pensado adoptar una niña
china. Su vida social es hiperactiva y satisfactoria, sus amigos hablan
maravillas de ellos, pero ahora están planificando una vida más reposada y
familiar. Los años pasan y ellos no quieren tener hijos propios, prefieren
solventar la vida a alguien que ya está en el mundo. Les gusta el cine francés,
la música étnica, y el senderismo. Ella lo ata a una silla del jardín, luego
tirada en el césped ante sus ojos, se masturba con una ortiga. El, ya a media
tarde, se mete un bolígrafo bic con caperuza por el ano, mientras ella lo
observa y le tira agua helada por encima. El jueves pasado salieron de la
ciudad, por darse el gusto de contemplar un atardecer de la primavera recién
iniciada fuera del alcance de las luces artificiales. Ponen la equis en la
casilla de la Iglesia, votan a la izquierda y ningún año se pierden Eurovisión.
La semana que viene tienen apalabrada su presencia en una galería de arte donde
un amigo expone su nuevo trabajo inspirado en el paisaje de las alcantarillas,
en el submundo de la ciudad. Por la noche se abrazan y duermen casi el mismo
sueño. Su afinidad espiritual ha llegado a un punto que los demás envidian
hasta la urticaria. Es Nochebuena y están con toda la familia. Se esconden unos
momentos en el baño para que él le atrape los pezones con las pinzas de una
nécora. Ella le unta el pene con guindillas antes de llamar al perro. Son la
pareja perfecta.
miércoles, 26 de abril de 2017
Aleteo.
No me gustan las mariposas, se dan
demasiada importancia con sus colores de Photoshop en erráticos viajes al país
de las maravillas. No me gustan porque sospecho que se pasan el carné de vuelo
unas a otras para mantenernos hipnotizados en la levedad de la belleza. No me
gustan porque no puedo acudir a su entierro. Dónde dejan de mover las alas.
Dónde tienen su cementerio las mariposas. Dónde puedo ir a congratularme con su
descanso último. Parece que conocen caminos inexplorados entre los arbustos,
que se pierden en un limbo de viento. No me extraña que algunos se dediquen a
cazarlas y clavarles alfileres. Se merecen esa sañuda lección.
martes, 25 de abril de 2017
Levantamiento de cadáver.
En las perchas tengo muertos que aún
no he descolgado. Pinzados por los hombros permanecen en este entierro vertical
acompañando a la ropa que sí uso, que todavía paseo por las calles. Las
chaquetas saben quiénes fueron sus dueños y rechinan cuando mi mano las sacude
midiendo su utilidad. Debería librarme de esa ropa que solo entiende de
espectros. No es fácil, porque las personas impregnamos las cosas de nosotros
mismos, que se lo pregunten a los de la policía científica, que te sacan el ADN
de un gorro de lana mal doblado, y claro, eso sería como tirar al contenedor a
mis difuntos, a mí mismo, a una vida que ya va necesitando de referencias para
sujetarse al despertador cada mañana. Un buen incendio es lo que van pidiendo a
gritos estos armarios donde ni las polillas se atreven a entrar. El fuego es
verso libre, es revolución anarquista. De la primera llama a la última, que es
la misma - ya cansada de dibujar lágrimas de oro en el aire -, va un desorden
de tenedores iridiscentes que comen tanto carne como pescado, madera como
recuerdos. He de dejar solo el esqueleto, la percha colgada del aire inflamado,
la esquela profesional dormida entre dos páginas de un libro de árboles
frutales. Roñoso es el fruto cuando las palabras están dedicadas a un espacio
deshabitado. El espacio, ahí está el problema. En los cajones caben muchas
cosas. Qué meteré en ellos después de la evacuación. Esta casa no estaba
pensada para una sola persona. De ninguna manera.
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