En la búsqueda de refugio dejó un
rastro de agua, un charco de ignominia. Hizo cumbre para esquivar los obstáculos
entre el cielo y su cabeza, donde tenía tatuada una cara que no apreciaba.
Cuando estuvo arriba miró la pendiente y reconoció la locura. Las huellas nacen
en la arena y mueren en el agua que viene a su encuentro. Girar alrededor del
planeta será un viaje turístico para los que no se mareen ni tengan apego a
esta casa de muñecas. Se sentó junto a unos amigos a confesar que el dinero
le ocupaba mucho tiempo, porque mucho era su capital. Los amigos se ofrecieron
a aliviarle la carga. Ofendido, se marchó sin pagar la cuenta. Un rico nunca
rebusca en los bolsillos, sus gestos son suficientes para saldar deudas. No
hace las maletas porque allá donde va es su casa. Amasó dinero con pocas ganas
de trabajar y mucho talento. Ahora la tierra y su gravedad le pesan. La
enfermedad que tanto define a los mortales se ha convertido para él en una
obsesión que no deja de mencionar. Toma un tren y lo hace descarrilar por darse
el gusto de conseguir una fotografía impactante. Tanta extravagancia termina
por aburrir. Las palomas son animales urbanos que mueren en las calzadas con
sangre en las alas. El no conduce. El chófer es el culpable. La conciencia del
rico está protegida por un manto mágico. Los electrodomésticos, los remiendos,
los plazos fijos, se alejan de su realidad como un artículo de investigación
médica en una revista especializada lo hace de la sanidad dispensada en los
hospitales. Está enfermo de hipocondría, que es la enfermedad de los sanos que
no terminan de creérselo, y con razón. Los finales felices son pausas, no
finales. El final verdadero no permite dos versiones distintas, ni sugerencias
de los actores. Nadie sale de los créditos a contarte cómo acabó todo. La
altura siempre tiene un referente más alto.
martes, 27 de junio de 2017
lunes, 26 de junio de 2017
Un personaje se rebela.
En la primera página, sin apenas dar
una explicación, el protagonista abre la mano y una pistola automática resbala
por ella hasta caer al suelo con una bala menos en la recámara. En la página
treinta y ocho todavía resuena la caída del casquillo, y las huellas
parlanchinas ponen en apuros al personaje con quien el lector se siente
identificado por una extraña empatía hacia las mentes atormentadas. - Aquel
tipejo merecía morir - nos dice desde su sórdido escondite a las afueras de
una ciudad no nombrada. Así se juega a la ruleta rusa con la vida de papel
desde el escritorio de un novelista que huye del horario de oficina, del
trabajo productivo, para que leer perjudique seriamente la salud de algún
incauto. Total, sale casi gratis deslizar hasta el delirio la historia de un
personaje. Pero el autor es tan mediocre y el protagonista tan potente, que éste
último se escapa de su alineación justificada sobre el documento de texto y se
lanza al cuello del abajo firmante con el propósito de convertirlo en anónimo.
La cabeza rota como un muñeco de parabrisas cae sobre el teclado, y el personaje
se vuelve a su huida literaria antes de que alguien entre y confunda la
realidad con la ficción.
viernes, 23 de junio de 2017
Dos sin tres.
Se abrió la puerta del ascensor y
pensó que a esas horas de la madrugada aún estaba teniendo un sueño
calenturiento. Él, como todos los que duermen en fases cortas y están en
continuo proceso de dejar de fumar, suele desvelarse de forma reincidente. Es
por lo que busca la calle a cualquier hora empujado por la desazón de unos
pulmones que bufan como un toro con dos estocadas. Pero piensas que la soledad
será la única que te acompañe al coger el ascensor hidráulico en un edificio
habitado principalmente por jubilados que no trasnochan ni madrugan. Por eso le
sorprendió la escena. Bueno, no solo por eso. Sin duda había sitios más
recogidos para la faena, pero el calentón
parecía haberles impedido cualquier miramiento o búsqueda. Antes de
hacerse una exacta composición de lugar, escuchó los inconfundibles
encontronazos de la carne, y luego se percató de que la mujer estaba a cuatro
patas y que lo miraba sin darle importancia. Es más, parecía alegrarle que se
llenaran las gradas. A su espalda, un muchacho bastante más joven que ella,
martilleaba con sorprendente furia, como si quisiera hacer pasar el clavo hasta
el otro lado del panel. Incrédulo y atraído, con una mano sujetando la puerta
del ascensor, se quedó contemplando a la salvaje, primaria, visceral pareja. No
sentía ningún tipo de excitación, sólo asombro, como cuando en los documentales
veía a la leona abalanzarse sobre el cuello del cervatillo: instinto, crudeza
evolutiva. Los humanos solemos escondernos para follarnos. Pero aquella pareja
que lanzaba envites corporales de esfuerzo casi olímpico, agradecía la
presencia de un discreto y embobado espectador. La mujer aulló a la luna que se
colaba por la ventana del rellano de la escalera, mientras el muchacho babeaba
sobre sus nalgas. Aumentaron el ritmo de la friega hasta dedicarle a su anónimo
admirador el derrame azul que cayó sobre el suelo de mármol. No quiso ejercer
más de mirón y cogió el camino de las escaleras encendiendo el deseado cigarro
sin más esperas. Su primera calada fue de una intensidad que casi le ahoga. En
el fondo de la postal nocturna quería amanecer. Ya en la calle, y con el
segundo cigarrillo encendido, supo que regresar a su cama era citar a la
depresión acolchada, y más después de haber presenciado la pujanza de la vida
derramada con generosidad en aquellos cuerpos. Hacía varios meses que una
señora no se enredaba entre sus piernas. Fumar es un verbo que se conjuga solo,
al contrario que el fornicar. Te vas haciendo celoso de tus rarezas, de las
pajas distraídas con la mujer del tiempo al final del noticiero. Sí, clareaba.
Observó desde la distancia de su paseo inconsciente cómo la mujer y su efebo
salían del portal después de haber germinado el vacío. Iban sin tocarse, sin
hablarse. Supo al verlos marchar, que todo hijo de vecino camina cuesta arriba,
aunque disimule.
miércoles, 21 de junio de 2017
La melodía de la infidelidad.
Cuando se apagaron las luces que
dejan al público desnudo de protagonismo, el ojo apuntó al escenario. El lamió
la boquilla de su saxo, dejando claro desde el primer instante que estaba
dispuesto a ponerle los cuernos con aquel instrumento que le aupaba a infaustos
placeres de la mano de un sonido que era su propio estómago regurgitando. Nada
ni nadie vibraba mejor que aquel saxofón con el movimiento desenfrenado de sus
dedos. Su mujer, desde la primera fila, supo que ella era la otra. Se trataba
de una lucha desigual. Cómo batallar contra la hipnosis que produce la
creación, contra la magia de un momento armónico donde el músico da con la
tecla de sí mismo, con el silencio imbatible.
martes, 20 de junio de 2017
El Penado.
Diez años encarcelado y todavía reza
arañando las paredes. Cada gota de sangre es una cuenta de su rosario. Con las
manos encallecidas abre un túnel a los ángeles para celebrar con ellos orgías
místicas en la celda, que usa como si fuera un santuario de orines. El recluso
de la celda catorce juega a las preguntas de trivial con un sicario del
narcotráfico, baraja el bien y el mal, y lo que gana en rabia lo pierde en
ganas de vivir. Un dado flota sobre las literas y sale un seis de fuego. Fuera,
los dragones trajeados que lo encarcelaron roban con sus mecanismos de
contabilidad creativa, e incendian el sistema ajenos a los perdedores. El preso
con fiebre visionaria no sabe si está en prisión o en un convento. Llama al
funcionario y le estrangula mientras eleva un responso.
lunes, 19 de junio de 2017
La escena y sus ángulos.
En cuanto ese cabrón mala sombra se
encaramó a la escalera para cambiar la bombilla del rellano del cuarto piso en
el que nos odiamos a diario, supe lo que tenía que hacer: lanzar una patada a
su único soporte y en la caída ayudarle con un empujón hacia los peldaños de
granito que le llevaran hasta el tercer piso, no sin antes desnucarse.
Cuando estuve subido a la escalera
para cambiar la bombilla del rellano, observé en ella esos ojos en permanente
combustión, ojos con los que solía regalarme reproches silenciosos cada vez más
a menudo, esa sinopsis del drama que estaba urdiendo para colocarme en el papel
de víctima. Parecía que había ido llenando su recipiente de ira durante años y
ya era hora de desalojarlo. Maldita bruja. Pateó la escalera portátil y me
empujó hacia los peldaños, que impenetrables a mi cabeza le ayudaron a rematar
su plan.
Cuando llegué, después de escuchar
un fuerte golpe en las escalera, me encontré al perjudicado con los miembros en
distribución anárquica y la cabeza chorreando una sangre muy oscura. Su mujer
no disfrazó los hechos y asumió de inmediato el homicidio, aunque matizó que la
premeditación fue de apenas unos segundos antes de consumar el acto.
En el mundo hay tres tipos de
personas: los que hacen la Historia, los que la sufren, y aquellos que la
cuentan.
Vale, de acuerdo, también están los
emoticonos, pero eso es tema para otro día.
viernes, 16 de junio de 2017
Sórdido.
Me atrajo con el imán de lo
primario, la razón cedió el paso caballerosamente a la genitalidad sin
adjetivos, sentada en el bidé me extrajo el kinder sorpresa que respondió con
la seguridad de quien se siente interpelado y admirado, chupó mientras yo leía
pareados ofensivos en los azulejos, desahogué sin gusto ni pena, me fui sin
hablar, la dejé limpiándose la barbilla, mañana amanecerá nuboso y es muy
probable que vuelva a vejarme sin necesidad.
jueves, 15 de junio de 2017
A ciegas drogas.
La lucidez llega cuando llevas medio
camino recorrido en tu caída por el barranco, allí donde el árbol inclinado se
rinde a nuestra terquedad. La luz viene de arriba y sólo cuando no queda
trayecto hacia abajo, la vemos. La adicción nos ha destruido. Y en ese derribo
ha caído el velo embrujado que nos retenía. No somos libres aún, pero las
cadenas ya no nos deslumbran. El camino tira de nosotros como las escaleras
automáticas de unos grandes almacenes: ritmo pausado y seguro. El tiempo se
detiene a tomar café en una mesa camilla y abraza a la mujer cuyo cabello se
cuela por el circuito sanguíneo, sus pechos se aplastan contra el suyo y las
manos se lanzan por el tobogán de risas que es su espalda. Un pasmo se dibuja
en la cara, un continuo vaciado por donde corre el pensamiento estable. La luz
hace invisible al individuo. Si no fuera por los alaridos del cuerpo se
disolvería con total naturalidad. Y se acabó, para qué más.
miércoles, 14 de junio de 2017
Mujer y color.
Con la edad los apegos terrenales se
acumulan y la muerte se convierte en un puerto de categoría especial. Me
confías esta reflexión que leíste no sabes dónde mientras enciendes un purito
largo y elegante que baila confiado entre tus dedos. El humo te ataca a
traición los ojos y das un manotazo que dibuja figuras extrañas que se
mantienen como una representación de marionetas sobre tu cabeza. Habías dejado
de fumar, pero comprendiste que la salud no es suficiente razón para estropear
la estética en una mesa con café y copa. Allí tu mente se entrega a divagar y a
seducir. Bebes, fumas, las manos ocupadas, el gesto entretiene las miradas
mientras los trucos de magia van cayendo ante una audiencia cada vez más
arrebatada. Las arrugas se dibujan en tu frente con cada calada, y ese
acartonamiento natural logra atraer la atención de adolescentes o de
divorciados en segundas nupcias. Sacas otro y te lo enciendo sin que digas
nada. Me echas el humo como agradecimiento. Eres la musa algo loca del barrio.
No podemos aspirar a mayores intelectualidades. Bebes y fumas más de lo que
pagas, faltaría más. Aún hay caballeros e idiotas que sisan a la parienta para
ser generosos con la manecilla solitaria que cumple con los horarios más
necesitados. Vino el invierno y la calefacción siempre estaba estropeada. Nos
pegábamos más unos a otros, y fumábamos del mismo humo. Las palabras calentaban
a los atormentados que salían del curro con las costillas doloridas. El paladar
casposo y la piel seca daban aviso de que cada uno debía ir yéndose a su nido,
solo o acompañado, que es doblemente solo. Una tarde no acudiste a la cita.
Habías dejado sin pagar el alquiler del piso y nadie daba fe de ti. Lo
comprendo: una musa ha de buscar nuevos parroquianos a los que elevar la imaginación
a nuevas cumbres antes de morir. Ahora el barrio es como los demás, llenos de
bocazas que creen saber de todo para mayor gloria de su ignorancia. Hecho de
menos el fumar pasivo, y la picardía de unos labios siempre ágiles.
martes, 13 de junio de 2017
De puertas adentro.
Su locura, que fue diagnosticada en
el patio de vecinos, se limita a una desazón intelectual. Quiere saber quién es
su interlocutor cuando está solo. Esos diálogos tan fructíferos deben, según
él, tener protagonistas con nombre y
hasta apellido. Leer en un espejo es entenderlo todo al revés, así que debe
existir otra fuente de discurso que vaya más allá de la simetría. Mirar al
techo es como padecer una lluvia de folios en blanco. Debe haber alguien en las
réplicas, alguien que aparezca en los momentos de apertura mental, propia de
los niños o de los temerarios. Desconecta los aparatos de la casa por donde
puedan colarse extrañas energías, y se lanza a una prospección del campo
abonado. Encuentra cosas como esta: Los animales son lo que son, las plantas
son lo que son. Lo que somos los hombres depende de lo que pensemos que somos.
Es algo que había leído por ahí sin que dejara aparente huella. Ahora surgía
con fuerza cuando el maremagno de ideas comunes que sirven para funcionar,
había decaído. Un frontón que devuelve las pelotas cuando ya no las esperas;
ése puede ser su interlocutor. Quizá sea una estructura paralela que funciona
de forma autónoma a las circunstancias, pero respetando el paso del idiota.
Evolucionar hacia uno mismo. Una obra lo es tanto en la primera página como en
la última, aunque hasta el final no se comprenda en su totalidad. Los circuitos
que movilizan sus músculos están apagados. Ni rascarse puede. Escuchar al interlocutor
exige dedicación plena a todas las zonas del cerebro. La intensidad de estas
palabras-símbolo, palabras-imagen, no es comparable con ningún otro registro
lingüístico o experiencia vital. Van acompañadas de realidad profética y de
cambios profundos en el conocido como loco del barrio. Vive en una soledad
coral y no responde a preguntas sobre creencias. El sabe qué experimenta, y no
piensa dar carnaza al amarillismo filosófico. Han pasado las horas. El sueño le
vence. Vuelven a activarse zonas comunes combinando datos triviales y
componiendo escenas surrealistas en su fase onírica. Despierta y sigue con su
vida. Ahí va el loco, qué majo, hablando solo y buscando respuestas a preguntas
que nadie formula.
lunes, 12 de junio de 2017
Juntos.
Tenemos facilidad para juntarnos. Si
hay música, si los actores se mueven por un escenario, si proyectan una mentira
o hay una presentación del libro impresentable, si se da una conferencia en día
de lluvia o juega el equipo de la ciudad, nos juntamos. En las puertas de los
grandes almacenes cuando dicen que rebajan lo que antes subieron, la caterva se
codea con ímpetus corporativos. En algunos países se casan a la vez cientos de
parejas aprovechando alguna fecha significativa, algún eclipse, o las palabras
de un predicador tan sicótico como seductor. En otros sitios se suicidan en
grupo para traspasar el umbral del paraíso cogidos de la mano y del cuello. El
grupo nos protege de nosotros mismos y una fuerza independiente parece tirar de
los individuos. Programación de serie. Obtusos, vemos una verja y sabemos que
nos reta a ser traspasada. Un mensaje y se citan miles de personas. Una
explanada y necesitamos llenarla. Un apagón, y la jodienda se contagia tras las
ventanas. Cuando alguien quiere manifestar su desesperación dice que se siente
solo. Las procesiones, los caminos de peregrinos, las urnas, las travesías, las
plazas, las cárceles nos sirven para formar racimo. Hoy nos manifestamos por la
paz, mañana por la guerra. Hoy saltamos hogueras, mañana apagamos fuegos.
¿Vienes? Vamos.
sábado, 10 de junio de 2017
Grafía del porno y compañía.
No sabe igual la infidelidad que la
monogamia, ni juega en la misma división la zoofilia que la antropofagia. La
calidad de las mamadas no depende de la saliva tanto como de la postura
sometida del chupón. No es lo mismo de frente que de espaldas, ni la
penetración por su conducto tradicional que por el orificio sodomita. El acato
también es un atractivo para ciertas prácticas. Un poema supuestamente estético
y por lo tanto ético, huye de los mocos del placer cárnico. Pero sin
pornografía no se entiende al hombre moderno. De un polvo vienes y en polvo te
convertirás. La exploración de los límites sexuales es una actividad demasiado
generalizada para obviarla con códigos penales. Nuestros cuerpos se reivindican
en el dolor que gusta, en el incesto que se niega, en la fornicación pública,
en el fetichismo del coleccionista, en los juguetes de plástico que nos
acompañan, en las orgías de salón con olor a miseria, en la infecunda y transitoria
realización de depravadas fantasías. La pornografía mata la imaginación
convirtiéndola en realidad satisfecha. Qué sabe el amor de todo esto, cómo
sobrevive entre tanto pedregal, es algo que sigue siendo una incógnita.
viernes, 9 de junio de 2017
La cita.
Como si un bebé se atragantara
dentro de tus pechos, eres trance, y yo un espectador algo confuso, te
retuerces en el asiento del copiloto como una serpiente drogada con su dosis de
sexo amateur envenenándote la sangre, y sé que no me necesitas para ese fragor
de mujer en la hoguera, que escandaliza con sus movimientos pélvicos que juegan
a la peonza, estás como poseída e intento devolverte a la realidad con un beso,
pero me arrancas la piel a dentelladas, dentro de ti los ángeles con diarrea
vuelan en círculo y los budas bailan una jota nudista, empiezo a estar
asustado, a mi glande le han caído mil arrugas en este último minuto, arranco
el coche queriendo dejar atrás tus levitaciones de orgasmo mientras suavizas la
voz y me confiesas tu adicción al amor en salsa verde, esas complicidades tuyas
licencian al oyente en sacerdocio o psicoanálisis, por qué no te callas me
pregunto en silencio, tus confidencias suenan a roto, a esguince del corazón,
contigo la conquista pierde su sentido lúdico, hablas con la habilidad de un
albañil curtido en tapias, escucho la traducción simultánea que me llega de la
profundidad de tus piernas, recorto las distancias para que te calles y te
invito al picadero de mi coche, al primer roce doblas el espinazo en busca del
gusano, al primer beso abres la boca como una trucha fuera del agua, cierras
los ojos y emites gruñidos de ultratumba, da miedo tu forma de amar, de amarte.
jueves, 8 de junio de 2017
27 letras bien ordenadas y 5 dígrafos.
Cada día unas líneas, escritas o
sugeridas, con su afán de relato o poema, con sus frutos asomando entre las
hojas. Cada día una lectura, un bálsamo que apacigüe las ansias de los
interrogantes que crecen según acumulo colesterol en la sangre y los riesgos
son mayores. Las letras sirven, ¿sirven?, para sentirnos acompañados por
nombres que se refieren a cosas que ocupan espacios que duermen en los tiempos
de un planeta rechoncho. Las letras tan conjuntadas como un traje de etiqueta,
tan limpias, tan orfebres de la mentira que nos embauca con nuestro
consentimiento, de la fantasía que nos contradice, de la memoria que se
tergiversa dependiendo si es la hora de la merienda o de la cena. Masticadas,
bebidas, las letras; creciendo hasta las palabras, recorriendo tramos
fraseados, completando párrafos como chalés adosados, hasta acercarnos al
centro de la ciudad. Letras, un mundo de animales acuáticos buceando en el
silencio que se condensa, flota, y
subyace bajo los pies inseguros que caminan y olvidan el agua que los escupió.
Cada día, cada ahora; no luego, ahora. El ahora está lleno de letras, algunas
ni se pronuncian. Ahora. Es presente. Siempre es presente, no podemos ser en
ningún otro lugar o momento. Solo en el resbaladizo presente. Lo demás,
paparruchas proyectadas para no estar aquí, para no estar. Para no.
Paparruchas. Me gustan las letras repetidas en una palabra. Son graciosas: una
erre que erre. Cada día unas líneas. Las letras son la pintura con la que
decoramos los espejos, los interiores con afán de ser vendidos. Estamos a la
venta. Pasen y vean, o lean. Estamos en un escaparate, expuestos. No hay nada
oculto. Lo que ves o lees es lo que yo sé del asunto. Escribir, al contrario de
vivir, sólo se conjuga bien en singular.
miércoles, 7 de junio de 2017
Un relato que es una estafa.
En la primera página se describe
cómo el protagonista abre la mano y una pistola automática resbala por ella
hasta caer al suelo con una bala menos en la recámara. En la página treinta y
ocho todavía resuena la caída del casquillo, y las huellas parlanchinas ponen
en apuros al protagonista con quien el lector se siente identificado por una
extraña empatía hacia las mentes atormentadas. - Aquel tipejo merecía morir
-. Así se juega a la ruleta rusa desde el escritorio de un novelista que huye
del horario de oficina, para que leer perjudique seriamente la salud. Total,
sale casi gratis.
martes, 6 de junio de 2017
Un recuerdo calcificado.
Ella murió hace unos años. Pensaba
que con el paso del tiempo… pero no. Sigo sobreviviendo con ese truco de
mantener una conversación fuera y otra dentro, como si estuviera en dos
continentes a la vez. No se olvida, sólo se convive con un jodido techo que no
contesta a ninguna de las preguntas. No he ido donde están sus huesos. No me
interesan los huesos. La quiero a ella y sus huesos nada saben de ella.
sábado, 3 de junio de 2017
Un mal día.
El destello de un grifo de acero
inoxidable para quien cree que se ha acabado su tiempo, es una predicción de
luz artificial casi perfecta. Me han defraudado los cuerpos, empezando por el
mío. Sus dolores son más fiables que los apetitos que lo asaltan. Ella se fue
porque no se sentía suficientemente valorada. Para irse, me echó. La deseaba,
claro que sí, pero tenía que disimular. Uno tiene su reputación. Ahora me
dedico a reivindicar mi no existencia como si fuera la clave que resuelve los
misterios del universo. Anhelo la muerte física, la única demostrable, para
demostrar que tengo razón. Las contradicciones siguen haciéndome cosquillas.
Sí, creo en la química, en el abismo que se cernía sobre sus ojos cuando estaba
amando. Supe que si hubiera estado a su mismo nivel, habríamos creado la
eternidad, pero me encontraba analizando la situación en vez de vivirla. Es el
cáncer de todo escritor, un cáncer maligno cuando eres un mal escritor, como es
mi caso (ni Borges ni yo hemos ganado el Nobel. Yo aún estoy a tiempo). Antes
de que acabe la escena, antes de que ella diga su frase, me visualizo en la
pantalla transcribiendo una vida no vivida. Por eso también, una razón más, se
fue echándome. No podemos elegir nuestro decorado último. Ella no traicionó su
ideal sobre el amor, aunque fue fiel a costa de los dos. Mi cuerpo la recorre
en su memoria centímetro a centímetro, y aún se estremece. El álbum de mis
recuerdos es un caos, en él se mezclan silencios cargados de intención con
chorros de semen sobre el sofá. Por culpa de mi cinismo también se fue
echándome. Bajo a tomar una copa al bar de abajo. Los pequeños vicios son
latigazos que sueltas sobre la espalda de tu enemigo. Disfrutas matando poco a
poco y escondiendo la mano. Luego llorarás, pero sin saber bien por qué, la
costumbre quizá. El asesino profesional evita el contacto sentimental con su
víctima. Un hombre se siente en paz tocándose pausadamente los huevos, como si
jugara con dos planetas simétricos capaces de generar vida extraterrestre. Por
eso ella se fue echándome, por ser un huevón al que le cuesta echar raíces en
tiestos de interior. Lleno la bañera, no cierro el grifo y dejo que el agua
busque su sitio. Me voy sin darme la vuelta, esperando ver la inundación en los
periódicos de la mañana. Huyo, una vez más, a seguir teorizando.
viernes, 2 de junio de 2017
Solos en pareja.
Remolca los pies como si fueran
penitencias de condenado que no cree en el indulto. Se arrastra por un corredor
de inciensos y beatos meritorios hacia la sala sin salida donde espera la mujer
que a fuerza de amarlo, tanto le asfixia. Pasa de ser un ángel asesor a
mayordomo de esclava. Así es su relación desde una tarde que se prolongó entre
las sábanas mientras al otro lado de la ciudad moría una madre. Apenas hay
charla entre ellos, apenas se esfuerzan por encontrar gestos cómplices.
Simplemente, cuando toca, ella se abalanza con la boca entreabierta a la caza
de su gusano gruñón de camisa arrugada y sombrero de copa que escoge como
guarida el vértice de sus piernas. Se hacen daño con la excusa del amor. Se
embadurnan los cuerpos con babas corrosivas. A veces, fornica sobre él mientras
sostiene abierto un libro, generalmente de Leopoldo María Panero, donde lee
zarpazos hirientes, provocaciones ridículas, discursos inconexos, destrucción
en rebajas. Lee al escritor que escribe sin conseguir evitarlo, igual que otros
odian con la tristeza de la costumbre. Lee y busca en la locura un perdón. Ella
le posee sin absolver, como un animal apaleado. La locura que sirve para
esconderse resulta decente. Es una locura que succiona, ordeña orificios. Se
despatarran en el sofá y acunan el crepúsculo de barrio, que es ocaso caducado.
El se distrae en el nubarrón del tabaco. Ve cómo se escapan por los bordes de
su tanga tentáculos rizados y anémicos que ensombrecen los muslos. Ella tiene
el pelo revuelto y gotas de salitre en el ombligo. Los objetos que les rodean
ocultan un ente sordomudo. Están cerca las cosas y cuesta trascenderse para
acceder a ellas de manera simbólica. Pesan demasiado. El se sumerge dentro de
una ficción de alcoholes, abotargada la cara, hinchado el estómago, y
convertido este cáncer en incurable por falta de compañía en compañía de ella.
jueves, 1 de junio de 2017
Quemazón.
El juego de los dedos que se demora
en un intercambio, que confunde la sangre de las yemas con representantes del
corazón. Las terminaciones nerviosas nos liaron y mi boca se abrió a tu paso.
La forzaste con una lengua golosa que deseaba superar los límites de mis
labios. Te agarré las formas que en tu genética son presentación de merengue.
Queríamos traspasarnos a empujones, transplantar los órganos vitales y quemar
el deseo en la carne emparrillada del otro. Ese punto donde el arañazo, la uña
apuñalada, el mordisco cavando heridas, se convierte en dulzura, en placer de
catador de los mejores caldos. Ese punto donde la cordura se trastorna y no es
capaz de testificar ante un delito flagrante. Un placer que hace llorar con la
beatitud de un responso gregoriano, y que nos arrebata cuando la ropa construye
el lecho con sus jirones caídos al sumidero de tus pies desnudos. Un morado de
mi nalga se despierta cuando tu mano azota con la disciplina de madrastra. Me
rasgas el oído con un penétrame que ya me sabe a intromisión. Se
precipitan nuestros movimientos como un vagón de tercera. Será difícil con esta
arrebatada violencia hacer encajar las piezas de la coyunda. Me escupes sin
querer cuando consigues liberar el regalo que ibas pidiendo, y me haces una
tijera con la que cortarme la respiración de las ingles. En el momento del
acople, de la luz, del interruptor mágico, se produce la calma, las palabras
mimosas, los giros más sofisticados, y el cabello se convierte en cuerda por la
que nos vamos descolgando hacia el interior de la celda de este castillo
conquistado. Y sé que si no eyaculo pronto, acabaremos por meter la pata en el
amor, en el mañana donde empezar de cero con la hormona descargada. Terminaremos
por llenar de pinturas de guerra la naturaleza que ejerció su poder en un
momento de relajo.
miércoles, 31 de mayo de 2017
El verso trajeado.
No somos lo que leemos, ni nos
respetarán por nuestras lecturas. En un escritor siempre se esconde un asesino
que necesita entretener los dedos para no derramar sangre. El verso le mira
desde su sofá predilecto. A su verso se le cae el pelo. Canta y aúlla porque se
divierte con los desvaríos. Su verso no sabe llorar, gracias a eso evita que la
casa se inunde cuando el cuerpo cae roto, desnudo de palabras, alérgico al
ritmo, las manos salpicadas de pintura azul, azul, azul sucio y bello, como el
vestido de esa mujer que nos habló de amor antes de toser y toser, y escupir
fealdad. Deja a su verso escapar después de visitarle en el cementerio de un
diccionario escandinavo. No lo llamen, no se volverá, no hará caso, no tiene
nombre. Es un verso porque yo lo digo, pero quién lo iba a reconocer con esas
pintas de empleado de Goldmand Sachs.
martes, 30 de mayo de 2017
Contingencia.
Recuerda con claridad que fue a
punto de cumplir los treinta cuando cambió las copas nocturnas del sábado por
madrugarse los domingos para embaular un desayuno variopinto con sólidos y
líquidos que saciaran su apetito para el resto del día, y todo ello aderezado
con la lectura de una prensa cada vez más enconada que hasta el día de hoy
extiende sobre la mesa como un mapa de operaciones militares. Supone que ésa es
la frontera entre la juventud y lo otro que no se atreve a denominar madurez.
Esa edad que prorroga con más o menos éxito las obras completas de una vejez
donde sujetar la orina ya será una gesta reseñable. Las costumbres cambian
porque cuerpo y mente se cansan con aquellos excesos que antes eran el
combustible necesario para funcionar. Las costumbres hacen a los hombres sin
que éstos se den cuenta. Qué gran poder tienen las rutinas, los ritos, las
formas. Cuando la genialidad duerme - y todos sabemos que es dama de largas
siestas -, nos quedamos desnudos ante las cámaras y nuestra reacción viene
dada por la querencia que hemos trabajado sistemáticamente. Cuánta ternura inspira
la pequeñez, lo sencillo, lo emocionalmente directo. Ante lo inmaterial de la
gracia, una criatura solo puede hacer presentes materiales. Imagino que alguien
nos consideraría, desde una postura altanera que bien podemos reconocer, como
entrañables mascotas.
lunes, 29 de mayo de 2017
Descubrimiento químico.
Cuando dos bocas se enzarzan por
primera vez, aquello que permanecía velado desemboca en el habilidoso
acoplamiento reptiliano. Los extraños intuyen que algo les atrae hacia la
saliva común, las lenguas ensayan papiroflexias en la cavidad sin fondo, y recién
nacidas sensaciones se agolpan rechazando o adoptando al otro para siempre. En
el primer beso se marcan las pautas del juego: cuánto durará la relación y
quién llevará el peso en los momentos de crisis. El primer beso encumbra o
decepciona, nunca deja indiferente. Cuando los labios se separan, los ojos
traducen el mensaje con un trazo que secciona la cara. El primer beso es el
reconocimiento genético de los cuerpos asombrados ante su proceso hormonal. Tu
respiración refrigera su mejilla. Las figuras se acomodan, la piel se
trasplanta, los aromas se suman y los adentros son exhumados. El amor puede ser
una fórmula química, no lo dudo, pero su formulación siempre es mágica.
Inoculados por el nuevo virus, se buscarán para saciar la ansiedad de ocupar
más cuerpo que el de uno mismo y mirar con ojos prestados los lugares exóticos
del mundo. Por un instante te haces la ilusión de que la soledad queda
relegada.
viernes, 26 de mayo de 2017
Movilización.
Duelen los discursos calientes en la
cortedad de la plaza pública, sueltan los globos de colores como memoria de la
libertad. Se nota que no saben ocupar la calle. Al final de los discursos abren
las compuertas del aplauso, llegan los gritos con el compás roto y los lemas
mal ensayados, cojo la mano al líder carismático y lo llevo junto a una señora
con las piernas amputadas que cambió el miedo por un poema asimétrico, ella le
cuenta su anhelo de correr los mil quinientos metros en las olimpiadas del
absurdo, el líder le dice que él sólo ha cometido un pecado: amar profundamente
a su pueblo, lo ama tanto que le estorban las personas, así que se quita a la
paralítica de encima con palabras aprendidas por la memoria de la libertad como
reza la pancarta, dicen que cabemos todos a pesar de los codazos, dicen que
cabemos todos y yo digo que depende de dónde quieran meternos, una sola bandera
provoca escalofríos, muchas banderas son folclore, alguien sin bandera no es de
fiar, las patrias grandes o pequeñas acabarán por devorarnos aunque no seamos
adoradores dionisíacos ni el canibalismo nuestro ritual de vida, los gritos
golpean el mar de la tarde con puñetazos negros de malecón herido que hace
bailar claqué a las embarcaciones a la deriva, hay demasiado ruido en medio de
mensajes con higadillo, por lo que dios, una vez más, opta por taparse los
oídos.
jueves, 25 de mayo de 2017
La prostituta y el militar.
El resplandor de la santa rebota en
el suelo y se adentra por su campo de Higgs, por su explicación de la vida a
golpe de partos y abortos en una sucesión de éxitos y fracasos que vaya usted a
saber. Sus caricias son bofetones de aire que ahuyentan las pestañas que
tendían a posarse en las condecoraciones del militar empalmado y beodo, tan
entregado a su masculinidad que olvida que ella trabaja con las caderas de
aceite. El alcohol lo desnuda de alma para arriba, y ella sabe sacarle los
colores al niño que se perdió bajo la gorra. Prostituta y militar hacen el amor
y la guerra a partes iguales, en una tosca interpretación de garaje, emulando a
Afrodita y Ares.
miércoles, 24 de mayo de 2017
Juegos iniciáticos.
¿Jugamos a los masajes?,
invitó la niña respirando forzadamente por la boca. Sabía ella que era algo
inapropiado ese juego en el que buscaba sentir su propio cuerpo. Pero
necesitaba las manos flojas e inseguras de ese niño estúpido que no encontraba
divertido el masaje. Lo convenció con movimientos que él tildó de extraños.
Empezó por las piernas flacas de su amiga que se había tumbado boca abajo en el
sofá. No conforme, se subió el vestido hasta la cabeza invitándolo a seguir el
manoseo por la espalda. El niño frotaba la piel ahuesada sin ningún entusiasmo,
hasta que ella cerró los ojos y se puso a soltar pequeños suspiros. Eso le pareció
interesante. Empezó a comprender la relación que había entre el movimiento de
sus manos con los retorcidos gestos que se dibujaban en la cara de su compañera
de juegos. Dependiendo del lugar de contacto, de la presión que ejercía, y del
tiempo que se demoraba, la niña se contorneaba más o menos. También en el
culete, acertó a decir ella con un hilo de voz. El niño, obediente, se puso a
la tarea y amasó los mofletes traseros lo mejor que supo. Ella movía las
caderas y se arqueaba como una pequeña serpiente ante su manipulación. El acabó
por ponerse nervioso y le dio un azote con el que dio por terminado el masaje.
Ahora me toca a mí, dijo harto de su papel de mandado. La niña, algo
decepcionada, se levantó, se arregló la ropa y se fue a buscar a sus amigas
mientras le decía que otro día, que ya no le apetecía jugar con él. El niño
supo que sus relaciones con las niñas serían siempre conflictivas y
decepcionantes.
lunes, 22 de mayo de 2017
Incierto.
Es un escritor, no sólo un tipo que
escribe. Después de matar a su socio con el que compartía un negocio de
fontanería en el que no cuadraban los números, pasó por la cárcel haciendo
amigos en los talleres de cerámica. Salió con la decisión tomada de que nunca
más volvería a escribir novela negra. Ya los personajes le eran demasiado
familiares. No podrían colarse en su antigua mentalidad de niño salido del aula
parroquial. Se dedicaría a partir de
ahora a la poesía, sí, a la poesía, para que el medio y el fin coincidieran. Se
quemó los dedos en la última calada, y el despojo del puro se cayó a los pies
de aquel vagabundo que con cuarenta grados a la sombra iba con chaqueta de
pana. Los pobres suelen distinguirse porque ellos mismos son su fondo de
armario. A su lado, un perro lamía un salivazo del suelo. Ambos miraron a
nuestro recién estrenado poeta y a sus cicatrices. La soledad identifica a sus
víctimas a distancia. El alcohol, también. El vagabundo hacía honores a una
caja de vino barato. Nuestro poeta sin un verso con que aplacar la rayada de su
estómago, se imaginaba bailando los
hielos de un vaso ancho. El perro le ladró con cara de perro. El vagabundo tocó
un poco amargado la flauta dulce. El se dijo en voz baja y con la lengua
quemada: Qué será de nosotros cuando dejemos de pensarnos. Un tiro al
fondo de la calle seguido de una sirena le recordó que la novela negra sale en
los periódicos. Cuando dejemos de pensarnos... el perro volvió a
ladrarle con cara de no haber pensado nunca. Y qué más da lo que ocurra cuando
un hombre se adentra en la desmemoria.
viernes, 19 de mayo de 2017
Colapso de Internet.
Ese cheposo septuagenario con cara
de mula adiestrada a sopapos, pasaba las noches en vela urdiendo un plan para
colapsar Internet. Había llegado a la conclusión de que era la mejor forma de
acabar con el actual mundo, un mundo que voluntariamente dejaba en manos de ese
invento de redes el motor de su funcionamiento. El imparable rencor hacia el
artefacto comenzó cuando se quedó viudo. Llevaba la contabilidad de las horas
desde que su Carmina murió de un derrame cerebral no controlado a tiempo. Desde
aquel momento el anciano estaba en la prórroga de sí mismo, y su afán era
llevarse a todos por delante, o al menos joderlos lo suficiente para que
tuvieran que pensar en algo distinto. Si lograba desactivar ese monstruo de un
millón de cabezas que llamaban Internet, haría regresar a la Humanidad al
tiempo de los bailables en la plaza, al tiempo de las estrellas visibles desde
las ciudades, al tiempo de las cartas de amor. Y si no, al caos absoluto, que
tampoco era mala opción. El problema es que él no sabía ni colocarse recto ante
un ordenador. Por eso pensó en echar mano de un peón friki dispuesto a ayudarle
en su tarea de terrorista informático. No encontró a nadie que le tomara en
serio, ni tampoco en broma. Simplemente le ignoraron, que parecía ser lo más
compasivo que se podía hacer con aquel abuelo. Lo importante es la intención -
pensó -, y seguir un plan a rajatabla. Y así recorría la casa de un extremo a
otro mientras el resto de vecinos del bloque dormían. Su mejor ocurrencia, ya
febril, fue la de ir con un mazo a destrozar los ordenadores de la caja de
ahorros donde cobraba la pensión mínima. Exhausto, con las zapatillas horadadas
por los bulliciosos dedos gordos de los pies, cayó sobre el sofá a la espera de
un viejo amanecer. Para consolarse de su noche estéril, se dijo que tendría que
llamar a uno de sus nietos para consultarle los detalles sobre el funcionamiento
de esos artilugios que tenían conexión con otros congéneres. Era necesario
conocer al enemigo para atacarle con eficacia. En su vida, siempre se había
topado con esa dualidad: muchas ideas y pocos conocimientos para llevarlas a
cabo. Pero estaba dispuesto a morir matando, por sus hernias.
jueves, 18 de mayo de 2017
En la Buhardilla.
Tiene la puerta blindada de óxido,
la manilla rota y su universo en contracción evidente. Al otro lado del
apuntalado maxilar, la buhardilla adecentada con pasos lentos acaba en un ventanuco que sonríe a un largo
callejón de moribundos sin nombre que la noche aborta como si no fueran suyos,
o acaso una consecuencia inesperada de sus actos impropios. Preside el lugar
una cama de hierro sollozante, un trono de insomnios con patas cojas, la
almohada con durezas irregulares, embozados los pies en escalofríos húmedos.
Los ratones se mueven con prisa, pero con la confianza de que nadie los
expulsará de ese territorio desnaturalizado. Solo un niño con espíritu de
paladín intrépido se columpiará en lo que para él todo es misterio. La soledad
es su atracción y su reto. En la buhardilla, aquellos rostros que las formas
irregulares insinúan, tienen vida demorada y el cielo parece un cobijo
negligente. A esa primera edad el tiempo no significa nada, y las horas son
vidas completas. La ficción del hombre adulto habrá de regresar a esos momentos
de su biografía si quiere alimentarse de lo que no caduca.
miércoles, 17 de mayo de 2017
Beatífica.
Querida amiga, dos puntos. Desde que
te conozco has calificado de sublime un montón de edificios, paisajes, puestas
de sol, personas, escenas de teatro, libros, anuncios, cuadros, espectáculos
callejeros de acrobacia... Hasta unas patatas con chorizo en casa Paco te
parecieron sublimes. Al principio, me desarmabas gracias a tu melena en
libertad condicional y esa sonrisa azul que la genética perfiló certeramente en
tu cara. Esos dones, junto a mi dosis de encoñamiento de cuarentón desesperado,
fueron suficientes para que cualquier cosa que dijeras pareciera encantadora.
Incluso ese jodido mantra adjetivado que te llevaba al éxtasis en medio de un
atasco en la carretera de La Coruña, o al escuchar una simple canción de Radio
3 en tu teléfono inteligente. Lo hermoso tiene fecha de caducidad, llega el
invierno, estética cruel por su vocación al declive. El tiempo ensancha el
cariño y resalta los defectos hasta hacerlos incompatibles con los derechos
humanos más básicos. Así que como vuelvas a decir que algo es sublime, me como
los mocos a cucharones, escupo hacia dentro y te dejo plantada en medio de
cualquier sitio en dirección a cualquier lugar. Con todo el cariño.
lunes, 15 de mayo de 2017
El fracaso.
Los barrios tienen supermercado multiculturales donde el recién llegado porta zapatillas nike y el autóctono esconde su penuria por pudor. La anciana en la cola del cajero lleva la mirada suplicante. En brazos, una botella de aceite de girasol y un paquete de harina. En total, apenas dos euros. Ha tenido que rebuscar entre sus harapos para encontrar hasta el último céntimo. Algunos en la cola mostraban evidentes signos de incomodidad ante la escena. La cajera, muy paciente, cariñosa y profesional, le ha ayudado a dar con la cantidad exacta de su compra. La anciana solo acertaba a decir gracias, gracias, gracias. Una vez recogido el ticket, ha ido a meter el paquete de harina a una bolsa y se le ha escurrido de las temblorosas manos, tapizando el suelo de un blanco nicho premonitorio. La cajera le decía que no se preocupara, que le traían otro paquete de la estantería, que se encargaban ellas de recoger y limpiar, pero la anciana se ha puesto de rodillas para intentar meter lo derramado dentro del paquete. Hemos tenido que levantarla casi a la fuerza mientras repetía: gracias, gracias, gracias.
Estrella del espectáculo.
Subida a un escenario, con el cuerpo
cubriéndome la timidez, es fácil atenazar la emoción de miles de personas
predispuestas a las descargas eléctricas, a sentirse vivas, a sentirse. Una
melodía, unas palabras bien entonadas, y ellos que se traen hecha la tarea de
casa, ponen la sensiblería al servicio de los ojos llorosos que los hacen
vulnerables. Así son los conciertos del verano, la gira por las plazas
atestadas de gente dispuesta a estremecerse con cualquier melodía que les
proponga. El público se abandona con demasiada facilidad. Se nota que van
bregando río arriba y sólo desean bajar los brazos y entregarse al delirio
merecido. Entre canción y canción la orquesta se explaya en alardes
instrumentales. Mientras, me cambio de traje, y observo cómo de un balcón a la
izquierda del escenario, cuelgan una docena de sostenes. Descansan del volumen
carnal que habitualmente los rellena. Recuerdo que perdí el amor por culpa de
una lavadora a la que hacía trabajar demasiado. Mi ex novio, mi ex
representante de espectáculos lúdicos en las fiestas patronales, no soportaba
tanto trajín de ropa; de la lavadora al tendedero, luego al cesto, luego a la
plancha, luego al armario y vuelta a empezar. Es cierto que en invierno, cuando
las actuaciones son a puerta cerrada, aún me obsesiono más con la limpieza, con
los olores corporales, nunca con el amor. ¡Buenas noches, Astorga!
viernes, 12 de mayo de 2017
Traje nuevo.
Si supiera cómo se hace, resetearía
el disco duro de mi cerebro para salir a la calle con la mirada de un recién
nacido embutido en cuerpo de adulto. El mundo es como una de esas heladerías de
ahora que ofrecen mil sabores distintos. Estoy harto de pedir siempre el de
avellana. El campo de juego es amplio y me he acomodado a jugar sólo por una
banda. Así se muere uno, no me extraña. Pero desconozco cómo se cambia sin
dejar de ser el mismo. Las formas se han hecho con la identidad sin que ésta
proteste. Hace tiempo que no estrello un plato contra una pared. Va siendo hora
de la violencia, de despertar al sonámbulo que me habita sin pagar alquiler,
con la misma tristeza de una lámpara encendida en plena mañana de verano. Falta
luz en la luz. No conozco una casa con la amplitud de ventanas suficiente para
captar ese mundo que respira ahí fuera: fogoso, sublime, engrandecido a pesar
de nuestra preferencia por las sombras. Fuera persianas, cortinas, marcos y
puertas. Fuera, todos fuera. Somos abiertos al exterior o camarote sin
respiradero. A elegir. Si supiera cómo.
miércoles, 10 de mayo de 2017
Uno más uno igual a otro.
Se despierta tu carne bien follada
entre las metáforas incomprensibles que corren por la cama que soportó el
asedio en el cuerpo a cuerpo. Aún los vecinos están protestando por los
cañonazos y los quejidos del amor desangrándose. Ha sido una noche donde nos
hemos hecho daño por ver hasta dónde soportaba el placer sin romperse. He
tenido que echar mano en la imaginación de mi reserva de mujeres que se
quedaron en el camino, para que tú puedas robarles los orgasmos que les
pertenecían. Eres la última, el resumen, el zumo más dulce, ése que se bebe a
tragos pequeños, diciendo ¡aah! después de cada uno de ellos. Un zumo que
rinde, que satisface la necesidad de vitaminas en una noche que aspiraba a ser
eterna, como todas. Nos engaña la oscuridad, parece que nunca se irá, que el
cuento se ha acabado y a ti te he cogido en el mejor de los abrazos. Beberte
mirando al último sol, convierte a un hombre en indestructible. Te beso antes
de desvelar tu cara adormilada y gatuna. Con los pies sigues arañando, con tu
pelo continúas el engatusamiento y con tu boca pretendes sacarme las humedades.
Pero tengo que vivir, tenemos que vivir, por separado, tú una vida y yo otra,
creo. No hay una vida para nosotros solos. Aún no la hemos patentado, ni nos
dejarían. El mundo es un lugar que no permite rarezas, que no deja que te
levantes de la silla sin haberlo perdido todo en su infausta ruleta. Con el
amor la vida se retrasa, se hace cuesta arriba como un puerto de categoría
especial para un ciclista no dopado. Tu droga sólo sirve para el ensueño.
Cuando llegue de nuevo el momento de mirarle el culo, a la hora en que el sol se
marcha a quemar girasoles a otro sitio, nos volveremos a reinventar lejos de
las ventanas abiertas, inalcanzables a la cobertura de otros ojos, aunque sus
oídos no podamos taparlos, o sí: los violamos con nuestras escaramuzas en el
frente, con nuestras expresiones de cabo de la legión con la piel llena de
metralla. Por delante y por detrás, así es nuestro amor antes de que el
ascensor se ponga a bajar gente a la arena.
martes, 9 de mayo de 2017
Esperanza.
Si no se pierde, a la esperanza hay
que matarla, no se puede ser otra cosa de lo que ya eres, reconócelo; lo que
buscas lo tienes delante de tus ojos, respira, quítate los adornos que
confunden, no corras hacia el paraíso si no sabes quién corre, dios se ha encarnado,
se llama como tú, ha copulado con tus diosas, quiere a tus hijos por feos que parezcan,
enciérrate en tu habitación y habla con las paredes, no salgas hasta que
descifres su lenguaje, y la esperanza haz el favor de dejársela a los suicidas.
viernes, 5 de mayo de 2017
El espejo cóncavo.
Quizá no seamos tan hipócritas como
nuestros actos y omisiones puedan hacer sospechar. Quizá sea que nos engañamos
a nosotros mismos por caridad, con un gesto de amparo hacia el prototipo algo
defectuoso y que se merece un vigésimo pretexto para ir mejorando sus
prestaciones a fuerza de doblarle el espinazo al egocentrismo. La cobardía
aumenta según uno se va replegando entre las paredes del búnker que parecen
escupir reproches. La crueldad de la que es capaz el cobarde, el malvado ni se
la imagina. Intentamos justificar nuestros actos, qué otra opción nos queda
para salir indemnes. Si quiero convertir en melodrama lo cotidiano, lo hago y
punto. Quién me va a impedir poner un poco de exagerada actuación en esta obra
mediocre. Antes histriónico que sencillo. Cuando ganamos una partida invitamos
a la siguiente ronda y desplegamos el mejor arsenal de nuestro ingenio con el
labio algo levantado. Cuando perdemos una mano, nos masajeamos el alma con
sentencias filosóficas y metafísicas. Y es una suerte que aún puedas beber
hasta caer inconsciente, hasta que el vómito te despierta de un sueño que
tramaba asesinarte con arma blanca. Es una suerte porque llega un día que hasta
ese analgésico natural que es la bebida, te sienta como una patada en los
fatigados huevos.
miércoles, 3 de mayo de 2017
Plan Renove.
No me interesa la personalidad, me
refiero a la propia. No me gusta rendir culto a mis huesos entumecidos y
músculos bajos de forma. Sé que no me la llevaré bajo tierra, que su pictórica
estructura llena de matices no es duradera ni fiable. Por eso me conformo con
coger de aquí y de allí para ir aliñando el plato de un carácter gris y
flexible, pareciendo el mismo a ojos de quien no mira más que la carcasa, el
gesto ensayado y los tics familiares. ¿Una hoja al viento? Mejor un junco. Son
tantas las reencarnaciones que no me encariño con las peculiaridades de la
mente aunque quiera. Media vida llenando de objetos la casa, y la otra media
vaciándola para dejarla como estaba. La casa y sus ecos, las paredes. Dicen que
en el desierto no hay ecos. Los límites son útiles un determinado tiempo, luego
se cambian, por probar nuevas versiones y maneras de decir lo mismo. Es
complicado saber cuándo estamos para la chatarra, cuándo ha llegado la hora de
aceptar otra oferta, aunque hay pistas: cuando no eres capaz de extraer un jugo
nuevo de cada beso, cuando las nostalgias pueden con las expectativas, cuando
la ilusión de los otros te hace bostezar, cuando te levantas agotado, con la
sensación de haber soñado lo de siempre, cuando te quedas en blanco ante la
tragedia, ante la belleza, cuando no suena el teléfono o si suena lo dejas que
se apague solo, cuando prefieres la penumbra en las habitaciones que dan al
sol, cuando escribes en vez de vivir, cuando le arrancas de cuajo la fe a un
testigo de Jehová que se confundió de puerta, cuando el futuro es un bien que
no te interesa poseer, cuando el amor no es razón suficiente para mantener el engaño,
cuando no te preguntas dónde va el agua del río, cuando en Internet sólo
consultas las esquelas, cuando las noticias de hoy ya las habías oído, cuando
acudes a las fiestas con un protector de pantalla, cuando un niño se aleja de
ti movido por un miedo irracional, cuando una mujer siente lástima ante tu
erección a media asta, cuando los viejos te llaman viejo, cuando empiezas a
fumar sólo porque en las cajetillas pone que te puede matar.
martes, 2 de mayo de 2017
El espectáculo callejero.
El espectáculo callejero deposita
absurdos en el cotidiano pavimento, escupe música envasada sobre las fachadas
de viviendas de protección oficial. Las notas se deslizan como baba de caracol
hasta dejar un corrimiento insalubre. Danzantes de lycra, cuerpos torneados
ante el espejo de la farsa, un guión acuático con un leñador subido a una
farola observando mientras come manzanas. Los niños juegan con sus ropas de
mercadillo, los ancianos miran en dirección contraria a donde se produce la
trama, pero aplauden entusiastas mientras sea gratis. Los de mediana edad sacan
fotos con los móviles y atienden a niños y ancianos con una ojeada. Los
ayuntamientos temen que la gente se tire a la calle sin ningún propósito. Ante
semejante posibilidad, programan actuaciones que consigan hacer creer en el
milagro de la belleza. La música chirría antes de apagarse y deja paso a las
ambulancias que dan vueltas en busca de su tesoro de carne y hueso rotos.
jueves, 27 de abril de 2017
La pareja perfecta.
Por la mañana cada uno de ellos
acude a su lugar de trabajo. Allí son considerados empleados competentes sin caer
en el vampirismo profesional. Los fines de semana comen en casa de la madre de
él. Son amenos en las fiestas, cultivan bonsáis y comparten la pasión por la
pintura. Ella le clava espinas de besugo en las uñas. El azota el interior de
sus muslos con un matamoscas. Ambos gozan de llevar sus cuerpos a límites no
convencionales. En el más allá del sexo se encontraron, se reconocieron, y
desde entonces no hay amantes más abnegados en el dolor. Ella muerde sus nalgas
hasta el coágulo. El le tira de la melena arrastrándola por el pasillo. Suelen
participar en tertulias sobre la nueva poética que se avecina, sin versos ni
temas tabú. Descubrieron Canadá en el viaje de novios, y les gusta repetir cada
vez que tienen unas semanas libres. Ella le atrapa los testículos con pinzas de
madera que acaba de tomar del tendedero. El suele comer espaguetis sobre su
bajo vientre. Ella le llama gusano después darle un beso de despedida en el que
él ha aprovechado para escupirle dentro de la boca. Tienen pensado adoptar una niña
china. Su vida social es hiperactiva y satisfactoria, sus amigos hablan
maravillas de ellos, pero ahora están planificando una vida más reposada y
familiar. Los años pasan y ellos no quieren tener hijos propios, prefieren
solventar la vida a alguien que ya está en el mundo. Les gusta el cine francés,
la música étnica, y el senderismo. Ella lo ata a una silla del jardín, luego
tirada en el césped ante sus ojos, se masturba con una ortiga. El, ya a media
tarde, se mete un bolígrafo bic con caperuza por el ano, mientras ella lo
observa y le tira agua helada por encima. El jueves pasado salieron de la
ciudad, por darse el gusto de contemplar un atardecer de la primavera recién
iniciada fuera del alcance de las luces artificiales. Ponen la equis en la
casilla de la Iglesia, votan a la izquierda y ningún año se pierden Eurovisión.
La semana que viene tienen apalabrada su presencia en una galería de arte donde
un amigo expone su nuevo trabajo inspirado en el paisaje de las alcantarillas,
en el submundo de la ciudad. Por la noche se abrazan y duermen casi el mismo
sueño. Su afinidad espiritual ha llegado a un punto que los demás envidian
hasta la urticaria. Es Nochebuena y están con toda la familia. Se esconden unos
momentos en el baño para que él le atrape los pezones con las pinzas de una
nécora. Ella le unta el pene con guindillas antes de llamar al perro. Son la
pareja perfecta.
miércoles, 26 de abril de 2017
Aleteo.
No me gustan las mariposas, se dan
demasiada importancia con sus colores de Photoshop en erráticos viajes al país
de las maravillas. No me gustan porque sospecho que se pasan el carné de vuelo
unas a otras para mantenernos hipnotizados en la levedad de la belleza. No me
gustan porque no puedo acudir a su entierro. Dónde dejan de mover las alas.
Dónde tienen su cementerio las mariposas. Dónde puedo ir a congratularme con su
descanso último. Parece que conocen caminos inexplorados entre los arbustos,
que se pierden en un limbo de viento. No me extraña que algunos se dediquen a
cazarlas y clavarles alfileres. Se merecen esa sañuda lección.
martes, 25 de abril de 2017
Levantamiento de cadáver.
En las perchas tengo muertos que aún
no he descolgado. Pinzados por los hombros permanecen en este entierro vertical
acompañando a la ropa que sí uso, que todavía paseo por las calles. Las
chaquetas saben quiénes fueron sus dueños y rechinan cuando mi mano las sacude
midiendo su utilidad. Debería librarme de esa ropa que solo entiende de
espectros. No es fácil, porque las personas impregnamos las cosas de nosotros
mismos, que se lo pregunten a los de la policía científica, que te sacan el ADN
de un gorro de lana mal doblado, y claro, eso sería como tirar al contenedor a
mis difuntos, a mí mismo, a una vida que ya va necesitando de referencias para
sujetarse al despertador cada mañana. Un buen incendio es lo que van pidiendo a
gritos estos armarios donde ni las polillas se atreven a entrar. El fuego es
verso libre, es revolución anarquista. De la primera llama a la última, que es
la misma - ya cansada de dibujar lágrimas de oro en el aire -, va un desorden
de tenedores iridiscentes que comen tanto carne como pescado, madera como
recuerdos. He de dejar solo el esqueleto, la percha colgada del aire inflamado,
la esquela profesional dormida entre dos páginas de un libro de árboles
frutales. Roñoso es el fruto cuando las palabras están dedicadas a un espacio
deshabitado. El espacio, ahí está el problema. En los cajones caben muchas
cosas. Qué meteré en ellos después de la evacuación. Esta casa no estaba
pensada para una sola persona. De ninguna manera.
lunes, 24 de abril de 2017
La muga.
La luz de la piedra medieval canta
en directo a los siglos venideros. Ahí va tu vida ascendiendo con sudores a una
cumbre difusa, aficionada a los trucos de magia que aplaudimos porque nos gusta
el autoengaño más que a un médico de la SS dar de alta. Por la cuesta rueda el
tiempo que no existe y cae por la sima que no se abre. Un segundo, solo un
segundo solo, sin tildes, equiparando al solitario con los demás, largo porque
es único, no hay más que un segundo, piénsalo durante un segundo: ¿alguien oye
los dolores de su parto o los estertores de su muerte? Un segundo atemporal
como el vuelo de un cerdo o el ronquido de la escarola. Rueda por el cantón,
con la memoria escalonada, el segundo, tu segundo, nuestro segundo que es el
primero y el último, el único donde se funde el queso en el plato, tu vida en
el cantón, tu estómago repitiendo los cantares medievales, todo rueda menos la
rueda que gira durante un segundo. Has perdido el tiempo leyendo esto, has
perdido tu segundo y ahora es tarde, se acabó.
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